Por Eduardo Fracchia (*)

La demanda de mayor liderazgo político al presidente es clara. Pocos gobiernos comenzaron mal pero pudieron encontrar el rumbo.

Por ejemplo, en el caso de Carlos Menem, influyó por su mala imagen en la primera hiper y fue responsable por una gestión deficiente de la segunda.

Finalmente pudo encontrar un sendero de bienestar con claroscuros, pero pareciera que Alberto Fernández está falto de ideas de futuro, de equipo y de vocación de conducción.

La pandemia es un factor que condiciona totalmente la política porque influye de lleno en la actividad económica.

Un pacto entre los dos espacios políticos para atacar la pandemia en la que venimos perdiendo por goleada, tal como plantea el ex ministro de Salud Adolfo Rubinstein, sería relevante.

El gabinete se observa muy desgastado. Si bien Martín Guzmán representa una figura empoderada, hay mucha expectativa para ver cómo lidera, él no tiene experiencia en gestión de crisis.

Asimismo, y de acuerdo al contexto, sería buena una renovación del equipo.

En el plano político, esta crisis puede desgastar la marca indestructible del peronismo, como le ocurrió a la UCR con el fracaso económico de Alfonsín y De la Rúa.

En efecto, con la devaluación se puede perder gobernabilidad, el gran tema de estas semanas.

El presidente continúa con su estilo ambiguo, de doble discurso, lo cual es un punto importante a tener en cuenta y considerar para los tres años que quedan de gestión, que parecen una enormidad. No existe el albertismo. Fernández, a diferencia de Néstor Kirchner, no quiere construir poder.

Los dirigentes políticos en general, presentan actualmente una imagen bastante negativa, a excepción de Rodríguez Larreta y Vidal, entre otros, que aún miden bien.

A su vez, también está en el escenario político CFK con intervenciones selectivas en la economía y un poder indiscutido por los votos del tercer cordón del conurbano.

La Cámpora, que surgió por la crisis de la 125, está funcionando muy bien, conoce el Estado y ocupa puestos claves. Es ideológica y atrasa con su reivindicación de lo peor de los ´70. Quiere llegar al poder en las elecciones de 2023, quizás con su líder apoyado por su madre.

El reciente 17 de octubre fue un acto desaprovechado para renovar la política. Cristina no acudió, no sigue a Perón. Para ella el día clave es el de la muerte de Néstor. El peronismo se estructuró en base al movimiento obrero organizado y ahora los obreros fueron sustituidos en parte por los receptores de planes sociales.

La elección de medio término del año próximo será tensa entre una oposición orgánica, polarizada en parte, con poco para discutir de economía por su mala gestión y un oficialismo debilitado.

Hasta ahora no se produjo un estallido social pero el tema es sensible y ayuda mucho que el peronismo esté en el poder. No hemos tenido los saqueos de 1989 y del 2001. El peronismo es garantía de paz social, aunque se encienden alarmas por la inseguridad y la toma de tierras.

La coalición opositora posee internas, pero básicamente está unida. Es clave para moderar las tendencias autoritarias y bolivarianas de parte del oficialismo. Es importante que la oposición se corra al centro y sea dialoguista.

Ese es el estilo de Larreta que puede ser presidente si fracasa Fernández. Macri volvió a la escena de la opinión pública, admitió errores (más bien poco) y parece que quisiera estar activo en el sistema político.

Los banderazos sin dueño ilusionan a Juntos por el cambio, fue una suerte de rechazo a la 125 en modo urbano.

En definitiva, estamos atravesando un momento muy delicado donde una vez más la política domina por sobre la economía. Es clave seguir en la línea que señaló en su carta el lunes la vicepresidenta, encontrar líneas de consenso y acuerdo para facilitar la transición de esta crisis sin precedentes.

(*) Director del Área de Economía del IAE Business School, Universidad Austral.