En las últimas décadas, la educación secundaria es motivo de preocupación creciente de muchos países porque, salvo experiencias excepcionales, subsiste un sistema que fue diseñado para adolescentes de otra época.

Los cambios culturales, de la organización del trabajo, la difusión de las nuevas tecnologías y modalidades de comunicación confluyen en formar nuevas generaciones con intereses, habilidades y expectativas muy alejados del plan de estudios tradicional, de la organización de las clases, de las evaluaciones e incluso del sentido de la enseñanza media.

En América Latina, y en particular en nuestro país, en los primeros años del siglo actual se había verificado una tendencia al aumento de la retención de los estudiantes en las escuelas, pero a partir de 2013 se detecta un enfriamiento de esa tendencia, lo que se torna dramático como producto de la situación creada por la creciente concentración de la riqueza y la pobreza, y a la que se agregaron las consecuencias de la pandemia.

Miles y miles de chicos están fuera de la escuela; al mismo tiempo, los docentes que van al territorio a buscarlos, regresan con quienes la abandonaron antes y durante la pandemia.

No hay chicos que no quieran estudiar, sino condiciones sociales adversas y un sistema de educación que no está preparado para acompañar su
trayectoria desde el inicio hasta la finalización de la enseñanza media.

Para lograrlo, es necesario que se comprenda que la educación requiere una inversión mucho mayor (por lo menos, subirla del 6 al 8% del PBI para todo el sistema), que los docentes/as deben poder reunir su trabajo en uno o como máximo dos colegios (actualmente llegan a tener seis o siete lugares de trabajo dispersos) para poder conocer a cada alumno, trabajar en equipo con sus colegas, ser parte activa de un proyecto institucional.

Es indispensable construir y reparar edificios escolares, terminar de extender la conectividad y la dotación de computadoras, poniendo nuevamente en funcionamiento el plan Conectar Igualdad, tal como está haciendo del Ministerio de Educación de la Nación.

Sin duda, debe mejorarse la enseñanza/aprendizaje de matemáticas y lengua, inscribiéndolas en proyectos interdisciplinarios que atraigan el interés de los alumnos, vinculándolas con los saberes que los chicos practican en la cotidianidad, así como sus conocimientos y habilidades digitales.

Los colegios deben ser inclusivos y no excluyentes, deben reconocer los conocimientos adquiridos por los chicos fuera de la educación formal, evitar la repetición de materias que aprobaron y facilitar su acompañamiento para recuperar los aprendizajes no alcanzados.

Enumeré algunas medidas que son condición indispensable de cualquier reforma, pero que no evitan un tema de fondo que consiste en establecer el diálogo con los adolescentes, escuchar sus problemas, experiencias, gustos, expectativas. Vincular la educación con el trabajo.

Los chicos no son cerebros que hay que llenar de contenidos, sino sujetos de una compleja e injusta sociedad que los trata muy mal; están intentando aprender a vivir, o a sobrevivir demasiados de ellos; el suicidio es la segunda causa de muerte entre los 10 y los 19 años en nuestro país (UNICEF, 2019).

Acompañar las trayectorias escolares, abrir espacios de participación, vincular la escuela con las familias y las redes comunitarias, escuchar sin prejuicios sociales ni morales, son algunas de las muchas acciones que deben multiplicarse. Y fortalecer un vínculo pedagógico donde alumno y docente construyan juntos sentidos presentes y prospectivos de la vida y de la educación.

(*) - Adriana Puiggrós es pedagoga, ex secretaria de Educación de la Nación, ex directora general de Cultura y Educación bonaerense y ex diputada
nacional.