Los argentinos parecemos atrapados en el pasado. Quizás en el origen de esta etapa democrática, próxima a cumplir 40 años, encontremos una respuesta. Salíamos de la noche más cruel, trágica y de terror de toda nuestra historia. La dictadura se había impuesto para cambiar la estructura productiva, social y política de la Argentina.

Para eso secuestraron a la presidenta de la Nación, dieron un golpe de Estado, coparon el Poder Ejecutivo, cerraron el Congreso, subordinaron al Poder Judicial, desarticularon al movimiento obrero, combatieron a los sindicalistas, terminaron con la autonomía universitaria, prohibieron los centros de estudiantes, reprimieron todo tipo de pensamiento crítico, fundieron a los industriales y crearon una burguesía parásita en el sector financiero, en la obra pública… en fin. Secuestraron, mataron, torturaron bajo los mandatos de la doctrina de la Seguridad Nacional, creada por Estados Unidos para la defensa de sus intereses geopolíticos y en detrimento de nuestro propio interés de desarrollo.

Recuperado el sufragio universal, la institucionalidad aparecía débil frente a los monstruos del pasado. Se eligió la vía judicial y se circunscribió a los máximos responsables de los crímenes a la acción penal, omitiendo al entramado internacional, a la oligarquía y burguesía nativa, a los intelectuales que justificaron el accionar en nombre de las ideas liberales, etcétera.

El Juicio a las Juntas pareció una bisagra. "Nunca Más", iba a pronunciar el fiscal Julio César Strassera. Los delitos de lesa humanidad iban a ser penalizados de manera ejemplar. Los máximos responsables de la dictadura fueron condenados. Y todos aplaudimos este acto moral que enalteció a la democracia. Pero no vimos que una cuestión política, vinculada al modelo de país en el que queríamos vivir, no puede ni debe ser resuelta en un poder que solo juzga actos del pasado.

Si la agenda política gira durante años en torno a hechos de corrupción, terminamos confundiendo la agenda judicial con la agenda política, que debería remitirse a gestionar el presente en dirección a un futuro deseable.

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Repasemos: de siete presidentes surgidos por el voto popular, cinco terminaron denunciados por distintos actos de corrupción. Y el país girando alrededor de este escenario. Algo no funciona.

Personalmente veo dos problemas en este modus operandi (muy estimulado por los medios concentrados de comunicación): por un lado, no se resuelven las cuestiones de fondo (el modelo productivo, social, político) y por otro, vivimos dando vueltas alrededor de hechos del pasado. De esta manera, hace años que Argentina no debate su futuro.

Sin lugar a dudas pensar hacia adelante es un desafío. Pero un desafío virtuoso porque marca las acciones correctas y concretas que tiene que ejecutar el poder político, que para eso está y no para hacer denuncias.

Veamos algunos puntos de esa agenda. El mundo se está retorciendo en el marco de una crisis que resulta del fin de una etapa (1991-2022) de unipolaridad hegemónica a la multipolaridad. Esto abre enormes posibilidades para la Argentina y nuestra región. Por extensión territorial, número de habitantes, riquezas y potencialidades, deberíamos luchar por constituir uno de los polos que van a participar en la arquitectura de una nueva forma de pensar el mundo en favor de los pueblos, su desarrollo y el ejercicio pleno de su libertad.

En segundo lugar debemos resolver la cuestión social. Ya no podemos pensar nuestro país con niños, adolescentes, adultos y abuelos por debajo de la línea de pobreza: un Ingreso Básico Universal para superar esta línea, encaminarnos a duplicar el PBI per cápita en 10 años y poner en marcha un plan de sano desarrollo productivo.

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Será imprescindible encarar la cuestión energética, el desafío de la transición; el transporte, ferroviario, autopistas, marítimo, aerocomercial; la infraestructura de comunicaciones; la ocupación y uso inteligente del suelo; el desarrollo de todas las regiones. En particular nuestra proyección hacia la Patagonia y el Mar Argentino. El traslado de la Capital Federal cumpliendo con la ley oportunamente votada por el Congreso nacional.

Una reforma que recupere para el fisco las grandes rentas nacionales y aumente los impuestos a los altos ingresos y los grandes patrimonios, al tiempo que disminuya o anule impuestos al trabajo, la producción, la inversión, el estudio y el consumo.

Debemos replantear todo el sistema educativo como fundamento del futuro. Quizá convocar a un nuevo Congreso Pedagógico. Solo una sociedad de personas altamente preparadas desde lo cultural, científico y técnico podrá afrontar los desafíos de un mundo en permanente cambio. El futuro no está signado por la escasez (dado el formidable desarrollo de las fuerzas productivas), sino por la producción responsable y administración de la abundancia, para que no se transforme en destructiva de la naturaleza. La defensa del ambiente ya no es cuestión de vanguardistas, es cuestión de vida o muerte en el corto plazo.

Desde el punto de vista institucional nos debemos una reforma política, para democratizar la democracia; una reforma judicial para recuperar para el pueblo la administración de Justicia; una reforma del Congreso, vista la clara inutilidad del Senado (quizá sea conveniente transformarlo en un ámbito de planificación estratégica).

En fin, si la dirigencia política no encara los desafíos del futuro, se terminará hundiendo en el lodo del pasado, con las consecuencias nefastas para la calidad de vida de nuestro pueblo y las posibilidades de un exitoso proyecto nacional.

(*) - Mario Mazzitelli es presidente del Partido Socialista Auténtico).