Alberto Fernández entregará mañana en el Congreso de la Nación la banda presidencial y el bastón de mando a su sucesor en el cargo, Javier Milei, en lo que significará el punto final de una gestión caracterizada por la profunda decepción que generó entre aquellos que en 2019 votaron en favor de expulsar a Cambiemos de Gobierno.

En aquel momento su triunfo había ocasionado una expectativa que trascendía las fronteras del peronismo, que volvía al poder con la promesa de "ser mejores" en la función pública, después de la derrota de 2015 en las urnas ante Mauricio Macri. Sin embargo, cuatro años más tarde de la victoria del ahora extinto Frente de Todos, Fernández se marcha de la Jefatura de Estado envuelto por un manto de desolación; objetado y desafiado hasta el último instante puertas adentro en el justicialismo.

Es cierto que durante su labor al frente de la Casa Rosada debió lidiar con la pandemia de coronavirus, una sequía fenomenal que restringió de dólares de la cosecha a la siempre sedienta económica argentina y también con las consecuencias de la guerra en Ucrania tras la invasión de Rusia. No obstante, Fernández también será recordado, en definitiva, como el Presidente peronista que desperdició, por decisión propia, la oportunidad de transformarse lisa y llanamente en sí mismo.

Jamás pudo despegarse por completo del mote de "presidente débil", después de que Cristina Kirchner lo designara a dedo como candidato a primer mandatario en 2019, en una exitosa invención electoral por parte de la "jefa" del movimiento peronista con el fin de destronar a Macri. Y esa condición se acrecentó aún más cuando un grupo de funcionarios del llamado núcleo duro K en el Gobierno le espetaron su carta de renuncia en la cara después de que el oficialismo mordiera el polvo en las elecciones primarias de septiembre de 2021.

A partir de ese momento, el capital político de Fernández, o lo que quedaba de él luego de los escándalos en la pandemia por la fiesta de cumpleaños de la primera dama Fabiola Yáñez en la Quinta Presidencial de Olivos y el "vacunatorio VIP", ingresó en una instancia de tobogán sin retorno, hasta desmoronarse casi por completo sobre el epílogo de su gestión. Mucho "fuego amigo" de parte de dirigentes kirchneristas en vísperas de la campaña proselitista de 2023 también motivó que su imagen se socave, hasta que optó por bajarse de una eventual reelección.

Si bien los reiterados cortocircuitos con Cristina obedecieron a que "él no hacía todo lo que ella le pedía", como aseguran fuentes albertistas, el saliente mandatario se retira del poder estampillado como un dirigente sin carácter que no pudo, no supo o definitiva no quiso, como plantea el propio Fernández, desligarse de aquellos que lo cuestionaban a viva voz y ponían en duda su liderazgo como jefe de Estado y su capacidad para conducir.

Con el camporista Eduardo "Wado" de Pedro a la cabeza, ministro del Interior y funcionario mimado de la titular del Senado (hasta mañana), un grupo de dirigentes bajo su mando desafío al presidente de la Nación al ofrecer su dimisión a mediados de septiembre de 2021, pero Fernández decidió priorizar la "unidad" del oficialismo y les permitió continuar ejerciendo sus cargos, una determinación que, a la luz de los hechos, terminó acelerando el deterioro de su propia figura.

Una “muestra de autoridad”

"Ante un desafío interno de esas características, Alberto tendría que haber respondido con una muestra de autoridad", dijo a Noticias Argentinas una fuente cercana al extinto Frente de Todos, al ensayar un análisis de aquel instante bisagra en la gestión de Fernández. "Decidió estratégicamente no romper, porque consideraba que si rompía el peronismo iba a ser menos competitivo" desde el punto de vista electoral en 2023, agregó.

"Quedó como un tipo débil, tibio", remarcó. "El peronismo es un movimiento muy verticalista, en el que siempre se busca la figura del líder", acotó. La misma fuente dijo que en aquellos días se alzaban voces en el entorno de Fernández que le recomendaban expulsar del Gobierno a los díscolos. "Es el momento de barajar y dar de nuevo", le sugerían sus allegados.

Sin embargo, el jefe de Estado saliente "nunca quiso armar el albertismo". Incluso, apenas asumió al frente del Poder Ejecutivo nacional, el 10 de diciembre de 2019, se encargó de desarmar el llamado grupo Callao, un conjunto de dirigentes que había trabajado hasta entonces junto a Fernández en la construcción de políticas públicas, ante la posibilidad de que el peronismo regresara a Balcarce 50 de la mano de Cristina, es decir, con ella al frente del proyecto.

Santiago Cafiero, Guillermo Justo Chaves, Cecilia Todesca Bocco, Matías Kulfas, Miguel Cuberos, Federico Martelli, Victoria Tolosa Paz, Aníbal Pitelli, Juan Courel y Fernando Peirano, entre otros, formaban parte de ese grupo, cuyo nombre se originó porque los integrantes se reunían en un bar de la avenida Callao y Lavalle, en la ciudad de Buenos Aires, o bien en el estudio jurídico del propio Fernández.

"Volvimos para ser mejores y la unidad justamente era para eso, pero está claro que la toma de decisiones colegiada no solo no funcionó, sino que fracasó" definitivamente, indicó la fuente consultada por esta agencia. "Espero que el peronismo lo haya aprendido", añadió, en referencia al tridente conformado por Fernández, Cristina y Sergio Massa, el "profesional de la política" que terminó sopapeado por el libertario Milei en el balotaje presidencial del 19 de noviembre pasado.

"A mí no me interesaba romper el espacio", recordó días atrás el ya casi ex mandatario sobre aquel episodio de las dimisiones "en masa" presentadas por "Wado" de Pedro, los ministros de Justicia, Martín Soria, y de Ciencia y Tecnología, Roberto Salvarezza; junto a la titular del PAMI, Luana Volnovich, y a la directora de la ANSeS, Fernanda Raverta. "Una ruptura podía conducir al peronismo a una derrota", acotó Fernández, durante una entrevista concedida a Noticias Argentinas.

"Si yo aceptaba esas renuncias, la posibilidad de que se rompiera el frente era muy alta y a mí me quedaban dos años de gobierno por delante", dijo, echando a rodar indefectiblemente elucubraciones acerca de lo que habrían hecho, en su lugar, ex presidentes peronistas de los últimos años, como Carlos Menem o Néstor Kirchner. Si es cierto que las comparaciones son odiosas, mejor seguir adelante con las argumentaciones de rigor del ex jefe de Gabinete kirchnerista: "Prioricé la unidad del espacio y lo haría mil veces más", remarcó Fernández, cuyas declaraciones sobre las mediciones de pobreza en la Argentina también levantaron polvareda esta semana.

“Todo quedó a mitad de camino”

Fernández arma las valijas con un 44,7% de pobres en el país y un 9,6% de indigentes, según mediciones de la Universidad Católica Argentina (UCA). Es decir, sobre una población de 46,65 millones de personas, más de 20 millones de ciudadanos no cumplen con las necesidades básicas de salarios, salud, educación ni alimentación.

Según el INDEC, en tanto, la pobreza alcanza al 40,1% de la población (datos del primer semestre de 2023). Y sumado a esto, la inflación galopante que ni Fernández ni Cristina ni Massa consiguieron maniatar en cuatro años de gestión, y que el mismo Milei asegura que podría demandarle ¡dos años! bajarla.

"Todo lo que intentamos quedó corto, quedó a mitad de camino, aunque nunca se tomaron decisiones contra la gente, como está previsto que suceda a partir de ahora", sostuvo la fuente cercana a Unión por la Patria consultada por esta agencia. "Nuestro gobierno fue mucho mejor que el de Macri, pero la gente no lo percibió así", agregó. ¿Cómo seguirá la película ahora, después de que el oficialismo haya insistido fuerte durante la campaña electoral con el concepto de, "Somos nosotros o el caos" y así y todo Milei se alzó con una victoria contundente?

"Se viene una renovación en el peronismo, pero ya no con tres cabezas; va a ser un peronismo de una sola cabeza; después se verá cómo se resuelve", dijo la misma fuente, que consideró que la velocidad que vaya a tomar ese proceso en filas del Partido Justicialista (PJ) "dependerá de lo que suceda en el país" a partir de mañana, con el líder de La Libertad Avanza consagrado ya 
como jefe de Estado.

En el mismo sentido, aventuró que Milei "empezará a perder capital político desde el primer día, cuando comience a tomar decisiones que lesionen a las mayorías". "Hay que dejar que fracase solo", recalcó. En tanto, con respecto a la renovación del justicialismo, tan comentada por estas horas, da la sensación de que el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, intenta picar en punta en busca del liderazgo partidario, pero de antemano Fernández salió a cuestionarlo: "No siento que nos represente a todos", enfatizó en declaraciones a NA.

Parece claro que uno de los principales desafíos que deberá afrontar Kicillof si planea asumir un rol de mayor protagonismo dentro del universo peronista nacional será quitarse de encima la consideración de "dirigente kirchnerista" que sobrevuela su figura desde que Cristina lo designó ministro de Economía de su Gobierno hace 10 años. Además, habrá que ver qué ocurre con la provincia de Buenos Aires en general y con su gestión como gobernador en particular si desde la Nación, con Milei como presidente, deciden recortar las acaudaladas partidas de dinero que demanda ese distrito.

"La Provincia es inviable sin los fondos de la Nación, si no te ayudan, alguna crisis vas a tener", dijo la fuente peronista. "Si le recortan los fondos, su gestión va a empezar a decaer y su liderazgo también", agregó. Por lo pronto, se espera que en el corto plazo Kicillof intente pulsar con Máximo Kirchner por la presidencia del justicialismo bonaerense, aspirando probablemente luego a encabezar el partido en el ámbito nacional.

Justamente uno de los últimos en desafiar a Fernández por este motivo fue el intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray, que haciendo leña de un Alberto caído le exigió que dé un paso al costado como presidente del PJ. Lo propio le pidió a Máximo, después de la ruidosa derrota del oficialismo frente a un "outsider" como Milei, que a partir de mañana empezará a mirar al resto desde lo más alto de la gestión pública argentina, sentado en la Casa Rosada en el sillón de Rivadavia, y con la aún latente amenaza de atravesar con su "motosierra" a las estructuras del Estado que, según su parecer, generen pérdidas.