Un poco de recuerdo y sinsabor se enfrentarán como parte de la historia de Brasil el 1° de enero 2023 (si hay Ordem e Progresso en letras verdes). Quien no fue presidente en cuatro ocasiones, quien luego lo fue dos veces y dejó la silla a su compañera de militancia Dilma Rousseff con 87% de imagen positiva, el que se interesó por la política cuando visitó por primera vez la Cámara de Diputados y supo que sólo dos de ellos goteaban el lento rezongo de pertenecer a la clase trabajadora, frente a 441 que no, asumirá nuevamente la Presidencia de su patria.

Ese hombre-mito que es Lula, esa memoria viva que los primeros días de abril de 2018 se recluyó en la sede del sindicato metalúrgico en Sao Bernando do Campo, donde se forjó como dirigente, y minutos antes de ser detenido le dijo a un amigo que fuera fuerte, que no llorara, que fuera valiente como Luiza Erundina, cuya cabeza cana se zambulló en el abrazo contiguo que la esperaba, no recibirá ninguna de las bendiciones del mito que ya era en 2003, ni tampoco tendrá las facultades de entonces. Deberá crear un Gobierno 3.0 (Un Gobierno Nuevo), que además de ser otro sea mejor, como suele decir Tarso Genro.

Tendrá que actuar en el interior de su país y en el exterior. En el interior, se ocupará rápidamente del problema del trabajo y del hambre. Allí habrá muchos títulos, pero menos logros, porque son muchas las individualidades que satisfacer y escasos los recursos. En el exterior, menos palabras iniciales (aunque éstas serán tajantes) y abundantes las evidencias de una dinámica constante de transformación del poder global.

Lula es un Presidente que tiene las ideas claras en política exterior, experiencia operativa, osadía, y un equipo de trabajo con cabezas excepcionales. El experimentado diplomático Celso Amorim, cercano al nuevo Canciller Mauro Vieira, trató de sintetizarlo alguna vez: Brasil precisa volver a tener una política externa protagonista, una política externa activa y altiva. Oiremos hablar de Brasil y su interacción con el mundo.

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Algunos de los títulos en materia doméstica provendrán del mundo del trabajo, del de la alimentación, de la salud pública y de la educación. Deberá trabajar en esas direcciones sobre un tejido muy dañado y extendido, y son de los temas más sensibles para Lula. No se trata únicamente de dar alimentos sino de darlos con inteligencia y sofisticando la administración de los recursos.

Los funcionarios que lo acompañen deberán abocarse a la revisión del Sistema de Defensa Nacional, de Política económica y del Pacto Federativo mismo, cosas que son apremiantes en las cuestiones de Seguridad Pública. Y estas cuestiones –ordenadas como piezas de un reloj- naturalmente funcionarán en un mundo dislocado, en el que el desempeño de esta fase del capitalismo global monopólico muestra más que señales de fatiga de material y en momentos en los que la pérdida de crédito internacional, había empezado a afectar el clima de negocios que reinaba en Brasil.

Lula 3.0 será imprevisible, pero no es lo mismo corregir que improvisar. Lula tiene convicciones y sentido de dirección, lo que sin dudas son un activo. Es muy posible que el nombramiento de Ilan Goldfan en el BID (un economista clásico, joven, prestigioso) le dé opciones, que no le darán ni la oposición ni la brecha existente en la sociedad. Una idea de las distancias la ofreció el vicepresidente saliente Mourão, quien propuso la eliminación del aguinaldo, sostuvo que los niños criados sin la presencia de los padres “tienden a ingresar en el narcotráfico”, y anunció orgulloso que su nieto era un paso adelante hacia el “blanqueamiento de la raza”.

En materia de cambio climático Lula tendrá su lugar, y con seguridad en política contra las drogas, sumado a Petro y López Obrador.

Es seguro que, en la dimensión de sus aspiraciones, Chico Buarque, Glauber Rocha, y Jorge Amado estarán acompañándolo. Lula y ellos: estén donde estén, todos se sentirán mejor acompañados.