Derivación de la pandemia: la población argentina ralentizó su crecimiento y envejeció
Aunque con dudas por los empalmes entre encuestas presenciales y virtuales, al finalizar 2020 aumentó la proporción de niños y jóvenes hasta 29 años en los conglomerados urbanos, y fuerza laboral y retiro, en el resto del país.
La población argentina ralentizó en 2020, al finalizar la década, el ritmo de crecimiento y se envejeció, conforme lo demuestran la contracción y expansión, respectivamente, de los extremos etáreos de 0 a 14 años y de 65 años en adelante.
Pero donde más sintió el repliegue fue en las franjas que concentran las fuerzas activas (de 14 a 64 años), que a la vez sufren de menor generación de empleos, exclusión y la marginalidad.
Los datos recogidos por el Instituto de Estudios Laborales y Sociales (IDELAS), de UCES, extraídos de correos electrónicos y canales digitales, siguiendo parámetros internacionales generalmente aceptados, a falta de la presencialidad con que habitualmente se realizan, trasuntan un sorprendente cambio de tendencia en la estructura etárea de la población urbana: desde la crianza a la edad de formación, la opción preferida son los 31 principales conglomerados, pero a partir de la consolidación laboral y el retiro, donde los asentamientos aumentaron fue en el resto del país.
No obstante, esta última medición virtual sólo siembra dudas en torno del empalme estadístico de los relevamientos trimestrales del mercado de trabajo, así como de condiciones socioeconómicas, con el proceso tradicional del censo presencial de población, vivienda e ingreso de los hogares, por la irrupción del Covid-19, que una vez normalizado podría sufrir las consecuencias del descalce.
El momento del regreso al sondeo de campo presencial, pospandemia, y el cotejo de los resultados que se obtengan con los que previamente surgían, permitirá comprobar si se estaba frente a un cambio de tendencia que sostuvo, o ante un cuadro transitorio e imperfecto determinado por la crisis sanitaria.
Así y todo, según la proyección intercensal entre 2000 y 2010 que publica el INDEC por tramo de edades del total de habitantes a nivel país, la tasa de variación por año de la población pasó de 1,16% en 2011 a menos de 1% diez años después.
O sea que, tomando ese indicador, la población creció a menor ritmo en la década y se envejeció, conforme lo demuestran los extremos etáreos de 0 a 14 años y de 65 años en adelante: en el primer caso, se redujeron de 0,37% a 0,27%, mientras que, por el contrario, en el segundo se elevaron de 2,06% a 2,4 por ciento.
Pero donde la disminución del ritmo de aumento fue más notoria ha sido en las franjas intermedias que concentran la oferta laboral: de más de 14 a 29 años y de 30 a 64 años, singularmente más marcado en el primer segmento, al punto que de 0,8% inicial virtualmente se estancó al fin del decenio; en tanto en el segundo, la desaceleración fue más atenuada, de 1,68% a 1,48% interanual.
Este juego de pinzas demográfico indefectiblemente conduce hacia mayores demandas presupuestarias para jubilaciones y pensiones, al tiempo que deteriora la relación entre activos y pasivos, como ha mostrado la Fundación FIEL en la Conferencia anual de 2020: “en 1950 había 17 activos (entre 15 y 64 años) por adulto mayor (65 años o más), hoy hay 5,5, y para 2050 habrá 2,5.
De modo que cada vez es más difícil financiar el sistema previsional. Más en un país con alta tasa de informalidad y bajos incentivos para aportar al sistema que termina brindando prestaciones a todos, hayan aportado o no.
Pero la gran novedad surge del desagregado, ya que las proporciones se modifican sustancialmente según se trate de conglomerados urbanos y el resto del país, y más aún en tiempos de pandemia de Covid-19.
Lo detectó el Indec al procesar los resultados de la encuesta Permanente de Hogares correspondiente al segundo semestre 2020 y la comparación con el año previo, cuando era impensable la importación de una crisis sanitaria desde China y sus derivaciones.
En la Encuesta Permanente de Hogares correspondiente al segundo semestre de 2019, a través del método tradicional del organismo oficial de estadística, plenamente presencial, se verificó que en el conjunto de los 31 aglomerados urbanos relevados para la estimación de la población en condición de pobreza, la estructura etárea se desagregaba en 21,7% entre 0 y 14 años; 23,4% entre 15 y 29 años; 41,5% en el tramo de 30 a 64 años; y 13,4% en el extremo de 65 años y más.
Un año después esas relaciones cambiaron sustancialmente: adquirieron mayor representatividad las franjas de hasta 29 años y perdieron participación las dos siguientes: de 0 a 14 años subió a 23,5%; y la de 15 a 29 años se elevó a 24% del total.
Por el contrario, el segmento de 30 a 64 años se redujo levemente, a 41,3%; y la de 65 y más años se achicó a 11,2 por ciento.
En el informe se pone de manifiesto que la historia de la estructura etárea de la población en las zonas más densamente pobladas del país es muy corta, data de 2016, pero es suficiente para poder advertir rápidamente que, mientras en los cuatro años precedentes a la llegada al país del Covid-19 los cambios observados fueron en general poco significativos, en el primero con crisis sanitaria se combinaron dos fenómenos, uno estadístico y otro social, que provocaron movimientos relativos de significación.
El primero se origina en la adaptación del proceso de obtención de datos del INDEC a la virtualidad que impuso el aislamiento social preventivo y obligatorio, inicialmente, y luego flexibilizado con el simple distanciamiento en la circulación de las personas y en lugares de trabajo, con encuestas que fueron respondidas a través de la vía telefónica y el correo electrónico, acorde con criterios aceptados internacionalmente.
En tanto, el segundo responde al movimiento de muchos habitantes residentes en zonas densamente pobladas a lugares con menor concentración demográfica, atraídos por el predominio de espacios verdes, en tanto pudieran mantener la conectividad laboral y educativa.
La última Encuesta Permanente de Hogares del INDEC estimó para el segundo semestre de 2020 una población de 22,54 millones de habitantes en el conjunto de 31 aglomerados urbanos de todo el país, de los cuales 6,7 millones formaban la franja de 0 a 14 años; 6,8 millones la de 15 a 29 años; 11,8 millones la siguiente de 30 a 64 años; y 3,2 millones la de adultos mayores.
El total agregado se elevó en el primer año en crisis sanitaria 1,85%, casi el doble que la tasa estimada de crecimiento vegetativo a nivel país, aunque con una singular dispersión por segmento de edades.
La más expansiva fue el de 0 a 14 años, mientras que la única contractiva fue la del extremo de 65 años y más, con 14,9%.
Los tramos intermedios acusaron incrementos de 4,5% en el de 15 a 29 años y 1,4% la que forma parte del núcleo duro de la fuerza laboral, de 30 a 64 años.
En las zonas menos densamente pobladas, las que en conjunto sumaban unas 16,8 millones de personas, el total se contrajo 0,5%, según se desprende de la diferencia entre la población total que proyecta el INDEC según la tendencia de la tasa intercensal, y la resultante de la EPH para los 31 aglomerados urbanos relevados: CABA, partidos del Gran Buenos Aires; Gran Mendoza, Gran San Juan, Gran San Luis (Cuyo); Corrientes, Formosa, Gran Resistencia y Posadas (Noreste); Gran Catamarca, Gran Tucumán-Tafí Viejo, Jujuy-Palpalá, La Rioja, Salta y Santiago del Estero-La Banda (Noroeste); Bahía Blanca-Ceri, Concordia, Gran Córdoba, Gran la Plata, Gran Rosario, Gran Paraná, Gran Santa Fe, mar del Plata, Río Cuarto, Santa Rosa-Toay y san Nicolás-Villa Constitución (Pampeana), y Comodoro Rivadavia-Rada Tilly, Neuquén-Plottier, Río Gallegos, Ushuaia-Río Grande, Rawson-Trelew, y Viedma-Carmen de Patagones (Región Patagónica).
Y como en el caso de los aglomerados urbanos en el “resto del País” se verificó un comportamiento dispar, con bajas absolutas en los dos primeros tramos de 12% y 7% en los de 0 a 14 años y 15 a 29 años, respectivamente; y aumento mínimo de 1,7% en el siguiente de 30 a 64 años, y singular de poco más de 50% en el extremo de más 65 años y más.
Esas variaciones y movimientos de la población entre los aglomerados urbanos y resto del país no sólo se manifestaron en dispares tasas de participación de cada tramo etáreo en el total general, como en los desagregados por densidad demográfica, como en la variaciones de esas tasas en las cuatro grandes divisiones que hace el INDEC para clasificar la pobreza e indigencia por edades.
Son indicadores de singular relevancia para un apropiado diseño de políticas asistenciales, laborales, previsionales, y migratorias, como para proyectar las necesidades de infraestructura educativa, sanitaria y hábitat, entre muchas otras áreas claves para posibilitar un desarrollo armónico en lo económico y social.
Pero asimismo a contribuir a no perder el bono demográfico, que implica inducir a compensar el efecto del aumento de la longevidad, con el crecimiento inducido de las poblaciones jóvenes, y la disminución de la marginalidad laboral que es más alta en la franja de 14 a 29 años, que es donde a la vez se registran los índices más elevados de desempleo, principalmente por efecto del crecimiento más dinámico de la oferta que de la demanda laboral para cubrir un nuevo puesto de trabajo.