Ninguna relación es viable sin confianza. Es la condición necesaria para lograr cualquier objetivo. Desde la confianza en uno mismo, que permite la convicción necesaria para llegar a destino o lograr un objetivo sin torcerse en el camino, hasta la confianza necesaria en el otro, si la meta a alcanzar es entre dos o más personas. La confianza une, inspira y motiva.

Cuando la confianza se rompe, el estado de sospecha permanente se instala, y hasta lo más simple, resulta inviable. La democracia requiere de confianza. Confianza en el sistema, en las instituciones, y en los dirigentes políticos que las representan. Aunque la pregunta es lastimosa, ¿Cuál es el nivel de confianza, que cada uno de nosotros tiene, en los poderes de la República, y en quienes los representan?

Recientemente, la Ministra de Justicia, publicó en sus redes sociales una encuesta sobre el Ministerio que ella misma dirige. El 48.8% de los ciudadanos respondió que tiene “poca confianza” en la justicia. Nada el 39.1%, Mucho el 4% y Bastante el 7.5%, es decir, que según este trabajo, el 87.9% de los consultados, cree “poco o nada” en el sistema que debe cuidar nuestros derechos y garantías.

Lamentablemente la situación no es nueva, y como miembros de la sociedad que ellos dirigen, debemos preguntarnos; ¿Qué han hecho, antes y ahora, para resolver esto?. ¿Qué integrante de los últimos gobiernos, podría decir que ningún miembro del gabinete que integró,”no tocó” la puerta de un juez? 

Hemos escuchado, como un Juez Federal, durante la gestión K, admitió haber tomado algunas decisiones presionado por el poder. Esta semana, un informe revelaba, cómo otro Juez Federal visitaba la sede de Gobierno durante la presidencia de Macri. Crecimos escuchando que la justicia es independiente, y eso, no debe cambiar, ya que es la única forma, que siembre y merezca respeto, por parte de la sociedad.

Un analista político, una vez, dijo: “Si querés saber la fortaleza de cualquier gobierno, fíjate cómo son los fallos vinculados a procesos que tienen como protagonistas a dirigentes políticos o funcionarios de esa gestión”. También es cierto, que cuando la justicia actúa en contra de un político de turno, por más evidencias, pruebas o procesos que avalen una condena, el gobierno al que pertenece, se queja. Pareciera difícil resolver esta situación, aunque es mucho más fácil de lo que se supone: “Que cada uno haga lo que debe hacer, que es lo que eligió y por lo que cobra un sueldo que paga la sociedad y, por lo que juró, a la hora de asumir esa función”. Es decir, que “cada cual” atienda su juego.

Los neurobiólogos señalan que el peor estrés de todos, es el que mezcla los máximos niveles de incertidumbre y ansiedad. ¿Puede ser este un diagnóstico que nos quepa como sociedad?. Alto nivel de estrés social, reglas de juego que no se cumplen y derechos sin obligaciones.

El valor de la palabra empeñada o cumplir con las promesas realizadas, no son actitudes que hayan “pasado de moda”. Sin embargo, cada vez son menos, quienes las respetan. Cambiar de pertenencia política o desentenderse de las metas a cumplir, gozan “de una desfachatez” inusual. Desde el, “no los voy a defraudar” hasta “el que se vayan todos”, nada se cumplió.

Es necesario volver a creer, y para ello, es menester decir la verdad.

(*) Jorge Luis Pizarro, periodista de Radio Rivadavia.