Por Alejandro Fargosi

Durante los últimos 100 años, la Argentina ha sido el único país del mundo que sin una guerra prolongada ni extendida, ni catástrofes naturales, se ha empobrecido.

Se han ensayado muchas respuestas, que ya aburren porque implica revolcarnos en un barro de derrotismo y nostalgia. Basta de lloriquear las glorias pasadas.

En pleno siglo XXI, seguimos ridículamente empantanados en una política vieja, caduca, que sigue con las mismas reglas, prácticas y personajes desde hace décadas. Creemos una hazaña el lograr que no puedan ser candidatos los delincuentes condenados.

Suponemos mágico conseguir que se vote con una sola boleta, para cortar con el gasto ridículo de cientos de millones destinados, muchos de ellos, a los bolsillos de los dueños de partidos-sello.

Es tal nuestro lío, que ni siquiera sabemos si convienen o no las PASO. Al país, claro, porque a algún grupo siempre le vendrán bien.

Las últimas dos generaciones hoy adultas, es decir los nacidos en 1970 y en 1995, miran a la política y a los políticos con justificado rechazo o peor.

La profesionalización de esta actividad provoca que miles de personas busquen una salida laboral en los estamentos superiores de los tres poderes, donde dirigen y regulan las actividades de todos nosotros sin haber demostrado saber hacerlas y menos aún, sin haber podido sobrevivir trabajando en serio.

¿Qué es en serio? En serio es siendo exigidos, corriendo riesgos, sin tener garantizado el trabajo, ni los ascensos, ni horarios cómodos y demás linduras del empleo público que pagamos todos.

Los que nacimos hace mas de 50 años nos acostumbramos, como la rana hervida, a soportar los disparates mas enloquecidos y aceptamos mansamente que ningún político cambia, ni se arrepiente, ni se retira, ni siquiera se quema, haya hecho el desastre que haya hecho.

La vieja política domina todo y nos ofrece siempre el mismo menú de gente y de prácticas políticas y económicas. Como una calesita que gira y gira pero es siempre lo mismo y no va a ningún lado.

¿Alguien imagina a los ingleses peleándose por Chamberlain o Churchill? ¿O a los franceses debatiendo sobre De Gaulle y los pied noir? Nosotros, en cambio, mantenemos vivos a personajes que, nos gusten o disgusten, murieron hace 40, 60 u 80 años.

Como si Roca hubiese discutido con Sarmiento sobre el dilema Saavedra-Moreno o la Logia Lautaro... o Perón y Evita luchasen para imponer la política de Urquiza o de Avellaneda.

En estos días Loris Zanatta ha calificado al peronismo como un movimiento de naturaleza religiosa. Coincido y subo la apuesta, ya que esa religiosidad laica no se limita al peronismo: muchos radicales bautizan a sus hijos con nombres de su santoral, como Leandro, Hipólito, Marcelo, Ricardo... Está bien, la libertad es libre. Pero la conclusión es inevitable.

Nos hemos convertido en una calesita alimentada por las nefastas listas-sábana, que cobijan solo a los que saben seducir no a los votantes sino a los capos partidarios que arman las listas.

Mas allá del suicida sistema de elecciones bianuales, veamos al Congreso: tenemos un Senado que legítimamente representa a las provincias y con una Cámara de Diputados que hace lo mismo pero de hecho, precisamente porque las listas-mortaja impiden la relación directa de los representantes y los representados, sometiendo todo a la intermediación de caudillos municipales y provinciales de raigambre y actitudes medievales.

¿Cómo cambiar semejante panorama, si a los que más poder tienen, les conviene este statu-quo? El círculo rojo es muy grande y fuerte: políticos rosqueros, jueces dependientes, empresarios prebendarios y sindicalistas eternos.

A ninguno de ellos le conviene lo nuevo. Perderían. La nueva política le conviene a la gente, que por ahora en su desesperación y falta de alternativas, cuando puede opta por una emigración que desande lo andado por sus antepasados, o vota alternativamente a unos y a otros con una amnesia forzada por la falta de opciones.

¿Es realista luchar por una nueva política? Quizás sea imposible pero es imprescindible, como diría San Martín.

Con esta gente que nos viene gobernando de mal en peor, solo iremos a un lugar: uno peor.

¿Qué hacer? Lo primero es darnos cuenta. Lo segundo es decirlo claramente. Y lo tercero es insistir, insistir e insistir.

Somos el 8vo. país mas grande del mundo pero no adolecemos de los desiertos australianos, las tundras rusas o canadienses, y los tornados norteamericanos. Tampoco debemos lidiar con la superpoblación China o india, ni con las multiplicidades tribales, religiosas, culturales e idiomáticas de esos países. Ni con sus devastadoras guerras.

Entonces...dejémonos de egoísmos y trabajemos. Menos derechos y mas obligaciones. Basta de reclamar derechos y privilegios incompatibles con nuestra situación actual.

Los que disfrutamos del esfuerzo de nuestros abuelos, ahora debemos hacer esfuerzos por nuestros nietos. Es una ley de la vida tan inevitable como que la Tierra es redonda, no plana.

Sí o sí la nueva política tiene que ser meritocrática. Sin impunidad. Sin choreo, Sin chantas. Sin tanto miedo a lo políticamente incorrecto. Sin señores feudales. Sin reyes ni príncipes.

En poco tiempo estaremos en el 2050 y ¿qué estamos discutiendo? ¿Los '70? ¿A Perón y Evita? ¿A los Kirchner? Basta.

Para que se vayan todos los que nos tienen de esclavos, debe venir mucha gente nueva a la política, porque debemos ganarles en las urnas.

De nuevo: si crees que es imposible, ok. Pero sabelo: es imprescindible, así que hagámoslo.

(*) - Abogado y ex integrante del Consejo de la Magistratura de la Nación.