La repentina salida del Gabinete nacional del ministro de Economía, Martín Guzmán, harto de lidiar con el kirchnerismo, demuestra que incluso en los momentos más críticos de un Gobierno en ejercicio, en la Argentina siempre se puede estar peor.

La renuncia de Guzmán, conocida en momentos en los que la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, crítica de su gestión al frente del Palacio de Hacienda, procuraba una vez más dar cátedra sobre política económica durante un acto en Ensenada, causó un verdadero terremoto político en la tarde de este sábado.

El proceso de implosión de su propia criatura de Gobierno que parece estar liderando Cristina desde aquella frase sobre los "funcionarios que no funcionan" de octubre de 2020 encuentra hoy al oficialismo en su hora más dramática con el portazo de Guzmán, el presunto "garante" del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que tanta urticaria provocó en la facción kirchnerista del Frente de Todos.

La decisión del ahora ex ministro, apenas tomó estado público, generó que de inmediato se tornara más densa la neblina en torno del presunto rumbo hacia el que intenta avanzar el presidente Alberto Fernández y sus colaboradores en la gestión en busca de atender y solucionar los problemas más acuciantes de la sociedad, con la inflación a la cabeza.

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Un igualmente espeso manto de incertidumbre, en forma de gigantesco signo de interrogación, revolotea ahora sobre el mercado cambiario, a la espera de lo que pueda ocurrir a partir del próximo lunes cuando comiencen las operaciones en el circuito financiero doméstico, después de una agitada semana en la que la cotización del dólar blue alcanzó un nuevo récord.

En este sentido, en el Gobierno temen que la disparada del billete estadounidense en el sector informal haya generado un aumento de precios "por especulación" comercial en el ámbito minorista, lo que pondría en serio riesgo las pretensiones de la Casa Rosada de anunciar el próximo 14 de julio que la inflación de junio pasado se ubicó por debajo de la registrada en mayo -ese mes el costo de vida aumentó 5,1 por ciento-.

Tras la salida de Roberto Feletti de la Secretaría de Comercio Interior, Guzmán se había transformado en el líder absoluto de la cruzada del oficialismo en contra de la suba de precios, pero en los últimos días hasta sectores del massismo habían comenzado a mirar de reojo al ministro, mientras se acrecentaban las dudas sobre su verdadera capacidad para domar la espeluznante inercia inflacionaria que se registra en la Argentina.

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De cualquier modo, Guzmán termina cayendo por presiones del kirchnerismo y probablemente harto del "fuego amigo" sostenido en las últimas semanas de parte del ala cristinista del Gobierno, en medio de tensiones permanentes y a simple vista irreconciliables entre sus colaboradores más estrechos -y él mismo- y los dirigentes camporistas del área de Energía.

Más allá del simbolismo de relegar a un plano absolutamente de reparto a Cristina y a su discurso en Ensenada, donde la ex mandataria volvió a asumir un rol de "opositora" dentro de su propio Gobierno, la renuncia de Guzmán ubica a Fernández en una posición de mayor vulnerabilidad frente a las críticas que recibe de parte del kirchnerismo y enciende luces de alerta en materia de gobernabilidad.

Queda por verse quién será el encargado -o la encargada- de reemplazar al ahora ex titular del Palacio de Hacienda. ¿La decisión la tomará el Presidente o la propia Cristina, en definitiva, su "jefa" política, más allá de las recientes desavenencias entre ambos? Y en tal caso, si en efecto es la ex mandataria quien resuelve, ¿volverá a boicotear la gestión del nuevo ministro en el caso de que éste no cumpla al pie de la letra con las pretensiones del kirchnerismo, como ocurrió con Guzmán?

Especulaciones al margen, la intempestiva salida del Gobierno del discípulo del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, a quien Fernández finalmente le soltó la mano en un intento por preservar la unidad del Frente de Todos con vistas a las elecciones generales de 2023, confirman una vez más que en la Argentina, aunque cueste creerlo, siempre se puede estar peor.