En Argentina, las imágenes que surgen en el ámbito político oscilan con frecuencia entre lo grotesco y lo perturbador. En la reciente marcha por el presupuesto universitario, observamos a Massa vociferando entre militantes y tomando mate en medio de la manifestación. 

Resulta francamente obsceno verlo participando en dicho acto, tras haber dilapidado aproximadamente 15,000 millones de dólares de todos los argentinos en su campaña electoral y luego de una gestión marcada por la corrupción, de la cual muchos empresarios pueden dar fe, considerando las coimas que debieron pagar en el marco del régimen de importaciones.

El peronismo está plagado de individuos sin escrúpulos que arruinan la economía y la política, y después de hacerlo, en lugar de afrontar las consecuencias legales, aparecen en marchas reclamando más presupuesto. Un presupuesto que ellos mismos destruyeron. Y cuando lo hacen, siempre cuentan con una legión de militantes-delincuentes que los aplauden.

Antes de la marcha, mencioné que nunca se debe coincidir con el kirchnerismo. La manifestación me dio la razón: la presencia de Massa y de otros dirigentes peronistas acaparó todas las fotografías y enojó a mucha gente que valora la educación, pero que también entiende que el sistema necesita ser más eficiente y menos corrupto.

¿Por qué Lousteau o Yacobitti no repudiaron la presencia de Massa o la adhesión de CFK? No lo hicieron porque son aliados, y porque creen que, eventualmente, terminarán haciendo acuerdos con el peronismo en detrimento del gobierno de Milei.

Quienes apoyamos ciertas políticas de este gobierno y cuestionamos otras, sabemos que, si Argentina vuelve a caer en las manos de la mafia peronista y resurgen figuras como CFK o Massa, el colapso será total. Ya conocemos el desenlace cuando Macri fue derrotado y la organización mafiosa liderada por CFK, Alberto Fernández y Massa accedió nuevamente al poder.

Es fundamental estar alerta ante personajes como Lousteau o Larreta, quienes consideran que la única forma de vencer a Milei es aliándose con ciertos sectores del peronismo. La única función civilizadora que debería cumplir la política argentina es reducir al PJ a su mínima expresión.

Larreta, quien también defiende la idea de aliarse con sectores del PJ, asistió a la marcha y fue insultado y agredido. Larreta sufre del síndrome de Estocolmo y ha realizado esfuerzos desmedidos para congraciarse con los progresistas y el peronismo: hablaba en lenguaje inclusivo, rendía homenajes a Evita, designó a una ministra discípula de Grabois (María Migliore), otorgó negocios a cuanto peronista se le acercaba y, aun así, fue a la marcha y vio cómo su amigo del alma, Massa, se desenvolvía cómodamente, mientras a él lo hicieron pasar un mal momento.

Larreta, como jefe de gobierno, había convertido al PRO en una extraña amalgama de partido woke y filo-peronista, traicionando así al sector que le permitía ganar elecciones. Al darle la espalda a su electorado, provocó una enorme fuga de votos que, irónicamente, terminó fortaleciendo a Milei. Mantuvo Buenos Aires llena de piquetes, asegurando que era imposible removerlos. Hoy, sin embargo, no hay piquetes, y queda demostrado que su opción de tolerar a los violentos y menospreciar a la ciudadanía que clamaba por poder circular libremente fue un rotundo fracaso.

Pese a todo, el progresismo sigue despreciándolo (si Alberto Fernández hubiera asistido a la marcha con Fabiola del brazo, lo hubieran tratado mejor que a Larreta), y él persiste en creer que puede encontrar refugio en opciones progre-peronistas. Debemos ser cautelosos con los radicales o ex-PRO que todavía piensan que hay racionalidad en el peronismo.

El gobierno de Milei necesita encontrar aliados razonables para evitar el riesgo de un retroceso. A veces parece que tiene dificultades para comprender asuntos que son realmente elementales.

Lo más preocupante sigue siendo que la economía se encuentra en recesión y que la situación de la población es adversa. Lo positivo, sin embargo, es la desaceleración de la inflación y la gran cantidad de desregulaciones y medidas implementadas para reducir los precios y facilitar la vida de los ciudadanos.

Medidas como la adoptada en la provincia de Mendoza, que permite la importación de medicamentos desde la India para reducir los costos, evitando así la dependencia de empresarios como Sigman, o la eliminación de la inclusión de tasas municipales en las facturas de servicios (una estafa en sí misma), son acciones que minan el poder de las corporaciones.

El gobierno debe discernir entre los opositores leales y aquellos que anhelan revertir las reformas para regresar al status quo. Los de siempre. Los que perpetúan un país miserable y se enriquecen como aliados del poder. En Argentina, el tren fantasma siempre está listo para partir: CFK, Massa, Lousteau, Larreta, Pichetto, Grabois, Stolbizer, La Cámpora, los sindicalistas corruptos y los empresarios prebendarios.

La encrucijada es clara: la alianza de quienes buscan reformar la Argentina o la Argentina de las corporaciones. Parecería fácil decidir dónde radica la verdadera virtud política.