De Barcelona al Plata
De niña, la autora de esta columna pasó varios fines de semana en la Casa Masllorens. Hoy, desde Barcelona, evoca aquella mirada infantil sobre la isla.
El pintor y escritor Santiago Rusiñol, una de las figuras del modernismo catalán y coetáneo de Josep Llimona y Antoni Gaudí, escribió un libro de su viaje a la Argentina de 1910, con el mismo título de esta nota, desde Barcelona. Siempre me fascinó mucho el modernismo y aquí descubrí a Gaudí y en Praga, a Alfons Mucha.
Surfeando por internet encontré en la web del Paraíso de María, la casa y el frente de vitraux de la "Isla Paquita", ahora Mansión Masllorens, que aún existía y me remitía a mi niñez. En el siglo XIX hubo diferentes corrientes inmigratorias que llegaron a la Argentina en búsqueda de un futuro mejor. Cerca de dos millones de españoles emigraron allí, siendo los catalanes los terceros en cantidad (unos 73 mil) después de los gallegos y los asturianos.
Allí comienza esta historia, porque Pablo Masllorens, nacido en Olot como mi madre, y su mujer, Paquita, eran los propietarios de esa "isla modernista". Yo no lo conocí a Pablo, que murió joven, a los 60 años, en 1942. Con la "Tía Paquita" sí mantuvimos mi familia y yo un nexo muy cercano hasta muchos años después de la muerte de su marido, porque además mi abuelo, Humberto Albertos, también era catalán: era cuñado de Don Pablo, ya que se casó en segundas nupcias con una hermana de Paquita y vino de Catalunya en barco con sus ocho hijos.
Soy argentina, de padre argentino y madre catalana, española por herencia y de la misma generación que los nieto de Pablo Masllorens i Pallerols. Hace 30 años que vivo en Barcelona porque acepté un traslado de una multinacional europea. Como la compañía me pagaba el traslado de mis muebles con un container de los que llegan por barco, pude traer todo lo que quise, incluidas fotos de variopintas celebraciones de estas dos familias. Por eso pensé hace pocos días que valía la pena mandar copias de las fotos de la isla a su nueva propietaria, María, porque sino ese material gráfico se perdería.
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Mi abuelo llegó a Buenos Aires por barco; yo, a Barcelona por avión, pero mis recuerdos y mi pasado llegaron por el mar. Yo iba algunos fines de semana a la isla, que me parecía mágica: era como un parque de atracciones. Había que llegar por lancha -creo que una media hora-. Algunas veces era colectiva y otras era una lancha Chris Craft de madera, propiedad de la familia Masllorens, que me parecía de película de acción, porque yo tenía entre 8 y 12 años.
El mobiliario de la casa lo recuerdo como muy especial, con temática de osos y creo que había un enorme oso embalsamado. Nunca supe el por qué de esos muebles que no parecían ni para el Delta, ni la ciudad: eran de fantasía. Y la otra cosa que me fascinaba era un pequeño recoveco, que aún existe, en el salón con cortinas, donde había un piano y
otros instrumentos musicales.
La isla estaba llena de hortensias y lo que más me gustaba era el camino muy largo que iba hacia la capilla y que a sus dos costados estaba lleno de rosales. Creo que había un lago y un puente cerca, pero ahora no lo visualizo. La capilla era pequeña y oscura y recién ahora conocí la historia de su retablo.
El modernismo catalán y Josep Llimona, la escultura de la isla, su famoso "Desconsuelo", así como el "Ángel Exterminador", una pieza imponente que vi en el Cementerio de Comillas, en Cantabria, al lado del mar, han sido el hilo de esta historia sobre la isla.