Llegamos a un nuevo 8 de marzo, las que llegamos, luego de un año muy particular.

El 2020 estuvo golpeado por una pandemia, que no terminó, que nos trajo un virus letal, desconocido, que implicó que toda una sociedad tuviera que aislarse para cuidar la vida de las personas queridas y para evitar un colapso en el sistema sanitario, como se vio en otros países del mundo.

Además, fue el primer año de gestión de Alberto Fernández, la primera vez en la historia que contamos con un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad a cargo de

Elizabeth Gómez Alcorta, y se aprobó la Ley de Acceso a la Interrupción Voluntaria del Embarazo, hitos que significan, no solo la institucionalización de las demandas del colectivo feminista, sino también la cristalización de las mismas en políticas de Estado.

No podemos negar que, durante el 2020, la discusión sobre la importancia de los cuidados en la vida de las personas, pasó al centro de la escena, y, sobre todo, la participación que tienen las mujeres.

Estos cuidados se complejizan e incrementan en un contexto de emergencia sanitaria y de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), dada la imposibilidad de acceder a los servicios de cuidados habituales, a lo que se suman actividades no previstas en la cotidianeidad como el cuidado de personas enfermas en casa y/o personas mayores, la virtualidad de la escolaridad y el ejercicio del teletrabajo.

Me parece necesario destacar que la condición de las mujeres a la hora de cuidar no es uniforme para todas: las diversas condiciones como la situación socioeconómica, la edad, la cultura, la formalidad/informalidad laboral, el nivel de estudio, la nacionalidad, la accesibilidad geográfica, entre otras, que atraviesan la realidad de las mujeres, determinan una diferenciación en el nivel de responsabilidades de las tareas de cuidado que recaen sobre ellas.

Dado que, todos estos factores impactan en la posibilidad de distribuir cuidados en el interior de los hogares, acceder a servicios públicos de cuidado y, sobre todo, adquirir servicios en el mercado de manera no homogénea.

A esto se le suma la disminución de los ingresos a causa del estancamiento que atraviesa la economía argentina. La antesala de la crisis del COVID-19 ya era compleja desde lo económico y lo laboral a raíz de los cuatro años de macrismo, que además, tuvo un impacto mayor en las mujeres.

Según los datos de la Encuesta Permanente de Hogares, durante el segundo trimestre de 2020, en plena vigencia del ASPO, las tasas de actividad se desplomaron, y las tasas de desempleo aumentaron significativamente con respecto al mismo trimestre del año anterior.

El impacto desigual es claro: las mujeres jóvenes entre 14 a 29 años, fueron las que registraron mayores tasas de desocupación. En el segundo trimestre del 2020, la tasa de desocupación de este grupo fue de 5,8 p.p. más alta que la de los hombres, alcanzando la brecha más importante de los últimos cinco años.

Si bien, los números mejoran para el 3er trimestre del 2020, la tasa de desocupación sigue siendo mayor para las mujeres.

Además, desde el Observatorio de Géneros de Cepa, desarrollamos una Encuesta para medir el impacto del ASPO en la economía de los hogares y los resultados también fueron alarmantes.

Las mujeres durante el aislamiento, duplicaron las horas promedio dedicadas a los trabajos de cuidados, y además la brecha entre hombres y mujeres se amplió.

Ante la consigna de este #8M, de “Nosotras Movemos el Mundo”, es imperante que se constituya un pacto social y cultural, que reconozca de una vez, la contribución de los trabajos de cuidado al sistema económico, y el aporte fundamental de las mujeres y otros géneros.

Y que, se reconozca lo necesario y urgente que resulta generar políticas que permitan repartir equitativamente la carga de las tareas de cuidado.

(*) - Economista e integrante del Observatorio de Género de CEPA.