Los feminismos populares convivimos con la pregunta por la transformación. Sabemos, lo hemos experimentado en nuestras vidas personales y políticas, colectivas y privadas, que la escena social no es siempre igual ni se mantiene inalterable a través del tiempo.

Hay una constante transformación. Aquello que ha sido una victoria puede convertirse en una costumbre o puede revertirse producto de la correlación de fuerzas. Lo mismo sucede con las desigualdades. Hay opresiones estructurales, complejas, pero que no son inmóviles ni inmutables.

Es decir, la lucha feminista es una lucha en gerundio. El feminismo siempre está siendo. Los resultados electorales nos obligan a una acción a dos
tiempos: trabajar en lo impostergable, trabajar en una estrategia a largo plazo.

En lo inmediato, debemos profundizar al feminismo como política de Estado. Es una victoria importante y fundante que el feminismo sea un eje de la política estatal, pero necesitamos más.

Necesitamos teñir nuestras políticas de mirada feminista, es decir de justicia social que revierta desigualdades. En el largo plazo, implica tener una estrategia para que nuestro popular no sea una excepción, un paréntesis, en la historia del neoliberalismo.

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Logramos hace dos años interrumpir un proceso de mucha crueldad social. Pero no es suficiente con la interrupción. Es necesario construir un Gobierno del Estado que pueda resolver las demandas y las urgencias sociales al mismo tiempo que sedimente sus estructuras para tener el tiempo necesario que llevan las políticas estatales y transformaciones culturales.

En esto el feminismo es clave porque implica que esa mitad de la sociedad que conformamos mujeres, lesbianas, travestis y trans traccionamos todos los días los engranajes sociales desde el trabajo y el cuidado tenga una mejor vida, una vida digna.

Entonces, preguntarse por los desafíos del feminismo no es otra cosa que preguntarse por los desafíos de la justicia social, de la transformación de las desigualdades de la vida material y social.

Alinear salarios, tarifas, alimentos es una práctica feminista. Porque somos nosotras quienes menos ganamos, quienes más desempleo sufrimos y quienes más obstáculos enfrentamos para el acceso a derechos básicos.

En este sentido, hay que ubicar con vital importancia las vidas de las familias monomarentales. Las familias conducidas solo por una mujer nos ponen en el centro de la agenda de cuidados. Esa persona lo hace todo y tiene menos tiempo y dinero que familias con parejas de padres.

Por lo tanto, la pregunta por los cuidados debe ser nuestro horizonte en los proyectos que pensemos. Con la agenda de cuidados como articuladora podemos garantizar derechos en distintas áreas y espacios de la vida social. Desde que se cumpla con las cuotas alimentarias (cuando el varón se va se lleva los alimentos) hasta preguntarnos por las formas en que criamos y habitamos nuestras familias.

Hay una disputa errónea e inconducente, creer que el feminismo se opone a las políticas de impacto social. Eso subestima al feminismo, pero sobre todo es un problema político en la consideración de qué es gobernar para las mayorías.

Nuestra agenda es de mayorías. No puede serlo de otra manera porque, insisto, somos la mitad de la sociedad dispuesta a transformarlo todo, oprimida por siglos, que ha sufrido un genocidio por goteo, y que ha irrumpido en la arena pública de una vez y para siempre.

No hay vuelta atrás con el feminismo. Pero sí hay una vuelta hacia adelante, revolucionaria, que es poner a las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binarios en el centro de la toma de decisiones.

(*) - Mónica Macha es diputada nacional del Frente de Todos.