La investigación por la muerte del fiscal Alberto Nisman está virtualmente paralizada dese hace cuatro años y medio, cuando la Gendarmería Nacional -que dependía por entonces de la ministra de Seguridad de Cambiemos, Patricia Bulrich- dictaminó que el hombre que había denunciado a la entonces presidenta Cristina Kirchner por encubrimiento de los iraníes acusados de volar la AMIA, había sido asesinado.

Desde entonces, para el juez Julián Ercolini y el fiscal Edudardo Taiano, hay identificado un solo responsable: el técnico informático Diego Lagomarsino, un singular empleado de la UFI AMIA que tributaba la mitad de su sueldo al fiscal y le proveyó el arma que acabó con su vida.

Lagomarsino es considerado partícipe necesario del supuesto homicidio ocurrido ocho años atrás, y en caso de ser condenado le correspondería pasar el resto de su vida en prisión. Pero hasta hoy no pasó ni un minuto preso.

Menos aún: la defensa de Lagomarsino, a cargo de los abogados Maximiliano Rusconi y Gabriel Palmeiro, son los únicos que activan la investigación, con resultados negativos, por cierto.

Lagomarsino pidió la declaración testimonial de los gendarmes que firmaron el informe que habla de un homicidio, para confrontarlos con la que él supone es la realidad y demostrar que lo que suscribieron es imposible que hubiera ocurrido. Nunca le proveyeron la prueba.

También pidió la declaración del ingeniero José Luis Manzano, quien intervino en el peritaje realizado en el Departamento Técnico Científico del Cuerpo de Investigaciones Fiscal del Ministerio Público de Salta sobre las manos del cadáver de Nisman.

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El peritaje en el que intervino Manzano en Salta, poco después de la muerte del fiscal, indicó que había rastros de manipulación, bien de un arma de fuego, bien de pirotecnia. Pero la teoría oficial, sostenida en el expediente, afirma lo contrario y sobre eso basa la hipótesis de que Nisman fue asesinado.

Las manos de Nisman tenían muestras “consistentes” con el disparo de un arma de fuego. Eso no alcanza para asegurar que disparó, pero tampoco para descartar que lo hubiera hecho. Deja un margen de duda que, cuanto menos, impide descartar la teoría del autodisparo.

La investigación está delegada en el fiscal Taiano y ello es un obstáculo para que las partes que aún conservan interés en la causa puedan saber qué ocurre.

A lo único que tienen libre acceso es al expediente que tramita bajo el sistema Lex 100, que maneja el juez Ercolini, pero como la investigación está “delegada” en el fiscal, allí lo único que aparece son los resúmenes bancarios de Lagomarsino y sus pedidos para viajar a más de 100 kilómetros de su casa, porque aún se le mantiene la prohibición de salir del país, que se le dictó ocho años atrás.

Nada relevante arrojó el análisis del cruce de llamados entre medio millar de líneas telefónicas en la periferia del edificio en el que apareció muerto Nisman en las horas previas y posteriores a la aparición de su cadáver.

Taiano repasó toda la prueba (y produjo de nuevo gran parte de ella) que ya había realizado la primera investigadora del caso, la fiscal Viviana Fein (hoy jubilada).

Los propios protagonistas de las llamadas, gran parte de ellos agentes de inteligencia, declararon en la fiscalía y no aportaron nada que robustezca la teoría del homicidio del fiscal que fue encontrado sin vida en el baño de su departamento.

El desfile de agentes (actuales y ex) de inteligencia para aportar lo que supieran o hubieren conocido en torno a la muerte de Nisman también fracasó.

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Incluso la última, a pedido del propio Antonio Stiuso, quien pareció aprovechar el escenario para enmarcar su reaparición en la arena política mucho más que a aportar datos relevantes para la investigación.

Los espías contaron internas, operaciones, intrigas y miserias varias de su actividad, pero de la muerte de Nisman, nada. Hace un año y medio que desfilan semanalmente y en sigilo por Comodoro Py y la prueba clave que permita descubrir qué pasó con Nisman sigue sin aparecer.

La causa está desde hace más de tres años en condiciones de ser elevada parcialmente a juicio oral, con Lagomarsino y cuatro custodios acusados -estos últimos- de incumplimiento de los deberes de funcionario público, un delito que probablemente ya haya prescripto.

La pregunta: ¿Quién mató a Nisman? sigue sin respuesta probablemente por tres razones: porque nadie lo mató; porque la investigación, sobre todo desde que aterrizó en Comodoro Py, es tan pobre que no consigue hallar una respuesta, y porque los asesinos descubrieron que para que un crimen sea perfecto es necesario que la investigación no lo sea.