En la tradición judeo-cristiana la resurrección de Lázaro de Betania a cargo de Jesucristo es uno de los “milagros” más poderosos. Incluso es una de las historias más populares en los Evangelios (San Juan 11). Sin ser profanos, en una apretada síntesis para twitter podríamos resumirlo así: en una de sus visitas a la casa de Lázaro, Jesús llega cuando el dueño de casa ya había muerto hacía cuatro días. Y conmovido por el dolor de la hermana y la esposa del difunto, Jesús hace abrir el sepulcro y a una orden suya (“Lázaro, ven afuera”), el muerto resucita y sale con las manos y los pies vendados.

Mil novecientos años después el poeta romántico Gustavo Adolfo Becquer resignificó la historia y escribió en su poema El Arpa: “Y una voz, como Lázaro espera/que le diga levántate y anda”.

De ahí en adelante, cualquier hecho en apariencia “milagroso” o que implique una resurrección o vuelta a la vida después de estar sin ella, es conectado a la historia bíblica de Lázaro.

Lo paradójico del caso, es que el “Lázaro” político en cuestión es la Unión Cívica Radical, el partido político más laico y anti confesional de la Argentina. Por marca de agua de origen -sus padres fundadores Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen fueron reconocidos masones-, y por tradición partidaria, el radicalismo siempre encarnó el laicismo como una de sus banderas irreductibles.

A la UCR la dieron por muerta y sepultada después del golpe cívico-militar de 1930, y sobrevivió a más de una década de proscripción abierta y “fraude patriótico” de la alianza entre los viejos conservadores y el ala más fascista del llamado “Partido Militar”. Con la irrupción vertiginosa de Perón y Evita en la historia política argentina, la UCR protagonizó su segunda resurrección, encarnada en la figura mítica del bloque de “los 44” diputados nacionales que siempre se “autopercibieron” (para usar un modismo new age) con la resistencia al “Régimen” peronista.

En el devenir histórico, la Revolución Libertadora que prometía borrar de la existencia a Perón y sus herederos también incluyó a la UCR entre los proscritos. Sólo que tres años después, cuando se vio obligada a abrir el juego a una democracia condicionada (no permitió que participara el peronismo), el radicalismo se encontró como la única vía de expresión democrática de carácter popular. Y desde 1958 (triunfo de Arturo Frondizi) hasta 1966 (caída de Arturo Illia), la UCRI y la UCR del Pueblo dieron a luz dos turnos presidenciales, demostrando la vigencia del ideario radical.

En los siguientes diecisiete años, el radicalismo fue más Lázaro que nunca antes. Al golpe del general Onganía sobre el debilitado gobierno de Arturo Illia, le sucedió una verdadera convulsión: el advenimiento del proyecto nacionalista católico de Onganía, el surgimiento y consolidación de grupos radicalizados del peronismo y la extrema izquierda, el regreso de Perón a la Argentina, su arrollador triunfo electoral y su muerte el 1 de julio de 1974, el bizarro mandato de Isabel Perón y el abierto enfrentamiento armado entre la derecha peronista organizada alrededor de la Triple A del maquiavélico López Rega, y la crisis institucional que desembocó en el golpe militar más violento y trágico de la historia.

Y al derrumbe de la barbarie del auto llamado Proceso de Reorganización Nacional le faltaba un acto definitivo: la guerra de Malvinas y una derrota a manos de las tropas inglesas comandadas por Margaret Thatcher. Y de fondo, una extraordinaria crisis económica producto de haber tomado una deuda externa como nunca antes en su historia la Argentina había contraído.

Con un país en el fondo del mar, fue otra vez el radicalismo el que se mostró como la opción más confiable para la mayoría del electorado. La carismática figura de Raúl Alfonsín y su atractivo eslogan de venir a enfrentar una entente sindical-militar, arrastró la simpatía de millones de jóvenes que nunca habían votado antes. En diciembre de 1983, la UCR tocó el cénit de su popularidad en casi cien años de existencia. El extraordinario triunfo de Alfonsín con el 52% de los votos en la primera vuelta opacó las hazañas electorales de Yrigoyen en 1916 y 1924. Alfonsín consiguió lo que parecían dos misiones imposibles: derrotar al peronismo en elecciones “limpias” e inaugurar el período de continuidad democrática plena (con recambios de gobierno por parte de la oposición) más prolongado de la historia argentina.

Como Lázaro de Betania, el radicalismo se prepara para una nueva resurrección

Pero la debacle económica-institucional de Alfonsín que tuvo que renunciar 6 meses antes del cumplir su mandato de seis años, y –sobre todo- la claudicación política que significó el llamado Pacto de Olivos que permitió habilitar la reelección de Carlos Menem, pusieron al radicalismo, otra vez, en una crisis terminal. Por primera vez, el apotegma radical de “se rompe  pero no se dobla” se hizo añicos. Y con él, se agudizó la dispersión y la desesperanza en cientos de miles de militantes del partido, que parecía haber entrado en un agudo proceso de atomización.

Pero cual Lázaro de fin de siglo, un lustro después la Argentina volvía a tener un presidente radical. Fernando De la Rúa sería el último de la saga. La UCR pagó muy caro sus tres errores básicos: no haber mensurado correctamente la necesidad de terminar con la Convertibilidad agotada que heredó de Menem. No haber evaluado el negativo contexto económico global de precios de nuestros commodities a la baja. Y nunca haber superado el complejo de “presidente débil” y sin carácter ni temple para tomar decisiones complejas pero necesarias.

De 2001 en adelante, el radicalismo cayó en picada vertical como Rocky, la montaña rusa de Disney. A los ojos de la sociedad la UCR fue la culpable de la mayor debacle económica, social y política de nuestra historia. Los catorce años de “duhaldismo”-“kirchnerismo” y los cuatro de “macrismo” (aunque en la práctica el radicalismo fue el socio clave de Macri), lo arrasaron en términos prácticos e ideales. 2011 fue la última elección presidencial en que la UCR presentó batalla electoral abierta. Y le fue pésimo. 2015 y 2019 fue la imagen de un partido en extinción, que aparecía frente a la sociedad como el furgón de cola de una experiencia inédita llamada Cambiemos y hoy Juntos por el Cambio.

Y cuando la lista 3 parecía una pieza de museo decimonónica, otra vez como Lázaro, la UCR parece querer volver a salir del “sepulcro” y volver a ponerse en pie.

La sucesión de eventos “afortunados” para la resurrección de la UCR parecen ir encadenándose.

Pasaron cosas, es cierto. A la descomposición larvada del PRO (la herramienta electoral del macrismo) después del regreso peronista-kirchnerista al poder en diciembre del ´19, se le sumó un factor poco visibilizado: Un partido de CEOS en vez de cuadros políticos, cuyo CEO mayor es el ex presidente, continuó con la misma dinámica de jefe-empleado (donde los radicales siempre oficiaron de empleados), sin tomar nota que el escenario es otro diametralmente opuesto. De las tres cajas power en el país (la de Nación, la de la Provincia de Buenos Aires, y la de CABA) el macrismo “puro y de paladar negro” no maneja ninguna. Y un CEO que no maneje caja es poco menos poderoso que un águila al que le cortaron las alas.

Pero Mauricio Macri no parece haber tomado nota que en política perder la espada de Grayskull del poder, te obliga a sujetar la lengua. Y su incontinencia verbal cada vez que le hablan de su ¿aliados? Radicales es alta. Sea en su petit mansión de Acasusso o en algún viaje por el interior, cada vez que en confianza aparece el tema de qué hacer con los radicales, su respuesta es- por lo menos- hiriente y desconsiderada.

Como Lázaro de Betania, el radicalismo se prepara para una nueva resurrección

“Los radicales son un re-lastre, un re-lastre”, repite en esa fonía afectada de Barrio Parque que lleva su sello inconfundible. “Nunca me ayudaron. No entienden nada de economía. Y sólo están para asegurarse el carguito”, plantea al interlocutor de turno en off the record, pero con una clara intencionalidad de que los destinatarios de la diatriba se enteren lo que piensa de ellos.

Y la primera línea radical no tiene un pelo de tonta. Ni Morales, ni Cornejo, ni Negri, ni Nosiglia, ni Lousteau, están dispuestos a seguir devorándose “el sapo” que les hizo tragar (en aquel momento todos los nombrados apoyaron fervorosamente el acuerdo) Ernesto Sanz en la Convención de Gualeguaychú en marzo de 2015, cuando la UCR consintió – a cambio de cargos nacionales, provinciales y municipales- en ser el socio funcional a los intereses y caprichos del PRO.

Un dato en apariencia anecdótico, pero que resulta un síntoma de los tiempos, es que la resurrección radical tiene un carácter federal inédito. Los rebeldes vienen del interior.

Gerardo Morales (el radical más amigo de Alberto Fernández) disparó desde Jujuy su bala más certera: “la interna de Juntos por el Cambio parece una telenovela del PRO”, dijo para aludir al culebrón que hoy por hoy enfrenta a Mauricio Macri y su doble de cuerpo, Patricia Bullrich, contra Horacio Rodríguez Larreta y su protegida, María Eugenia Vidal.

Mario Negri – jefe del bloque de Diputados de JxC- se paró de manos -hasta hace causa común con el hasta ayer enemigo interno, Ramón Mestre (h)- para enfrentar el “dedazo” que Macri quiere imponer en Córdoba, al bendecir a su ex ministro de Turismo, Gustavo Santos, que a su vez tiene el apoyo del incipiente macrismo cordobés que acaudilla el empresario de Medios (dueño de Perfil Córdoba, entre otros) Agustín de la Reta.

Como Lázaro de Betania, el radicalismo se prepara para una nueva resurrección

Y más ladinamente operó el mendocino Alfredo Cornejo. Quién “diez minutos” después que María Eugenia Vidal les anunciara a los tres titulares que componen Juntos por el Cambio en la Provincia de Buenos Aires que no iba a jugar como candidata (anticipo exclusivo de NA del domingo pasado), ya tenía una lista radical pura, que llevará al neurocirujano Facundo Manes como figura estelar.

La gran paradoja (sería materia de análisis de largas sesiones de terapia) es que la respuesta al ninguneo de Macri que maltrata a los radicales tildándolos de “re-lastre”, castiga de lleno a Rodríguez Larreta (que a su vez está en una pulseada sorda pero dañina contra el ex presidente que le quiere imponer a Bullrich como primera candidata en CABA), porque una lista UCR pura en la Provincia colocaría en serias dificultades de ganar la PASO a Diego Santilli (ya registró su domicilio en Nordelta, partido de Tigre), su candidato designado.

Como Lázaro de Betania, el radicalismo se prepara para una nueva resurrección

Cornejo y Morales (hoy por hoy la dupla radical más activa) tomaron nota de la altísima participación (votaron más de 120 afiliados) en la interna bonaerense de marzo pasado. Abad, el triunfador con “Adelante radicales”, y Gustavo Posse mostraron ser capaces de movilizar a sus militantes. Ese ejercicio electoral los entusiasmó. Hoy el PRO no estaría en condiciones de movilizar a su tropa con la misma eficacia.

Y no es el único dato alentador que los llevó a presentar en sociedad la eventual candidatura de Facundo Manes con el sello UCR. No hace falta ser muy avispado para ver que tanto el intendente de Vicente Lopez, Jorge Macri, como Lilita Carió y Patricia Bullrich, cada uno con su libreto, resiste abiertamente el desembarco de Santilli prohijado por Larreta.

Y Jorge Macri no está solo en su cruzada anti-Santilli. El autodenominado grupo Dorrego, que reúne a los intendentes más notables de JxC en el Conurbano, como Julio Garro (La Plata), Néstor Grindetti (Lanús) y Diego Valenzuela (3 de febrero), está en la misma línea de pensamiento. Quieren un candidato bonaerense, no uno de Palermo que recién acaba de cruzar la General Paz para encabezar la lista.

Con Manes como gran catalizador y Santilli como el chivo expiatorio, la Unión Cívica Radical, la vieja lista 3, va por su enésima resurrección.

Si lo logra, está vez no habrá necesidad de recurrir a la figura bíblica de Lázaro de Betania. Esta vez será obra y gracia de los errores no forzados y la soberbia de sus ¿aliados? Del PRO. Y de una dirigencia radical revitalizada que intuye que otra vez pueden regresar los tiempos del bipartidismo peronista-radical que dominó la política argentina hasta el 2015, cuando el hechizo se rompió, y por la ventana entró un nuevo jugar que se dio en llamar PRO pero que por ahora sólo tiene el rótulo personalista de “macrismo”.  

(*) Por Enrique Silva, periodista.