Luego del pico de la tercera ola de Covid-19 en la Argentina y durante las últimas ocho semanas se ha producido un progresivo descenso en el número de contagios, en la internación en terapia intensiva y las muertes.

¿Significa que estamos transitando el episodio final de la pandemia? Aunque es una posibilidad cierta, algunas noticias ensombrecen el panorama. En el hemisferio norte, se han vuelto a registrar diariamente cientos de miles de nuevos casos y miles de muertes. Por ejemplo, Alemania llegó a casi 300.000 contagios y más de 200 muertes diarias.

La situación en algunas regiones de China es alarmante. En Hong Kong, las morgues se encuentran colapsadas.

Además, aparecen nuevas variantes de implicancias desconocidas. Cuando se inició la pandemia, la peor perspectiva era que se extendiera por dos años, semejante a la pandemia por la gripe española, un siglo atrás. Lamentablemente, esta expectativa ya se ha desvanecido.

Debemos preguntarnos si hemos respondido correctamente a los desafíos de la pandemia, tanto a nivel global como nacional.

La ciencia demostró una respuesta extraordinaria, especialmente por el desarrollo, en tiempo récord, de vacunas efectivas y seguras.

Sin embargo, este logro sin precedentes fue parcialmente opacado por aspectos geopolíticos y económicos que atentaron contra una distribución equitativa de las vacunas.

Estas inequidades previsiblemente son continuidad de las existentes antes de la pandemia.

Múltiples publicaciones científicas objetivaron las inequidades sociales y étnicas en la atención de pacientes con Covid-19, especialmente en Estados Unidos y el Reino Unido.

La más patética expresión fueron las vacunas. Las potencias imperialistas y los monopolios farmacéuticos privilegiaron sus disputas y sus ganancias, negándose a la liberación de las patentes para la producción masiva de vacunas.

La mayoría de los países de altos ingresos disponen de vacunas como para inocular varias veces a su población, mientras que la mayoría de las naciones de bajos ingresos no ha llegado a inmunizar al 20% de sus habitantes.

Este hecho constituye la explicación más plausible para la prolongación de la pandemia y la aparición de nuevas variantes, como fue el caso de ómicron.

En las poblaciones no vacunadas, hacinadas y con alteraciones inmunitarias secundarias a la desnutrición, el virus se contagia y replica más rápidamente, lo que lleva a mayores mutaciones.

Por consiguiente, no es casual el origen africano de la variante ómicron. Persisten las condiciones para el surgimiento de nuevas variantes, de contagiosidad y patogenicidad impredecibles.

Aprendimos, tal vez tardíamente, la falacia de que la variante ómicron no provocaba casos graves. Si bien ómicron se asocia a formas más leves que las causadas por la variante delta, la Organización Mundial de la Salud estimó que causó más de 500.000 muertes en tres meses.

En Estados Unidos, la mortalidad fue mayor que con la variante delta, debido a la enorme cantidad de contagios. En la Argentina llegamos a más de 6.500 fallecidos por mes, durante el pico de la tercera ola.

No obstante, es necesario reconocer que la exitosa campaña de vacunación evitó una tragedia inconmensurable.

Argentina es una de la naciones con mejores índices de vacunación. Sin embargo, estamos ante un estancamiento y son millones los que aún deben completar sus esquemas.

Mientras tanto, continúa sin tratamiento el necesario proyecto de vacunación obligatoria presentado por los diputados nacionales Juan Carlos Alderete y Verónica Caliva.

Durante estos dos años, la Argentina ha demostrado luces y sombras: al haber implementado una cuarentena inicial demasiado precoz y prolongada no se instrumentaron las restricciones requeridas para esas circunstancias en el pico de la primera y segunda ola.

Por otro lado, hubo una enorme producción científica nacional en los niveles básico, clínico y epidemiológico, con un gran número de publicaciones en revistas de alto impacto.

Se ha progresado notablemente en el desarrollo de vacunas nacionales. Se producen y utilizan masivamente pruebas para la detección del Covid-19.

Nuevamente se evidenció nuestro potencial científico y tecnológico. Este rumbo debe alentarse y profundizarse.

Es necesario avanzar en la producción no sólo nacional, sino fundamentalmente estatal de medicamentos y vacunas. Fue notorio que no es posible confiar en supuestos laboratorios nacionales.

Aunque la provisión escasa de vacunas en algunos momentos fue el hecho más trascendente, también hubo deficiencias en la provisión de muchos medicamentos como sedantes, analgésicos, relajantes musculares y anticoagulantes.

La carencia de una sólida producción nacional y estatal posiciona a nuestro país en una condición de indefensión. Seguimos transitando la pandemia y no podemos aventurarnos a pronosticar su final.

El decreto de la Municipalidad de La Plata que hace optativo el uso del barbijo en el transporte público, dependencias municipales y comercios, agrega una nueva evidencia de irresponsabilidad e ignorancia sanitaria.

Donde no parece que haya habido ningún aprendizaje es con la situación de los trabajadores de la salud, protagonistas ineludibles del combate contra la pandemia. Continúa sin mejorar y hay permanentes conflictos laborales y salariales.

La realidad de los intensivistas merecería comentarios adicionales pero ya he escrito demasiado sobre esto.

En septiembre de 2020, fui invitado al informe matinal del Ministerio de Salud de la Nación, a dar mi opinión sobre la situación de la terapia intensiva como especialidad.

Finalicé mi exposición planteando que los intensivistas somos una especie en extinción y que nuestra supervivencia depende de medidas sanitarias
y políticas que deberían ser de urgente instrumentación.

Desde entonces, los problemas de la especialidad se han agravado y poco se ha hecho para mejorarlos.

Como con el resto de los trabajadores, hay una deuda pendiente con el sector de la salud y con los intensivistas en particular.

Continuamos viviendo tiempos tormentosos en los que es necesario jerarquizar las necesidades y la salud de nuestro pueblo. En estos días en que el Congreso ha legitimado el fraude que el gobierno de Macri consumó con el FMI, debemos enfatizar que las deudas se pagan, las estafas no.

La deuda es con el pueblo.

(*) - Arnaldo Dubin es médico intensivista, profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata.