Por Nicolás Fernández (*)

Es un momento crítico en el que caminamos al abismo de la mano de verdaderos irresponsables. Se trata de "narradores de la realidad", que esbozan editoriales que describen antojadizamente un mundo que solo está en la cabeza del que escribe.

Lo que esos narradores parecen no tener en cuenta es que cuanta mayor confrontación estéril, cuanta mayor circulación, cuanta menor presencia del Estado, el resultado es más infectados, más pobreza, más demora en ponernos en marcha y más muertos.

La verdad está y estuvo siempre frente a nosotros. Los que escriben hoy escribieron siempre y toda la vida nos comentaron -y otras tantas nos convencieron- acerca de cuáles eran las "razones" de todo.

Pretendo que dejemos de ser conejitos de ciertos dirigentes políticos y ciertos periodistas influyentes, que desde un pedestal nos dicen qué hacer, cómo y por dónde.

Sobre todo porque sus intervenciones traen como consecuencia un resultado que asusta y lastima. Dedicarse a la cosa pública no es fácil ni gratis.

Puedo asegurar que se paga un alto costo por dedicarse a ella. Dentro de esos costos -además de los familiares-, está la exposición pública, lo que posibilita que cualquier columnista pueda levantar la voz y destrozar a un político por el solo hecho de dedicarse a "lo público".

Son muchos los que se agrupan desde ningún lugar para criticar a los que se dedican a la vida pública. Algunos tienen razón, pero la gran mayoría no.

Todo esto es posible porque, hace un poco más de 40 años, han aniquilado el pensamiento nacional. Esta es la causa de la carencia de dirigentes que en la actualidad estén a la altura del desafío: actualmente, se extinguen especies y nos afectan pandemias, como consecuencia de la irresponsabilidad de la ciencia y de la técnica puesta al servicio del lucro y del consumo.

En consecuencia, es precisa una "revolución humanista" que cambie la base de la raza humana, que camina inexorablemente a su exterminio.

Mirar la historia y sus consecuencias no es convertirse en nostálgico. Es simplemente analizar qué podemos evitar. Solo así podemos dimensionar el daño que generan los "piquetes del desánimo", poniendo en crisis la convivencia pacífica de la ciudadanía.

Estos piquetes no ven que la deuda no fue adquirida por el Gobierno, la pandemia no fue un invento del Gobierno, lo endeble de la estructura de salud tiene más de 50 años, la inflación es un mal endémico de este país y la falta de confianza en la clase política y el rumbo económico es -en parte- una pesada herencia.

Basta de dirigentes políticos con intereses desestabilizadores que encienden el odio en la gente y alimentan la famosa grieta.

(*) Ex diputado nacional y ex senador nacional del Frente para la Victoria.