Si bien es muy temprano para comprender la dinámica que tendrá el proceso electoral, la mayoría de los sondeos sugieren que el Frente de Todos (si es que mantiene esta marca tan devaluada) podría sufrir una dura derrota el próximo año, tal vez la peor de su historia en términos comparados.

Según un sondeo reciente de D’Alessio-IROL/Berensztein, si las elecciones fueran ahora, JxC obtendría el 42% de los votos, mientras que el Frente de Todos apenas el 28% (no se preguntó por candidatos sino por coalición).

Con la economía en general y la inflación en particular como principal tema de preocupación, y teniendo en cuenta este duro panorama que enfrenta el oficialismo, la gran pregunta es, entonces, si el peronismo se resignará a una derrota casi segura o intentará de algún modo recuperar la competitividad perdida. Los propios funcionarios del Gobierno reconocen que, con la actual tendencia, sobre todo con la caída del consumo y el ingreso en un contexto de desaceleración por falta de insumos y caída en los stocks, es virtualmente imposible mejorar las perspectivas electorales.

En este sentido, lo que no se hizo hasta ahora por prejuicio, capricho o ideologización puede que se contemple por simple desesperación: el horizonte de una derrota no solo inevitable, sino que contundente, con el riesgo de perder provincias claves, puede constituir un factor disuasivo poderoso para convencer a Cristina Kirchner y los sectores más radicalizados que tanto la veneran de ir más a fondo e implementar de una vez por todas un plan de estabilización que intente al menos revertir las expectativas.

El antecedente histórico que debe tenerse en cuenta (y que Sergio Massa conoce bien) es el Plan Real presentado en julio de 1994, durante la presidencia de Itamar Franco en Brasil. Su ideólogo, el ministro de Hacienda Fernando Henrique Cardoso (que, al igual que Massa, no es economista), ganó las elecciones presidenciales en octubre de ese año gracias al impacto positivo que tuvo en la población el cambio de expectativas respecto de la inflación. ¿Se atreverá Massa a impulsar un programa similar? ¿El giro pragmático de Cristina Kirchner incluye la posibilidad de avanzar en esta dirección?

La alternativa de un “giro racional” conspira con la lógica de polarización y diferenciación con la oposición que intenta implantar el kirchnerismo duro en esta pre-campaña. Es que, asediado por el crecimiento de la izquierda, en el Instituto Patria consideran muy riesgoso perder las credenciales simbólicas y ceder frente a la narrativa del ajuste fiscal.

LEE: ¿La rebeldía se volvió de derecha?

Por otro lado, está el riesgo de que las diferencias internas en el oficialismo, las dificultades objetivas que implica convivir con desequilibrios macro tan profundos y las debilidades en materia de reservas y financiamiento conformen un cóctel explosivo y vivamos un cimbronazo de gran impacto político y electoral. En el caso de un giro racional relativamente exitoso, el FdT podría mejorar parcialmente sus pretensiones electorales. En el segundo caso, no debe descartarse una derrota de proporciones homéricas.

El escenario de mayor probabilidad es que el Gobierno se resigne a “seguir aguantando”, con parches para ganar tiempo, que le permitan llegar a los comicios sin grandes turbulencias. Pero el beneficio marginal de cada medida micro que inventa el Gobierno en el contexto de semejantes distorsiones es cada vez más acotado.

Aún así, si la sequía no juega una mala pasada, podría evitarse el peor desenlace (una salida caótica del Gobierno), aunque con poco margen para la recuperación económica. El oficialismo llegaría a las elecciones muy debilitado y con escasa competitividad. No sería la primera vez que el kirchnerismo aplica el plan “aguantar”, ya lo hizo en 2015 y no le resultó nada bien.

(*) Sergio Berensztein es presidente de la consultora IPS LATAM.