Cuando hablamos de tareas de cuidado, hablamos de todas aquellas actividades en las que trabajamos y desarrollamos cotidianamente y que son necesarias para asegurar la reproducción de la vida.

El trabajo de cuidado implica cuestiones de tipo físicas, como cocinar, limpiar, el cuidado de niñes, personas mayores o personas con discapacidad que requieran apoyos de algún tipo. Pero también incluye trabajos de tipo emocionales y/o psicológicos dentro de la familia.

En una sociedad de tipo capitalista y patriarcal como la nuestra, las tareas o trabajos de cuidado están principalmente en cabeza de las mujeres. Tareas que, por otro lado, nunca son remuneradas.

Que lo hagamos de manera gratuita no es algo neutral. Es condición necesaria para que este sistema funcione, ya que nuestras tareas son gratuitas, pero generan valor que puede ser traducido fácilmente en dinero.

En efecto, conforme a una investigación elaborada por la CEPAL en 2021, la contribución del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados a la economía representaría entre el 15,9% y el 27,6% del Producto Interno Bruto (PIB). En muchos países, además, esos porcentajes son mayores que cualquier otro tipo de producción nacional.

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Sin embargo, siempre lo hacemos gratis. O, mejor dicho, a costa de nuestros cuerpos, pues alguien paga las consecuencias de dicha tarea.

Somos las mujeres, producto de la división genérica del trabajo, quienes nos hacemos cargo en mayor medida de la realización de este tipo de trabajo no pago.

Conforme a la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT), elaborada por el INDEC en el año 2021, las mujeres participan en el trabajo no remunerado en mayor proporción que los varones: el 91,7% realiza trabajo doméstico, de cuidado, de apoyo a otros hogares o voluntario.

En el caso de los varones lo hace el 75,1%. Es decir, 9 de cada 10 mujeres llevamos adelante tareas de cuidado no remuneradas, en cambio 3 de cada 10 varones sencillamente no las realiza.

Ahora bien, bajo qué condiciones se desarrollan estas tareas obviamente varía dependiendo de las condiciones socioeconómicas de aquelles que las hacen. En los casos de las mujeres de sectores populares sucede que las tareas de cuidado son mayoritariamente absorbidas por la familia y, por las mujeres del grupo.

La incidencia del cuidado por parte de las instituciones y del mercado es siempre menor. Las deficiencias en la oferta de instituciones del Estado que hagan tareas de cuidado son absorbidas por las mujeres, como así también la falta de condiciones económicas para obtener del mercado trabajo de cuidado remunerado.

¿Qué queremos decir con esto? Que en los sectores populares si faltan vacantes para jardines maternales, esa tarea va a ser tomada de manera gratuita, mayoritariamente por la mujer.

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Y, si no hay plata para contratar una niñera, esas tareas van a ser realizadas por la mujer del hogar o por mujeres allegadas, (cuida una vecina, una amiga, un comedor comunitario generalmente dirigido por mujeres, etc).

Conforme a la ENUT del 2021 respecto de las tareas de cuidado y el de apoyo a otros hogares, a la comunidad y voluntariados, la participación de las mujeres es del 9,3%, frente a 6,1% de los varones. La pandemia del covid-19, entre otras cosas, evidenció la importancia que tienen las tareas de cuidado.

Recorriendo los barrios del conurbano y en particular en Vicente López, mi lugar de origen, pude observar de manera directa como las tareas socio-comunitarias permitieron resolver el cuidado y la alimentación en los sectores populares a través de comedores, merenderos, promotoras, etc.

De hecho, dentro de los trabajadores y trabajadoras de la economía popular, según registros del RENATEP, alrededor de 850.000 realizan trabajos de cuidados comunitarios.

Es por ello que presenté un proyecto elaborado en conjunto con mujeres de la organización social Barrios de Pie y con el conjunto de la UTEP, para crear un "Sistema integral de protección del trabajo de cuidado comunitario".

Con esta iniciativa se reconoce el valor social que tiene el trabajo de cuidado comunitario como sostén de la vida del conjunto de la sociedad, constituyéndose como apoyo fundamental de los sectores socioeconómicamente vulnerados de la sociedad.

Tenemos como legisladoras la obligación de incorporar la perspectiva de género en el diseño de las políticas públicas y en la labor parlamentaria.

Es una necesidad que debe tornarse imperativa en la agenda política de cualquier gobierno que defienda la justicia social.

Ya no podemos perder más tiempo, llegó el momento de visibilizar y avanzar en las políticas del cuidado.

(*) - Natalia Souto es diputada nacional por la provincia de Buenos Aires y dirigente SOMOS/Barrios de Pie en el Frente de Todos.

ESTA COLUMNA CONTIENE LENGUAJE INCLUSIVO.