Una brújula para el kirchnerismo
"La realidad argentina exige un rumbo claro, que es el de estimular inversiones para generar empleo, honrar las deudas y guiñarles el ojo a los países civilizados, pero la realidad paralela en la que habita la (vice)presidenta impone otro camino", remarcó el autor.
El Gobierno está perdido. La doble agenda -o doble personalidad- que se ve obligado a atender o a afrontar lo llevan a estar continuamente errático, con mensajes contradictorios y peligrosos.
Desde declararse republicano, pero promover un apriete, con carácter de marcha, contra la Corte Suprema, o comparar a jueces con golpes de Estado, como pronunció Cristina Fernández de Kirchner en Honduras, hasta anunciar un acuerdo con el FMI que, tres días después, terminó crispando a Máximo Kirchner y agravando una interna ya inocultable.
Una explicación posible a este comportamiento ambiguo radica en que la realidad argentina exige un rumbo claro, que es el de estimular inversiones para generar empleo, honrar las deudas y guiñarles el ojo a los países civilizados, pero la realidad paralela en la que habita la (vice)presidenta impone otro camino, que únicamente persigue su propio beneficio, representado en conseguir la tan ansiada impunidad que le quita el sueño.
En el mientras tanto, mueren jóvenes por consumo de cocaína adulterada y los ministros de Seguridad de Nación y provincia de Buenos Aires se chicanean entre ellos, como si fuera un juego político; en Rosario, acribillan a familia con una niña de un año tras un casamiento narco, pero el gobernador no aparece; el vínculo entre las mafias y sectores del Estado se vuelve indisimulable y las cárceles se convierten en usinas de terror; las góndolas de los supermercados empiezan a quedar sin abastecimiento de productos topeados, que lejos están de frenar la hemorragia inflacionaria, pero el Gobierno insiste caprichosamente con Precios Cuidados; las empresas tienen que hacer malabares para importar o exportar, y quien tiene unos pesos para ahorrar,
prácticamente tiene que pedir permiso.
Frente a este escenario, nada feliz, el kirchnerismo hace literalmente oídos sordos y pone en acciones públicas de Máximo -hasta hace unos días, jefe del bloque del Frente de Todos en Diputados- una rebeldía adolescente que empaña aún más el panorama de corto y mediano plazo. Primero, con el Presupuesto, la ley más importante con la que debe contar el Poder Ejecutivo en materia económica, y ahora, con el principio de entendimiento con el FMI.
Romper es la consigna. Conciliar y construir son malas palabras para una ideología kirchnerista que no mira más allá de su núcleo duro.
Nosotros en Juntos por el Cambio estamos dispuestos a dar el debate sobre el acuerdo con el organismo internacional de manera constructiva, aunque aún resta conocer "cómo" se alcanzarán las metas fiscales anunciadas por el ministro de Economía la semana pasada. Claro que nunca acompañaríamos si el foco en la baja del déficit está puesto en el aumento de impuestos y no en la mejor administración de los recursos del Estado.
Pero esta discusión es muy difícil que pueda prosperar si el Gobierno no zanja sus propias pulseadas internas antes y si no se sincera consigo mismo.
Porque al FMI, como a cualquier acreedor, hay que pagarle, si queremos mostrarle al mundo que somos -o queremos ser- un país confiable, coherente y atractivo para seguir tomando crédito y lograr inversiones privadas.
Aunque para eso, la introspección del kirchnerismo debe ser honesta y asumir que el cuentito de los fugadores seriales de capitales es una fábula, porque sabe muy bien que el préstamo que se pidió en 2018 fue para cancelar deuda contraída por gobiernos anteriores, entre los que se encuentra el de la propia Cristina Fernández de Kirchner.
Entonces, si bien para la actual (vice)presidenta los malos de la película son -si existieran- los neoliberales que recurren al FMI para aplicar políticas de ajuste, lo cierto es que la causa de todos los males acá es el descalabro o déficit fiscal que Argentina acarrea desde hace décadas, por lo que la autocrítica
debería ser un denominador común para todos los expresidentes.
Mauricio Macri la hizo. Ojalá, no haya que esperar mucho más por la de Cristina Fernández de Kirchner. De esa manera, habrá un punto de partida. Aunque es difícil que ocurra; quizá, porque en el kirchnerismo están convencidos de que el país nació en diciembre de 2015 o, tal vez, porque la falta de brújula los lleva a tal confusión que no les permite ver que gobernaron 14 años de los últimos 18.
(*) - Federico Angelini es vicepresidente de PRO Argentina y diputado nacional de Juntos por el Cambio.