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En los conventillos era normales las peleas ridículas, pero no menos peligrosas, que podían comenzar con el robo de broches que sostenían la ropa al sol y terminar a media noche con un apuñalado.

Las famosas peleas de conventillo que inspiró a mi amado Vacarezza a escribir el memorable Conventillo de la Paloma. Por supuesto, en 1929 hubiese sido imposible para el autor hablar de la Guerra de las Galaxias, ya que con las inmigraciones, lo normal en la torre de Babel que acunaba el conventillo, el problema de la convivencia entre distintas etnias y razas era lo normal. Muchos años después, Lucas y Spielberg con la Guerra de las Galaxias nos abrieron un futuro posible, lejos de turcos, judíos, armenios, italianos, gallegos el problema venía dentro del sistema solar y no en La Boca.

Pero bien, hace un par de semanas vimos cómo un tipo llevó a pasear a la familia por la estratósfera y una hora después estaba descansando en su casa… Me sigue, ¿no? Vuelvo al Conventillo de La Paloma, y por supuesto esta vez trasladado a Olivos. El desopilante sainete con la paloma como protagonista, esta vez nos relata un universo increíble de personajes insólitos. La maestra enloquecida que somete al alumno, los vivos que se afanan las vacunas y ponen cara de yo no fui, las fiestas en el conventillo balbuceando incoherentes excusas y confundiendo en cada relato su presente comparándose con próceres más parecido a un relato de Dante que a una obra popular argentina.

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Lo malo es que nos acostumbramos a esta ridícula obra que te hace reír todos los días sin darte cuenta que el teatro se incendia mientras la paloma se pavonea enloquecida, tratando de seducir al par de guapos que pelean por su amor.

Repito, lo peor somos nosotros, el público, que mientras observamos ese triste espectáculo que nos destruye el pasado, el presente, y el futuro, y nos distrae de una realidad en la que no podemos darnos cuenta de que esos personajes ridículos e inescrupulosos, nos revientan la República sobre el piso. Nos llevaron a un status de sainete conventillero en el que el ritmo, la vorágine, nos sitúa dentro de la obra, tomando lo terrible como una situación normal, y siendo coprotagonista de una banda de desquiciados que pasan de la paranoia a la esquizofrenia sin solución de continuidad, que hace que veamos normal estar encerrados, presos, sin poder movernos un año en esta situación tan rara que estamos viviendo.