Hiperconectado, volátil y efímero, así parece ser nuestro día a día. Vivimos rodeados de celulares e historias que duran sólo 24 horas. En ese contexto, pareciera imposible pensar proyectos a largo plazo o entender procesos que lleven o perduren años.

Sin embargo, existe un partido político en Argentina testigo y protagonista de más de 130 años de su historia reciente. Remarco lo efímero de lo cotidiano justamente por el hecho de hacer hincapié en la importancia de los partidos políticos y la participación política en general.

Sabemos que la pandemia desnudó miles de falencias estructurales y a su vez hizo crecer la desconfianza en el sistema político sobre su capacidad para solucionar problemas.

Pero este fenómeno no es local ni nuevo; de hecho, América Latina es una de las regiones con más desconfianza sobre sus instituciones del mundo y, en gran medida, debemos esta desconfianza a la pésima capacidad de los partidos políticos de generar empatía con los problemas sociales cotidianos.

Es normal ver partidos políticos disociados por completo de la realidad; esto es un problema si tenemos en cuenta que la misión de cada partido es escuchar y, en cierta medida, encauzar la voluntad popular.

Si esto no sucede se abre la puerta a ciertos liderazgos mesiánicos, basados en consignas repetitivas con poco o nulo contenido y una cierta cultura disruptiva en términos de manejo de lenguaje, mezclando el agravio permanente, la caracterización de un enemigo como "la política" y promesas vagas similares a las de la "politiquería" tradicional, pero vestidas con consignas de alto impacto emotivo.

La desconfianza generada por el sistema, su desconexión con la realidad y las consecuencias que con ambos factores vienen, lejos de ser un freno pueden ser un incentivo para construir una nueva agenda de partidos, basadas en la reconversión cultural de los espacios políticos.

Hace unos días salió a la luz el nuevo informe de Latinobarómetro titulado "Adiós a Macondo". Allí se hace referencia a cómo la pandemia echó luz sobre el gran problema de la región que no sólo no está resuelto sino que es prioridad en las demandas del "nuevo votante latinoamericano" que entró a un
mundo cada vez más globalizado: la desigualdad, o la lucha por la igualdad.

El mismo informe continúa alertando a los gobernantes y fundamentalmente a la política: "El camino de consolidación a la democracia en América Latina depende de lo que hagan sus gobernantes (...) Las élites tienen la palabra y la oportunidad de responder a la demanda de democracia de sus pueblos".

Lo que está claro es que ese nuevo votante reclama más democracia, pero ya no se banca la desigualdad.

Y aquí es donde, a mi humilde entender, los partidos políticos pueden tener quizá su última oportunidad para demostrarle a la sociedad que pueden ser capaces de escuchar, interpretar, empatizar y resolver aquellas demandas sociales que piden a gritos ser oídas y atendidas por sus representantes.

El radicalismo nacional viene lenta, pero sostenidamente realizando un proceso de renovación en todo sentido, desde la necesidad de generar frentes políticos diversos, aunque respetando identidades propias, hasta la capacidad de generar alternativas electorales atractivas no solo en términos políticos o "de votos" si no en cuanto a propuestas de desarrollo a futuro.

En ese caso podemos mencionar principalmente a Facundo Manes en la provincia de Buenos Aires, pero también a muchos dirigentes en todo el país y un destacable proceso del "think tank" de pensamiento radical que es la Fundación Alem.

Este trabajo centrado en mostrar nuevas caras con estudio permanente y serio de los problemas, pero también de soluciones, es un eje central al momento de regenerar esa confianza que la sociedad ha ido perdiendo.

También es importante destacar el rol de los gobernadores radicales que durante la pandemia dieron respuestas precisas a las necesidades de la población y fruto de eso la población les volvió a dar su voto de confianza, pero va mucho más allá de la administración de la pandemia, los gobiernos radicales fueron los primeros en recuperar la presencialidad educativa o, hablando de nuevas agendas, son los que impulsan el desarrollo sostenible real como el caso jujeño: cambio en la matriz productiva, generación de nuevas fuentes de trabajo y protección del ambiente.

Entonces, ¿qué aporta a la Argentina esta nueva UCR? En mi opinión le aporta protagonismo, ideas, plan y perspectiva de futuro. ¿Por qué? Por el simple hecho de fomentar la diversidad y expandir los límites del único frente político capaz de ponerle un freno a la locura populista de vivir sin un solo plan de gobierno.

¿Fomentar la diversidad y expandirse? Si, claro. Parte de esta nueva UCR es haber forjado una nueva personalidad, más empoderada y firme frente a la toma de decisiones en un frente político que necesariamente debe ser amplio para abarcar más demandas sociales y tener más puntos de vista que enriquezcan la oferta a la sociedad.

En resumidas cuentas, no creo que la respuesta al desencanto con la política sea menos política, sino mejor política, con nuevas caras, nuevas agendas y principalmente método para lograr generar la confianza suficiente de una sociedad que necesita cada vez más creer en algo.

(*) - Josefina Mendoza es diputada nacional del radicalismo en Juntos por el Cambio por la provincia de Buenos Aires.