Me dolió mucho la muerte de Miguel Lifschitz. Quizá como la de ningún otro colega que tuvo que partir. Es que Miguel era mucho más que un colega de la política para mí. Era un amigo. Y suena raro, en la Argentina de hoy, tener un amigo en otro espacio partidario.

Pero con Miguel, creíamos en el diálogo cara a cara, cafés, almuerzos o asados de por medio. Siempre estuvo abierto a escuchar, incluso siendo adversarios políticos. Y ese diálogo, que hoy escasea en Argentina, nos llevó a construir una amistad que ya se extraña.

Seguramente, íbamos a ser contrincantes en las próximas elecciones legislativas, si finalmente él confirmaba su candidatura.

No puedo no reconocer que me hubiera gustado competir con el candidato con mejor imagen de la provincia de Santa Fe. Porque Miguel enaltecía a la política; hacía mejores a sus competidores.

Si bien es cierto que defendíamos una ideología diferente, también es verdad que había varias ideas que nos acercaban mucho.

Entre ellas, instituciones fuertes, transparencia y la lucha contra el narcotráfico y la corrupción.

Miguel murió porque no quiso saltarse la fila de las vacunas contra el coronavirus, mientras otros dirigentes políticos abusaban de su poder para aplicarse parte de las pocas dosis que habían conseguido para inocular a la población argentina de riesgo.

Miguel quiso esperar su turno y luchar contra la enfermedad.

Literalmente, dio su vida en nombre de la lealtad y la honestidad.

Por eso, su muerte no puede ser en vano. Cada representante del Estado, se encuentre en el Poder que sea, debería tomar nota de esta actitud para recuperar valores que, en algunos espacios políticos, han perdido la batalla contra la corrupción.

Como yo veo a la política argentina, creo que, en los últimos años, hubo dirigentes que le han hecho muy mal al país. Pero no tanto por los gobiernos que han llevado adelante o proyectos de ley que hayan presentado, sino principalmente por los valores que han intentado inculcar.

En Juntos por el Cambio, aún con los errores que siempre asumimos, compartíamos con Miguel muchos de los valores y actitudes que creemos que Argentina debe reflotar para salir adelante.

La autocrítica, la cultura del trabajo, el republicanismo, la institucionalidad, el diálogo, la honestidad, la sinceridad, el dar la cara, el pedir disculpas, la transparencia, los buenos modales y la educación: creo que son pilares fundamentales para el futuro de cualquier sociedad.

Miguel, igual que quien escribe, los defendíamos. Y, también en su nombre, los seguiremos defendiendo.

(*) - Federico Angelini es diputado nacional de Juntos por el Cambio y vicepresidente del PRO.