El difícil Congreso que le espera a Alberto Fernández en su última Asamblea Legislativa
El presidente encontrará un Congreso escéptico, incluyendo al bloque oficialista que disimulará sus grietas aplaudiendo los fragmentos más contundentes del discurso. Lo más interesante pasará por la interpretación de las gestualidades de Cristina Kirchner, la incómoda anfitriona de la ceremonia.
El próximo miércoles cerca del mediodía, el presidente Alberto Fernández tomará asiento a un lado de la vicepresidenta Cristina Kirchner, la incómoda anfitriona de una Asamblea Legislativa que será la última de su mandato como jefe de Estado. Se acercará al micrófono y los murmullos generales apaciguarán para escuchar su mensaje, que durará aproximadamente 90 minutos, a juzgar por sus anteriores presentaciones.
Para Fernández será la escenografía perfecta para recitar lo que considere como logros de gestión, a pocos meses de concluir su tarea en la Casa Rosada, y con el suspenso alimentado por él mismo acerca de si se embarcará en una candidatura por la reelección. En este sentido, evitará caer en el juego del kirchnerismo que le exige con persistentes operaciones en on y en off que explicite de una vez por todas si se subirá al ring por otro mandato; y si mirará la pelea desde fuera de las cuerdas del cuadrilátero, como mero espectador.
La Asamblea Legislativa que le espera a Fernández es la de un Congreso distante, incluso por un oficialismo variopinto que disimulará su escepticismo (y en más de un caso desprecio hacia la figura presidencial) aplaudiendo los fragmentos más contundentes del discurso. Los aplausos taparán superficialmente las grietas que existen entre las distintas facciones del Frente de Todos, donde lo más interesante —y lo más auténtico— pasará por escrutar e interpretar las gestualidades de la vicepresidenta, quien deberá cumplir con el rol institucional como titular del Senado, mal que le pese.
Juntos por el Cambio, por su parte, sobreactuará las reacciones al discurso y armará su propio show de cotillón para robarse una cuota de protagonismo, ajustando la realidad a sus propios intereses políticos. Al término de la sesión, la Sala de los Pasos Perdidos será el escenario en el que desfilarán los dirigentes opositores para visibilizarse con discursos inflamados, y allí florecerán las metáforas sobre "bombas de tiempo" y otras exquisiteces de la retórica del pánico y del incendio.
LEE: Coparticipación: el Gobierno aprobó un pago de $98.500 millones en bonos a la Ciudad
Son las reglas de la política, aunque a menudo esas representaciones se fuerzan hasta el límite de lo impensado. Como en la Asamblea Legislativa del año pasado, cuando el bloque del PRO llegó al extremo de desertar de la sesión apenas Fernández pronunció críticas hacia el endeudamiento macrista con el FMI, con el agregado de pedir a la Justicia que investigara dichas operaciones de crédito cuestionadas. Los dos bloques de la UCR y el de la Coalición Cívica no se sumaron a la función ensayada por los de amarillo y que conocían con antelación. La jugada desnudó las diferencias internas en la oposición, y el contraste quedó eternizado en la foto viralizada de Facundo Manes sentado en su pupitre en soledad, rodeado por las butacas vacías que momentos antes habían dejado los legisladores del PRO.
Mirando por el espejo retrovisor, con un 2022 plagado de desencuentros y un verano en el que Juntos por el Cambio cerró filas sobre la base de una impronta obstruccionista (o "piquetera" como gustan decir con sorna las voces más punzantes del Frente de Todos), es de esperar que esta vez no haya fisuras en la estrategia opositora. A falta de tan pocas horas para la Asamblea Legislativa, el libreto de Juntos por el Cambio ya debe estar escrito, pero no hay que descartar alguna licencia al guion.
Del lado institucional, el guion es mucho más mecánico y lineal. Cristina Kirchner abrirá la sesión, tras lo cual el presidente del bloque oficialista del Senado, el recuperado José Mayans, propondrá autorizar a la Presidencia a constituir las comisiones exterior e Interior para darle la bienvenida al presidente. La sesión pasará a un cuarto intermedio mientras Alberto Fernández ingresará al Palacio Legislativo a través de las escalinatas de la entrada de la avenida Entre Ríos. Tras ser recibido en el Salón Azul por las autoridades de ambas cámaras, firmará los libros de honor y se detendrá ante el ejemplar de la Constitución de 1853 para un vistazo de protocolo.
LEE: Morales dijo que “los duros son halcones de pico” y denunció que Milagro Sala aún maneja planes
Al ingresar al recinto, se ubicará en el sitial a la derecha de la ex mandataria, mientras que a su izquierda estará la presidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau. Como curiosidad, será la primera vez que en la foto de la Asamblea Legislativa no quedarán registrados juntos los tres socios fundadores del Frente de Todos, dado que Sergio Massa presenciará el evento en el palco de los ministros. Hasta hace unos meses, el líder del Frente Renovador ocupaba el cargo que hoy desempeña la hija mayor de Leopoldo Moreau.
Una duda es si entre los invitados especiales estarán los miembros de la Corte Suprema de Justicia, que son el blanco de la última cruzada del kirchnerismo con el juicio político. Difícilmente Horacio Rosatti se deje ver en territorio hostil, salpicado seriamente por el escándalo de los chats entre su amanuense Silvio Robles y el ex ministro y operador judicial del Gobierno porteño Marcelo D´Alessandro. Aunque tal vez, para preservar las costumbres institucionales, y que nadie pueda achacarles "cola de paja", algún magistrado del supremo tribunal se haga presente en la ceremonia. Si eso sucede, devendrá en presa fácil de la avidez de los reporteros gráficos.
El contexto en el que Alberto Fernández intentará hacerse fuerte en medio de acechanzas internas y externas no es fácil. Así y todo, podría ser el puntapié inicial de un eventual lanzamiento electoral posterior, y que todavía está en proceso de estudio.
En el marco del clima de tensiones entre las tribus del Frente de Todos, donde no solo no existen acuerdos básicos sobre las candidaturas —una obviedad— sino tampoco sobre el rumbo económico y político, se inscribe la guerra fría con Cristina Kirchner, quien todos los días envía a alguno de sus emisarios a esmerilarlo públicamente como parte del intríngulis de la interna.
Por su parte, Massa busca quedar afuera de esa puja política, aséptico a ese juego, para no pagar un costo, y se concentra casi únicamente en la gestión en un alarde de ascetismo político que es solo hacia afuera, porque hacia adentro de la coalición oficialista mueve sus fichas con tenacidad y se hace valer. Al asumir como ministro de Economía, le colgaron el cartel de salvador, y si bien al inicio de su gestión logró frenar en seco un espiral inflacionario, no pudo hasta ahora domar el fenómeno de precios, que sigue en una dinámica alarmante de aumentos desmedidos.
Mientras en el plano interno la pelea es feroz y desordenada, la confrontación con la oposición escaló varios niveles. El Congreso, y en particular la Cámara de Diputados, es caja de resonancia de esa crispación y hostilidad recíproca que paralizó la sanción de leyes desde noviembre del año pasado. En medio de ese temporal, el agite de olas que significó el inicio del proceso de juicio político a la Corte no ayudó a enderezar el barco, por lo que Alberto Fernández será poco menos que un ignorado profeta en el desierto cuando les pida públicamente a los legisladores que impulsen una serie de medidas.