Por Roberto Caballero.

El documento que suscribieron "300 científicos e intelectuales" para cuestionar la cuarentena oficial reveló que lo que está en riesgo en la Argentina no es la democracia, como advierten sus autores desde el encabezamiento, sino la sensatez elemental que logra diferenciar un régimen cruelmente totalitario de una política sanitaria, además exitosa, recomendada nada menos que por la OMS.

En estos tiempos donde lo obvio merece doble o triple explicación, conviene aclarar una vez más que nuestro país atravesó varias dictaduras desde 1930, que ninguna fue implantada por infectólogos o virólogos, y que casi siempre fueron impulsadas y regenteadas por militares y civiles que en nombre de la libertad, y para "protegernos" de las eventuales derivas autoritarias de los gobiernos populares, prohibieron, censuraron, encarcelaron y mataron en masa a los disidentes.

Hablar de "infectadura", a esta altura, es una contribución imperdonable al negacionismo, que equipara cosas que son sencillamente antagónicas. Además, deja relucir una actitud anticientífica, primitiva, muy en línea con la que ejercían los dictadores que, en serio, metían presos a los que en su biblioteca tenían el libro "La cuba electrolítica", combatían ferozmente las matemáticas modernas y odiaban a Freud o a Einstein por su condición de judíos y porque con sus innovadoras teorías amenazaban con derribar el orden conservador de las cosas.

Fue una dictadura de verdad, la de un oscuro general clerical de derecha como Juan Carlos Onganía, la responsable de la "Noche de los Bastones Largos", en la que fueron apaleados y detenidos miembros de la comunidad científica, profesores y alumnos, de la universidad pública, evento represivo registrado en 1966 que inauguró la fuga masiva de cerebros, hundiendo aún más a la Argentina en la brutal ciénaga del subdesarrollo.

Aunque no lo dicen de modo abierto, las temerarias teorías de Trump y Bolsonaro, que aducen ante sus sociedades que la cuarentena sería más mortal que el propio coronavirus mientras cavan fosas comunes, parecen haber inspirado a los autores del documento que confunde adrede lo repudiable (una dictadura) con lo indispensable (una política sanitaria) para enfrentar un virus para el cual todavía no hay vacuna inmunizante.

A veces, en el fragor de la lucha política se pierde de vista que no hay que jugar con fuego, ni con cosas que no tienen repuesto.

Los países que aplicaron "cuarentenas inteligentes" o más flexibles, como las que entusiasman a estos grupos rabiosamente liberales, a la par que saturaron sus sistemas de salud y sus funerarias, también vieron cómo se desplomaban sus economías porque el Covid-19 desató una brutal caída del producto global que el capitalismo no padecía desde el Crack del '29, es decir, casi un siglo.

Porque lo que hay que entender de una vez es que el problema no es la cuarentena, sino la pandemia.

Y nadie puede asegurar que sea la última.

Por Roberto Caballero, periodista y escritor. Conductor del programa "Caballero de día", por AM La990, de lunes a viernes, de 8:00 a 11:00.