Los 19.250 kilómetros que separan Buenos Aires de Beijing hacen suponer antes del viaje que la vida y las costumbres en estas tierras serán muy distintas a las argentinas. Esa hipótesis es corroborada a los minutos de pisar suelo chino.

Las construcciones edilicias de dimensiones mayúsculas y las anchas avenidas que le compiten en cada esquina a la 9 de Julio muestran a simple vista que se trata de una ciudad donde residen casi 22 millones de personas, dentro de un país donde conviven 1.400 millones de habitantes.

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Esta cronista pudo apreciar de primera mano las costumbres que afloran a diario simplemente con caminar por la ciudad y que nos sumergen en la China moderna, pero que no puede escapar de la cultura milenaria oriental y las arraigadas tradiciones.

La vida en el embotellamiento

Si el tránsito de la Argentina a veces llega a ser agotador y frustrante, el de Beijing es aún peor. Incluso los domingos se producen embotellamientos que pueden extenderse por largas horas. La inmensa ciudad tiene un esquema de avenidas en anillos circulares que la rodean, haciéndose más pequeños a medida que se acercan al centro.

Desplazarse en automóvil en momentos pico por la zona más transitada no se recomienda, pudiendo tardar horas en hacer apenas una par de cuadras. La opción elegida por la mayoría para ahorrar tiempo es la bicicleta pública o las pequeñas motos eléctricas, silenciosas y económicas, que son un peligro para los transeúntes, ya que nadie respeta a quien camina por la vereda ni las normas de tránsito básicas.

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Las bicicletas de alquiler están diseminadas por toda la ciudad y no es necesario retirarlas en una terminal, porque quedan en la calle donde la haya dejado el usuario anterior. Hay millones.

En contraparte, de manera subterránea, el sistema de metro es eficiente, seguro y amplio, por lo que puede llegarse a cualquier punto desde todas las estaciones de manera veloz, ya que posee líneas circulares que unen los ramales. Sin embargo, también está abarrotado en horarios de ida al trabajo, siendo comunes en todas las estaciones las imágenes del empleado del subte que empuja a la gente para poder cerrar las puertas. 

El metro pasa cada un minuto en hora pico, sin errores ni demoras, pero aún así no da abasto con el alto caudal de personas que se mueven en la ciudad. Además, tiene una dificultad central para los extranjeros: la maquina de tickets está en chino. Si se supera ese escollo, hay aplicaciones que explican paso a paso como llegar de un punto a otro y se consiguen en inglés.

La hora de la comida

Comer también es un desafío para los occidentales que no están acostumbrados al paladar asiático. Un desayuno chino puede incluir sopa, fideos, verduras, arroz, carne, pollo, cerdo, condimentos, etcétera. No incluye café, leche, tostadas, jugo, mermelada, ni alimentos dulces, como se suele consumir en la Argentina.

Los hoteles cuentan con opciones occidentales para comer, pero muy reducidas comparadas con las locales, que son abundantes y kilométricas. En los restaurantes es difícil encontrar una carta en inglés, por lo que en algunos lugares hay que guiarse por las fotografías y encomendarse al universo para que lo que llegue en el plato sea comestible.

El chino gusta de cenar temprano y alrededor de las 18:30 es el horario pico en los restaurantes, que cerca de las 21 empiezan a cerrar. Se puede gastar entre 65 y 400 yuanes por comida, dependiendo de la zona y de la calidad del local. Un dólar en China se cambia a 7 yuanes. Optar por los puestos callejeros es más económico, pero se recomienda tener un estómago entrenado.

El culto a Mao

Mao Zedong, el primer presidente de la República Popular de China y líder histórico del Partido Comunista en el gigante asiático, es una figura central e indiscutida de la cultura del país. No sólo su cara está en los billetes de todas las denominaciones en circulación (acá no existe la discusión sobre poner a un prócer o a un animalito), sino que aparece en el 99 por ciento del merchandising disponible en China.

Es fácil encontrar por la calle y en tiendas productos como llaveros, botellas, ceniceros, pequeños bustos de adorno para la repisa y hasta pocillos de café con su figura. Lo que en la costa argentina representaría un caballito de mar que pronostica el clima, en China es igual pero con el rostro de Mao, que en la mayoría de sus ilustraciones aparece con una pícara leve sonrisa.

Su mausoleo se encuentra en la histórica Plaza Tiananmén, que sólo abre de 7 a 11 de la mañana y la entrada es estrictamente con reserva. En la Ciudad Prohibida, otro de los puntos imposibles de obviar en la recorrida por la ciudad, es un poco más sencillo el ingreso, pero piden pasaporte e identificación.

Curiosas costumbres

Otra de las costumbres que llamó la atención de esta cronista fue la particular inclinación de los chinos a no cerrar las puertas de sus habitaciones de hotel. Se sientan a charlar adentro, en pijama, pero con las puertas abiertas.

Los locales, especialmente las mujeres, no quieren exponerse al sol. Para lograrlo, llevan paraguas durante el día y también unas coberturas especiales de tela que se colocan en las motitos, que acompañan con sombrero y anteojos para que no pase ni un solo rayo. El casco no es muy utilizado y apenas tres de cada diez lo portan.

Se trata de una ciudad muy segura y también muy controlada. Hay policías en casi todas la esquinas y militares en zonas concurridas. Estos últimos no tienen permitido moverse y si lo hacen únicamente es para marchar a paso redoblado.

Adiós dinero

En estas latitudes el dinero en efectivo ya pasó de moda y el furor es la aplicación favorita local: Alipay. No solo es para pagar como en la Argentina con Mercado Pago, sino que agrupa todo lo que el chino pudiera necesitar, como comprar viajes en tren, subte, avión y bicicleta, la organización de viajes a otras ciudades, mapas, la posibilidad de llamar autos por Didi (también utilizada en nuestro país), ver películas y seguir envíos, entre otras funciones.

Nada deja de pasar por la aplicación, por lo que cuando un extranjero va a pagar con yuanes en efectivo los vendedores se quedan mirando unos segundos y a regañadientes los terminan por aceptan. Tema aparte es pedir un ticket. No lo entregan si no es reclamado con insistencia y aún así algunos no lo dan.

Esta cronista fue testigo de cómo echaron sin miramientos de un restaurante a dos turistas recién llegados que sólo tenían dólares y no pudieron hacer funcionar la aplicación local de pago. Para asegurarse, la cuenta la cobran antes de comer. Aquí no existe llamar al mozo para abonar tras la cena, lo que también quita la costumbre de la propina.