Por Martin Hourest (*)

Salir de la dictadura era imprescindible, pero lo fundamental era entrar a la vida. A la vida, esa que dicen grande, llena de aspiraciones y sueños y a la chiquitita, cotidiana, sublime, de un tiempo amable y un lugar querible.

Queríamos entrar a la incertidumbre sobre nuestras propias decisiones , no al peligro que nos imponían otros , a la superposición de intereses y objetivos, a la pluralidad de sujetos y mundos, en fin, a la diversidad de futuros posibles. El pueblo unido jamás será vencido.

Vivir era no repetir, no degradar, no corromper y no lastimar. Vivir era imaginar, cuidar, reparar, ser dignos y decentes.

Ser, era impugnar la herencia impuesta. Instituir, para los tiempos, que la sociedad del pasado no podía ser la dictadura en la que se desarrollaran las generaciones futuras.

Luchamos, pocos de a poco, para ser muchos para todo. Teníamos, detrás y encima, cuerpos negados, libertades clausuradas, sueños reprimidos, torturas en rutina, destinos de hierro sobre cada mujer, cada niño y cada hombre , con su peregrinación inmunda de pobreza, desempleo y marginalidad. Una sociedad de la fuerza bruta, del desapego a la ley, de la naturalización de la violencia política y que bordeaba el eterno retorno de la impunidad. Un país donde las minorías de las armas y el dinero sojuzgaban a las mayorías y donde las mujeres eran sojuzgadas por los hombres.

Ese país lejano y casi desconocido, por la mayoría de los argentinos de hoy, estaba hace 37 años decidiendo si hoy algunas cosas iban a ser inaceptables, otras normales, otras delito y otras tantas casi naturales. El respeto a los cuerpos , a la vida, el autogobierno, la libertad de opinar, de movilizarse, de agruparse, de luchar en legalidad por la ampliación de derechos, de ponernos en acto como sujetos. Era, hace hoy 37 años, solo una posibilidad.

Hay que reconocerlo, aquello que soñamos y por lo que luchamos no es esto. O mejor, porque rechazamos aquello, no admitimos esto,

Queda, sin embargo, una inmensa y significativa conquista que va mucho mas allá del estado de derechos y de los derechos conquistados al estado. El 30 de octubre de 1983 se dio un paso enorme ( asentado en luchas anteriores) para el triunfo de un sentido común. Si, en la permanente disputa por el sentido común que toda sociedad hace y rehace, la victoria de 1983 derrotando a la autoanmistía y a la impunidad y las políticas posteriores dejaron firme un piso que las minorías de las armas y el dinero debieron reconocer, soportar y combatir desde entonces.

Ese sentido común no es irreversible ni invulnerable es cuestionado y amenazado todos los días, por eso hay que enriquecerlo en una ofensiva cultural permanente que agregue derechos, diversidad y sensibilidades, que escuche los ruidos del desierto, que busque y no solo espere los estallidos macro y micro sociales para reponerse y reformarse.

La disputa por el sentido común no es el refugio de certezas, ni la melancolía de una superioridad moral, es la humilde y paciente construcción de sentir en común, de que algo pueda ser sentido ( en ) común.

Cada quien puede realizar su propio balance. Eso es imprescindible y hacerse cargo de las consecuencias es una obligación ética. Pero no es hoy el día de las paradas intermedias.

Tenemos hoy una democracia con vacíos crecientes de soberanía ( poder) limitada por poderes reales y capturada por elites , preocupadas por reproducirse y protegerse, desligadas del destino colectivo.

Una sociedad donde la desigualdad y ,su consecuencia central, la decadencia hacen que la vulnerabilidad, la precariedad, la pobreza, la frustración y la violencia institucional y personal se conviertan en el nuevo estatuto real de vida. Donde la vida de los derechos y las instituciones no se mira o disimula no ver.

Un país que sacrifica a su gente para reproducirse y que además saquea y destruye su ambiente en una crisis y una depredación sin precedentes. A 37 años de la democracia somos "carancheados" por muchos de los derrotados de 1983 y, hay que decirlo sin concesiones, por muchos que cantaron con nosotros " se van, se van y nunca volverán".

Así estamos, parados en la sociedad del desprecio de la gente y del ambiente. Pero estamos para entrar a la vida. Hoy nuestros sueños de ser mas libres e iguales, individual y colectivamente, nos siguen exigiendo que no vivamos esta pesadilla,

Dar testimonio es poner el cuerpo a disposición de una visión en busca de justicia e igualdad.

(+) Ex legislador porteño por el GEN.