Por Ceferino Namuncurá (*)

"Es ilusoria la confianza latente en la expresión de que, cuando algo se dice o se grita, va a mejorar; se trata de un rudimento mágico, de una fe en lo que Freud llamo 'omnipotencia del pensamiento' ".

Theodore Adorno

La única grieta insalvable es la grieta que existe con los necios, los intolerantes, los alienados mentales o los que privilegian sus intereses personales a costa de hipotecar el país.

Toda otra grieta, hasta un subsuelo en miradas ideológicas distantes es una ficción, es el salvavidas o lastre de quienes se autoexcluyen de una construcción colectiva que la tragedia de estos días, impone y demanda a aquellos que queremos lograr una Argentina que no deje a nadie en el camino.

Un país con identidad, con una tabla de valores que rescate lo mejor de nosotros, bajo un canon moral sin intersticios para suspicaces, legado inalterable de quienes pensaron antes que nosotros en un país que merezcamos, con la cristalización de un acuerdo social que nos contenga definitivamente.

Es en las antípodas de un devenir solidario, integrador e inclusivo donde se sitúan aquellos que en forma irresponsable endeudaron a nuestro país, los que banalizan la ultima noche oscura de la ultima dictadura, enbanderados con la foto de Videla, los intolerantes que espetan en cámaras de televisión "ahora si van a tener miedo", los necios que desconocen la legitimidad del pueblo, los alienados que revuelven miserias para justificar sus odios.

No es una grieta, es un abismo haber hipotecado a generaciones enteras con una deuda injustificada.

Es lacerar lo más profundo del cuerpo social invocar una dictadura que se persiguió, secuestro y se llevó puestas vidas de nuestros compatriotas.

¿Cómo construir colectivamente con los abyectos o los intolerantes, que privilegian los improperios a los pensamientos?

Aun así, en este escenario de apologistas del odio, hombres de la calle algunos dirigentes otros, minorías todos ellos, existe otra faz, que alienta, que anima a tender puentes, que nos desafía a superar antinomias, aunque lo nieguen una y mil veces los necios, el resto, una gran mayoría, lo estamos viendo.

Un presidente sentado en una misma mesa con quienes tienen la legitimidad del voto, propios y ajenos, los que serán interpelados por lo que han hecho, los que deben dar con la estatura de estos tiempos.

Tiempos que demarcaran nuestras vidas, nuestra historia, que están alejados de lo simbólico, puesto que esta en juego algo más que lo coyuntural que un dividendo político, que los números fríos de una encuesta, es lo que no pueden vislumbrar los ciegos de este odio.

Son vidas para que lo aprehendan, para que lo entiendan, pero además la prueba más cabal frente a las omnipotencias ocurrentes, es la convicción a luchar por la vida, la nuestra pero sobre todo la de aquellos que vuelven a apostar, que quieren ser protagonistas de un destino trascendente.

Habrá que ser pacientes, apelar a la prudencia, aún en el paroxismo intolerante de estos grupos minúsculos pro grieta, responder con más estado a su violencia.

No es una renuncia, una abdicación, un olvidar y dar de nuevo, habrá tiempo para discutir profundamente acerca de estos grupos decadentes.

El de hoy, este tiempo que acontece nos interpela y desafía a construir una sociedad más justa cueste lo que cueste.

(*) Ex interventor de la Comisión Nacional de Comunicaciones