Por Jorge Luis Pizarro (*) .

Todos coincidimos en que la salud es lo primero. No hay precio para una vida ni justificación ante la pérdida evitable de ella. Partiendo de esa premisa y, asumiendo que todos actuamos con honestidad intelectual, es necesario evitar, descalificar o considerar un enemigo a quién piensa distinto.

La teoría del novio molesto, describe la actitud de alguien que pide tanto que, un día “cansó”. Después de 100 días de encierro, nadie debe molestarse frente a estas preguntas:

¿Qué pasó? ¿Por qué nos dijeron que llegaría primero el dengue antes que el Covid? ¿Por qué demoraron en cerrar el aeropuerto de Ezeiza, que fue la principal puerta de entrada de la enfermedad? ¿Por qué equivocaron tantas veces el momento en el cual llegaría el pico de contagio? ¿Por qué si nos dijeron que tantas semanas de encierro eran para fortalecer el sistema sanitario, hoy nos hablan del peligro de falta de camas hospitalarias? ¿Por qué, si pasamos todo el otoño encerrados, no hemos logrado bajar la cantidad de contagios? ¿Por qué expertos nacionales y extranjeros insisten en que el Argentina acertó con el aislamiento obligatorio pero falló con la cantidad de testeos, por insuficientes?.

Lejos de encontrar respuestas satisfactorias, lo que gran parte de la sociedad recibe son explicaciones que transmiten reproches por “no haber hecho lo suficiente” o miedo de lo que puede pasar. El más elemental manual de psicología, define al miedo como una de las peores emociones, de las menos recomendables y eficientes para resolver situaciones. Nicolás Maquiavelo decía qué “quién controla el miedo de la gente se convierte en el amo de sus almas”.

Sí de lo que se trata es sobre salud, bien vale recordar la definición que da la OMS: “Salud no es sólo la ausencia de enfermedad sino que comprende el estado de bienestar físico, social y mental. ¿Qué cree la dirigencia política argentina sobre el estado de bienestar físico, social y mental de los ciudadanos?. Llena de espanto leer un informe que relata que un niño de 8 años sufrió un ACV, y que ante la desesperada pregunta de sus padres al médico tratante sobre las razones de esta enfermedad en plena niñez, la respuesta que obtuvieron fue: “pudo haber sido el estrés del encierro”. Sin ir tan lejos, a cuántas de las madres o padres que nos rodean, les hemos escuchado decir que sus hijos de entre 6 y 12 años ya no se plantean o preocupan por salir de casa. Una niñez puertas adentro y sin contacto con otros niños, no puede ser definida como una “nueva normalidad”. Interactuar con otras personas significa enriquecerse y poner en práctica los mecanismos para resolver respetuosa y razonablemente los conflictos o diferencias. Es mucho más que utilizar una “App” (aplicación). Las personas fuimos concebidas para aprender a vivir y desarrollarnos en sociedad, cualquier situación contraria nada tiene que ver con la naturaleza humana.

La cuarentena no apacigua la preocupación sino que la aumenta. En el plano económico, en el último año el déficit fiscal se multiplicó por 10, cinco de cada diez niños son pobres, y según estimaciones privadas, estaremos llegando a diciembre del 2020 con uno de los peores índices de desempleo y un 50% de pobreza.

Cualquiera de nosotros en nuestra condición de personas, necesitamos tener esperanza, saber por qué hacemos lo que hacemos y hacia dónde vamos. Ya no es un pedido. Es una súplica.

(*) Periodista de Radio Rivadavia.