Me da una sensación de bronca, sorpresa e impotencia cada vez que un dirigente o político como Alberto Fernández dice: “Hicimos el esfuerzo para ayudar a millones de argentinos”.

¿De dónde sale toda esa plata? Sí, de vos, de mí, de todos los que estuvimos o están en la actividad privada y saben lo que es depender de un sueldo, tener que pagar cargas sociales y lidiar con todas las trabas burocráticas.

Gran parte de la política vive tan desconectada de la realidad que se olvidan de cosas tan básicas como el hecho de que un Estado se financia a través de los impuestos que paga el que produce y se esfuerza. Una vez que pierden esa conexión con la realidad, de ahí en adelante, no debería sorprendernos que sus planes, diagnósticos, análisis sobre el futuro de millones de argentinos tengan el mismo sesgo.

La vacunación VIP, la fiesta en Olivos, el no cumplimiento de las cuarentenas cuando viajan, el constante castigo al que produce y genera auténtica riqueza...

No se trata de un plan maquiavélico orquestado, sino de lisa y llana sensación de privilegio e impunidad que se les mete tan adentro que pasa a formar parte de ellos como si fuera su ADN. Es la falsa sensación de que lo que sucede en el país tiene que ver con lo que ven dentro de su casta de privilegios.

¿En que momento de la historia argentina nuestros dirigentes confundieron el hecho de que somos una tierra privilegiada con ser una tierra de privilegios?

Si bien los dos conceptos pueden sonar parecidos, en el primero todos se benefician de las mismas oportunidades, mientras que en la otra unos pocos se benefician del esfuerzo de muchos.

Siempre hablamos de la potencialidad de nuestro país. Nos quedamos pensando de la época en que éramos sinónimo de éxito a nivel mundial. Vemos a especialistas tratar de dar explicaciones complejas desde el punto de vista sociológico, económico, político... Pero para mí la explicación de la decadencia es más simple: la corrupción y la falta de empatía derivada de ésta, que lo carcome todo.

No es casualidad que los países más prósperos del mundo tengan los índices de corrupción más bajo, mientras que en los que menos progresan la relación es inversa.

Honestidad, cultura del trabajo, respeto...

La disociación entre valores como la honestidad, la cultura del trabajo y el respeto por el otro (y hacia la autoridad) con la marcha de la economía de un país es directa.

Pero nuestros dirigentes siguen tocando siempre los mismos botones que tienen que ver anestesiar con ayuda social las cualidades personales que pueden hacer grande a nuestro país. Te dicen que no vale la pena que te esfuerces. Tampoco que arriesgues y pienses por vos mismo. Mejor conformarse con lo que hay e igualar para abajo.

Te tratan de adoctrinar con un pensamiento único. Y de a poco nos siguen quitando la posibilidad de salir del pozo. Pero lo más grave aún es que le niegan las herramientas a nuestros hijos para que algún día todo cambie. Negando el pensamiento crítico, relativizando el valor de la palabra y la moral.

El que vive como privilegiado intenta mantener sus beneficios a toda costa. No quiere que nadie hable diferente. Busca que no se diferentes soluciones a las ya propuestas.

Les molesta que se digan las cosas como son. Siempre viven con culpa de “ofender” a alguien. Ya que no tienen ideas o ideales. Sino que su único objetivo es mantener esos privilegios. Viven con miedo, de manera cobarde cuidando su metro cuadrado.

Hoy lamentablemente en Santa Fe, mi provincia, se convirtió un privilegio tener un comercio y que no te roben o te lo baleen los narcos exigiendo un tributo, porque las opciones son “plata o plomo”.

Es un privilegio que te paguen lo que corresponde por el fruto de tu esfuerzo y que en el medio el 50 por ciento de eso se lo lleve el Estado en impuestos.

También es beneficio de unos pocos que los chicos puedan asistir a la escuela y puedan tener garantizadas al menos dos comidas al día.

Ojalá estas elecciones sean una oportunidad para torcer el rumbo de la historia y exigir que estos “privilegios” que nombre recién sean la norma, mientras que los privilegiados que viven en la torre de marfil de la política sean castigados.

(* Amalia Granata es diputada provincial en Santa Fe, precandidata a senadora de la Nación de Juntos por el Cambio por esa provincia).