La decadencia educativa viene de antes y tendría que ser prioridad de agenda el día después, según IDESA
En 20 años, la calidad educativa argentina medible ya había perdido el equivalente a un ciclo lectivo completo. Las escuelas permanecían mucho tiempo al año cerradas por paros y feriados.
Si bien el debate sobre la apertura o el cierre de las escuelas por la pandemia tiene justificados argumentos en ambos lados, la profunda y larga decadencia a la que el sistema educativo arribó a esta instancia trascenderá la actual coyuntura sanitaria.
A la pregunta de si la Argentina, cuando la ciencia haya controlado al virus, podrá recuperar la educación, las evidencias que manejan especialistas e investigadores no ofrecen respuestas para nada optimistas.
El Instituto de Desarrollo Social Argentino (IDESA), que orienta el economista Jorge Colina, apeló al ejemplo de los resultados de las pruebas PISA, que miden calidad educativa de los países, previos a la peste declarada hace más de un año, para demostrar que las capacidades de lectura evaluadas entre nuestros jóvenes de 15 años vienen en retroceso desde comienzos del milenio, mientras en Chile y Perú ascendieron. Igual, en todos los casos se mantienen por debajo del nivel de los países desarrollados.
Este comportamiento declinante de Argentina, que no tiene nada que ver con el largo e incierto impasse sanitario, significa una pérdida aproximada a un año de estudios, conforme a las equivalencias realizadas por los organizadores de la prueba PISA.
Traducido, si se compara con Chile, los estudiantes argentinos llegan a los 15 años de edad con un año menos de aprendizajes.
IDESA saca como conclusión, en consecuencia, que lo que se perdió de aprender en el año en que las escuelas estuvieron cerradas debido a la pandemia, no han sido mayores a las pérdidas que ya traía el sistema educativo por su mal funcionamiento.
En todo caso se sumaron. Lejos de minimizar los perjuicios causados a los alumnos por el año sin clases presenciales, las consecuencias de cerrar las escuelas durante la pandemia “sí permiten enfatizar que en la Argentina los problemas de la educación son mucho más graves y estructurales”, sostiene el reporte del instituto.
De todos modos, parecería que ver las escuelas cerradas por tanto tiempo hizo tomar conciencia del problema.
Pero a decir verdad, las escuelas, especialmente las públicas que atienden a los sectores más vulnerables, hace rato que pasan gran parte del tiempo cerradas y no llegan a cumplir con los 180 días de clases a los que tienen derecho de recibir los estudiantes.
Invoca para ello un estudio publicado en el Journal of Labor Economics por dos autores extranjeros, llamado “Los efectos de largo plazo de los paros docentes: evidencias desde la Argentina”, en el que señala que “los paros docentes harían que los alumnos, cuando adultos, tengan menos empleos y peores salarios”.
El dato duro de este trabajo es que contabilizó nada menos que 1.500 paros docentes en la Argentina desde que recuperó la democracia hasta el 2014.
Según los autores, es difícil encontrar otro país donde los alumnos hayan sufrido tantos paros.
Los paros docentes y la proliferación de feriados constituyen uno de los factores, pero no el único, que explican la decadencia.
Menciona como decisivas las deficiencias en la gestión de los recursos humanos, aludiendo a los vetustos y atávicos estatutos docentes, que “permiten y promueven malas prácticas como el ausentismo, la falta de compromiso, la mala o nula capacitación y los viejos métodos de enseñanza”.
Aunque subraya que fundamentalmente castigan a los docentes que se esmeran por la enseñanza y el aprendizaje de sus alumnos, al negarles el reconocimiento de sus méritos a la hora de definir su salario.
Pone como ejemplo que en las provincias argentinas hay en promedio 2 cargos docentes de primaria por cada 25 alumnos, pero las aulas están abarrotadas y los docentes que trabajan están mal pagados.