"Permitidos" es una comedia dramática dirigida por Ariel Winograd en 2016 que pone en escena a una pareja de personajes caracterizados por Lali Espósito y Martín Piroyansky, que a modo de juego decide explorar nuevas posibilidades sexoafectivas. Acuerdan que cada uno de ellos va a tener la libertad para designar un "permitido", es decir, una persona con la que entablar una relación.

En el marco de la desconcertante realidad política argentina actual, el plan de contracción fiscal y monetaria que tiene como cara visible al nuevo ministro de Economía, Sergio Massa, pasó a ser el ajuste "permitido" de Cristina Kirchner. ¿Cómo se extrapola este concepto en la saga clase B de los tres reinos del Frente de Todos? Que resignada frente a lo que considera la inevitabilidad del ajuste, ya sin margen para ejecutar un programa diferente al que le impone al Gobierno el Fondo Monetario Internacional, Cristina hizo un conveniente switch off de sus habituales críticas a las políticas de achicamiento del gasto y con su silencio "permite" que se haga.

¿Pero cómo hace la Cristina Kirchner de agosto de 2022 para explicarle a la Cristina Kirchner de septiembre del 2021 -que destrozó públicamente a Martín Guzmán por pactar con el FMI la claudicación y el entreguismo- que el actual ajuste (menos moderado que aquel) es contextualmente aceptable? Sólo ella y algunos pocos privilegiados de su círculo lo saben a ciencia cierta.

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Una hipótesis, sin embargo, permite arriesgar que en los tiempos de torpedeo sistemático al moderado ajuste de Guzmán, cuando por ejemplo Andrés "Cuervo" Larroque, el lanzallamas oficial de La Cámpora, decía que "en 2021 la sociedad dio su veredicto sobre su política de desarrollo" y afirmaba que "no lo votó nadie", al kirchnerismo le convenía fidelizar a su núcleo duro, en el marco de una estrategia de autopreservación frente al descrédito creciente del Gobierno.

El rechazo al acuerdo con el FMI era una señal bastante clara del juego que estaba haciendo el kirchnerismo meses atrás, lo que deja entrever que el posicionamiento coyuntural en ese debate tenía un origen más político que ideológico.

Cristina Kirchner y La Cámpora habían lanzado una cruzada fuerte contra Guzmán, a quien no le perdonaron la forma en que llevó la negociación con el FMI. Lo acusaban directamente de haber mentido sobre los términos del entendimiento: se enteraron un día antes del comunicado oficial de que no había pactado una reestructuración de la deuda sino la emisión de un nuevo crédito para pagar el colosal préstamo contraído por la administración de Mauricio Macri. También tenían en la mira al ex ministro por haber discontinuado el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). 

El fallido desplazamiento por parte de Guzmán del ex subsecretario de Energía Eléctrica Federico Basualdo, un allegado a Cristina Kirchner, reavivó las llamas del enfrentamiento, que dejó a la coalición oficialista al borde la disolución. El funcionario kirchnerista era partidario de mantener pisadas las tarifas de servicios públicos, y apenas admitía una corrección del 9%. Basualdo era una piedra en el zapato para el ex titular del Palacio de Hacienda, quien luchaba internamente para avanzar con la política de segmentación de subsidios, con  aumentos más cercanos al nivel de inflación. Esa batalla la ganó La Cámpora y Guzmán quedó debilitado. No era la primera ni sería la última estocada del kirchnerismo a la autoridad del discípulo de Joseph Stiglitz.

Lo que tímidamente insinuaba Guzmán para reordenar las cuentas públicas es lo que poco después delineó su sucesora Silvina Batakis y más todavía Sergio Massa apenas asumido en el cargo. ¿Por qué entonces Cristina y el kirchnerismo adoptaron una postura diametralmente opuesta con el líder del Frente Renovador?

"Fuerza compañero", escribió Larroque después de que el tigrense anunciará una batería de medidas de ajuste que con otro inquilino en el Palacio de Hacienda habría habrían ameritado la diatriba despiadada del secretario general de La Cámpora. 

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El motivo de este giro copernicano es que con la agudización de la crisis, la vicepresidenta entendió que por más que se diferenciara del Gobierno de Alberto Fernández, el crack económico que estaba a punto de producirse en medio de la corrida bancaria se iba a llevar puesto a todo el Frente de Todos, no solamente al presidente. La gente no iba a diferenciar entre Alberto y Cristina cuando el buque de la economía argentina se estrellara contra el iceberg.

En ese marco, la opción Massa aparecía como el "mal menor" para la líder del kirchnerismo. Un hombre apreciado por el "Círculo Rojo", con una vasta red de contactos con sectores del poder económico local e internacional, era la última carta para calmar a los mercados y disipar el riesgo de una devaluación abrupta y una hiperinflación. Ese era un escenario que Cristina Kirchner no descartaba.

Efectivamente, cuando se corrió la versión fuerte de que el ex titular de la Cámara de Diputados iba a asumir como flamante ministro de Economía, la disparada del dólar se frenó y se estabilizó el tipo de cambio paralelo.

Para la vicepresidenta, la tercerización del ajuste a través de Massa tiene un beneficio apreciable. Cristina Kirchner calcula que el tigrense, a quien ahora le prenden una vela para que el Frente de Todos llegue con alguna chance en 2023, será junto al presidente quien pagará el costo político de las medidas antipáticas, mientras ella, con su silencio, mantiene incólumes sus banderas históricas. En el futuro podrá alegar que ella nunca emitió palabra a favor de las medidas de achicamiento del gasto. De todas maneras, una imagen vale más que mil palabras. La foto de ella reunida con Massa en su despacho del Senado, dándole apoyo político, es una prueba difícil de ignorar.