Entre los grandes momentos de mi vida, quedó fotografiado el día de la asunción de Alfonsín, donde nos abrazamos absolutamente todos, peronistas y radicales, todos en la misma plaza, mirando un mismo escenario y aplaudiendo al Colorado Abelardo Ramos, al Bisonte, a Luder, por supuesto que a Raúl y a todos lo grandes que no se murieron y soportaron que se vayan los Montoneros, que se vaya el E.R.P., que se vayan los militares del proceso, limpiar la sangre, desenchufar las picanas, secarnos las lágrimas, dejar de andar a los manotazos en las noches de la ignorancia y el odio, no escuchar más explosiones ni balazos y buscar un horizonte con un sol grande como el de nuestra bandera y ver salir el sol.

En búsqueda de esa mística, y aprovechando el día de nuestra bendita democracia que tanto nos costó a TODOS, me fui a Plaza de Mayo a abrazarme con todos los demás que luchamos por la democracia. Sé que algunos no estaban, que murieron, pero los que estuvimos nos teníamos que encontrar, tampoco eran tantos como en la época de Raúl. 

Me encontré con cantidad de personas que no sabían porqué estaban, para que no le descuenten el día, para que le den un plan, o simplemente para putear a Clarín y a Macri. Como era la democracia lo que se festejaba, pregunté cuál era la columna radical; unos chicos con la cuarta parte de años que los 40 años de democracia se me vinieron al grito de facho, basura, vos sos la dictadura.

Salí corriendo y me topé con un montón de gente que, al grito de Cristina, miraban para el escenario esperando la salida de la gente que restableció la democracia. Me escondí detrás de un parlante a esperar que termine un conjunto que cantaba temas anti semitas y hablaba a favor de los guerrilleros de Medio Oriente, hasta poder ubicarme en el grupo que estaba a favor de la droga y el aborto, que estaba junto al de los 4500 presos liberados, que estaba detrás del partido de Amado Boudou, que estaba mucho más adelante que los pañuelitos verdes, que estaban junto a Máximo y su gente, armando las listas de los futuros escraches a los que no pensamos como ellos.

Me compré una gorra con la cara de Parrili y, tapándome con un choripán de la UOCRA y una bandera no sé bien de quién, esperé en el escenario el momento tan esperado que me remontaría a mis días de militancia.

De golpe veo salir a Cristina que, a los codazos y como un director de orquesta sin batuta, aleteaba más que como una golondrina como un vampiro exaltado, queriendo ganar el centro de la escena. Detrás Alberto, ahiiiiií Alberto, cuidándose de no pasarla y manteniendo estoicamente ese segundo plano que le sienta tan bien y nos hace sentir tan respaldados; y detrás, y como podía, Mujica oficiando de maestro de ceremonia del rey de la Bossa Nova Lula da Silva, traído especialmente de Brasil para interpretar a la chica de Ipanema temas como el Lawfare y La Garota, o la perseguida política, canciones de su nuevo repertorio que hicieron la delicia de todos los que debajo sólo pedían la destrucción del enemigo.

Y al final el show, la reina de la honestidad contando sus hazañas contra el capitalismo, su inocencia contra la corrupción y su lucha por la igualdad de los pobres, sin explicar que lo que busca es que todos seamos igual de pobres para ella perpetuarse en el poder.

Luego, el final anunciado. El tío Alberto y su relajante obsecuencia, interpretando temas como: No te preocupes Cristina, Gracias Máximo, Gracias Cristina, Yo cumplí, Ahora arranco, y cerrando con el emocionante y recordado "Ah, pero Macri...", que hizo de las delicias de toda la concurrencia.

Terminado el recital, y sin ver a nadie que sea representante de la democracia, en medio de una mugre infernal, crucé Plaza de Mayo y me encontré con Moreau, con quien me abracé tan fuerte cuando ganó Raúl. ¡¡Leopoldo!! ¿Te acordás de mí? Y en cambio de abrazarme, comenzó a gritar desesperado GORILA HDP... LPMQLP...

Me subí al DeLorean, que se lo había sacado a de Pedro, que lo había manoteado para dárselo a Carlotto y Bonafini, que se lo querían llevar para la fundación.