Antes de anunciarse la movilización, Cristina también sentó a la CGT a su mesa de consultas
La vicepresidenta retomó su diálogo con diversos referentes de la central obrera, hasta ahora aliados de Alberto Fernández, que acaban de anunciar una movilización el 17 de agosto.
Cristina Kirchner tomó una decisión en 2012 que marcó un antes y un después. Con una economía que ya mostraba signos de agotamiento, decidió cortar de tallo las crecientes presiones de la “burocracia sindical” y dio por finalizada su relación con Hugo Moyano. El líder de Camioneros, por entonces, era el titular de la facción Azopardo de la CGT, cuando ésta se había fragmentado en tres. La expresidenta, si bien apoyó al metalúrgico Antonio Caló en la conducción de lo que fue la CGT Balcarce, basó su proyecto político tanto en la militancia como en el gremialismo surgido de los años 90, como es la CTA. A partir de ahí, nada fue igual.
Con la derrota en las elecciones siguientes (y consecuente llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada en 2015), tanto CFK como la CGT se debilitaron y la necesidad de recuperar el poder perdido los acercó. Pese a que ese objetivo finalmente se concretó, la vicepresidenta nunca dejó de mirarse de reojo con el sindicalismo clásico peronista, con el grupo de “los gordos” a la cabeza tras el alejamiento de Moyano de la central obrera. Esa ecuación de intereses, en parte, explica la cercanía de la actual conducción con el presidente Alberto Fernández, un hombre que contaba con el aval de haber sido hombre de Néstor Kirchner.
Héctor Dáer, titular del Sindicato de Sanidad (“los gordos”) y miembro del triunvirato de la CGT, hoy es el mayor defensor del actual mandatario. Pese a que los salarios de los trabajadores fueron deglutidos por la inflación en estos dos años y siete meses de gestión, los paros generales ni siquiera fueron una opción. Esa decisión ha sido consensuada con sus otros dos coequiperos de conducción: Carlos Acuña (secretario general de los Trabajadores de Estaciones de servicio) y Pablo Moyano (de Camioneros e hijo mayor de Hugo). Este último, quizás, el más reticente de esa pasividad ante su visión de promover las movilizaciones –al menos– contra “los formadores de precios”.
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Las cuentas en la CGT comenzaron a cambiar cuando la crisis interna en el Frente de Todos pasó a ser a cielo abierto. Las disputas entre CFK y Alberto Fernández acabaron jaqueando al mandatario, una figura principal que nunca tomó el vuelo que la central obrera esperaba. La vice (que lo apalancó a la presidencia), en cambio, ha tomado la decisión de recuperar el centro de la escena política otra vez y –cada vez que aparece públicamente– castiga la gestión de la Casa Rosada. Loteado y enfrentado, el Ejecutivo hoy yace encriptado a la hora de resolver los múltiples problemas de una economía rota y una sociedad que se reconoce al espejo cada vez más empobrecida.
De forma independiente, no son pocos los secretarios generales del sindicalismo que reconocen abiertamente el fracaso del Frente de Todos y el riesgo de quedar pegados por inacción para 2023. A finales de junio, Cristina convocó a su despacho en el Senado a Héctor Daer. Así como hizo con el economista con el economista Carlos Melconian y en abril con la jefa del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos, Laura Richardson, la vicepresidenta incluyó al líder sindical en su lista de consultados que lejos están de su núcleo duro y el “puritanismo” que le demandan sus seguidores. En cuanto a la CGT, la jugada de CFK empezó por acercar posiciones con el más afín a Alberto.
Aún no hay definiciones sobre si Cristina solo busca opiniones fuera de su círculo para ampliar su mirada o busca refuerzos ante una posible candidatura el año que viene. Lo cierto es que la última semana, la información es que sumó una nueva cumbre con más sindicalistas de la primera línea: Andrés Rodríguez (UPCN), José Luis Lingeri (OSBA) y Gerardo Martínez (UOCRA). El primero fue el anfitrión de la última “mesa ampliada” de la CGT y llegó a reconocer que, si bien la inestabilidad institucional causada por la salida de Martín Guzmán del Ministerio de Economía no alcanzó los niveles del 2001, cuando renunció el por entonces presidente Fernando De la Rúa, “hubo bastantes dudas”.
El secretario general de la UOCRA, por su parte, como el representante del sindicalismo argentino ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT), viajó a principios de junio al plenario anual de esa entidad en Suiza. De la delegación nacional también estuvieron Daniel Funes de Rioja, presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), y la senadora Juliana Di Tulio, presidenta del bloque de Unidad Ciudadana. Días atrás, Martínez –a quien algunos le atribuyen ser uno de los puentes entre la CGT y CFK– pidió dejar de exponer las internas porque “estamos en una situación muy crítica, cerca del abismo”.
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Además de erosionar los salarios, en paralelo, la inflación también expulsa trabajadores en cantidades industriales hacia la informalidad y –por ende– fuera de las fronteras de la CGT. Este fenómeno engrosó las bases de las organizaciones sociales, apuntadas por Cristina durante su último acto en la CTA, que les recriminó su intermediación en el destino de los planes sociales del Estado, sobre el que pidió recuperar su poder y “dejar de tercerizar”. La declaración fue de guerra para sectores como el Movimiento Evita (del ala albertista del Frente de Todos) y el Polo Obrero (Izquierda), beneficiarios de esa práctica, que además trajo cola entre dirigentes sociales aliados de CFK, como Juan Grabois, titular del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE).
En aquella explosiva aparición de la vicepresidenta durante el plenario del gremio que dirige Hugo Yasky hubo una presencia cegestista de peso: Pablo Moyano. Durante los últimos días, el hombre fuerte de Camioneros alzó la voz y reprobó públicamente los anuncios de la nueva ministra de Economía, Silvina Batakis. “Le habló a los mercados, a los bancos. No le habló al pueblo. Debería darle tranquilidad al pueblo argentino que está sufriendo por la inflación”, sentenció. Lo hizo durante una manifestación con los suyos frente al Ministerio de Trabajo por un conflicto de empleados portuarios con la empresa Exologística S.A. “Si no baja la inflación los más perjudicados son los laburantes", completó.
Como la pata de la conducción triunviral que más ha abogado para que el sindicalismo unido salga a presionar en las calles, el mayor del clan Moyano fue quien anticipó la movilización que la central obrera anunció para el 17 de agosto frente al Congreso: “No es un paro nacional, nosotros apoyamos al Gobierno. Tenemos que hacer una gran movilización para denunciar a los grandes generadores de precios”, dijo. Llamativamente, fue el gran ausente en la reunión sindical de “mesa chica” donde se confirmó la noticia. Por lo bajo, algunos dicen que a modo de reclamo por el letargo y ciertos modos "por demás" complacientes con el Ejecutivo. Mientras tanto, Cristina movió las fichas antes y volvió a trazar puentes –tras años distanciada– con la CGT.