"El trauma causado por Covid-19 ha llevado a que la gente sea más abierta sobre la salud mental de lo que lo ha sido nunca, y este es el momento de llegarle. Eso comienza en nuestros colegios, porque los niños han pasado por mucho", declaró esta semana el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio.

Fue en oportunidad de anunciar que antes del inicio del ciclo lectivo se hará una evaluación psicológica de todos los alumnos de los colegios públicos, a fin de medir el grado de afectación de los 18 meses que no tuvieron clases presenciales e intentar restablecer, en cada caso, el bienestar emocional.

Para cumplir con ese programa, el Departamento de Educación de Nueva York dispuso asignar presupuesto a la contratación de más de 600 psicólogos y trabajadores sociales.

Aun cuando sigue siendo incierto y desparejo en el mundo el control de la pandemia, la experiencia traumática vivida en un año y medio ha ampliado la visión epidemiológica de los líderes políticos, que han ido incorporando al monitoreo sanitario tanto las consecuencias económicas como las sociales que se produjeron en este lapso. 

Por ejemplo, las secuelas psicológicas y en el aprendizaje de un billón y medio de niños y adolescentes de todo el mundo que estuvieron confinados a sus hogares por el cierre de las escuelas ordenado por los gobiernos como medida de emergencia para evitar la propagación del virus.

No fue sólo eso, sino que, asimismo, cesaron las actividades públicas en lugares cerrados como los centros infantiles y las guarderías, pero también en abiertos de esparcimiento y encuentro, como clubes o parques, de modo que, en la mayoría de los países, la educación online, para los que tienen conexión a internet y computadora en el hogar, garantizó la continuidad virtual.

En el caso de Argentina, resultó muy desigual tal accesibilidad: el 18,3% de los encuestados no tienen conectividad de ningún tipo, en tanto 44,3% afirmó estudiar menos que antes de la pandemia, y el 13,5% directamente dijo no contar con ningún dispositivo tecnológico en el hogar.

Estos son los datos crudos de un relevamiento sobre la calidad y el impacto de las clases a distancia en 2020 que las organizaciones sociales efectuaron en marzo, el cual abarcó 4400 villas y barrios populares de todo el país, donde viven 4 millones de personas. 

Ese aislamiento virtual se patentizó en que apenas el 14,1% manifestó utilizar Zoom y Google Meet y que las otras plataformas educativas, como blogs, padlet y las desarrolladas por Educación, como el Plan Federal Juana Manso, fueron aprovechadas por el 4,8%. Por redes sociales (Facebook, Instagram) solo se conectó el 4,3%.

Además, únicamente la mitad de los niños y niñas en edad escolar estuvieron acompañados por sus madres al momento de realizar las tareas, de acuerdo con otra compulsa que hizo en marzo en los barrios pobres de la Ciudad de Buenos Aires "Somos barrios de pie", junto a la Universidad Popular Barrios de Pie.

Y resultó que en nada menos que el 58,8% de los hogares se comparte un dispositivo entre todos los que cohabitan y un 13,3% directamente no tiene smartphones, tablets o PC

Asignatura ignorada

Pero hubo para los chicos consecuencias psicológicas tras el confinamiento en todo 2020 que no entraron aún en la agenda oficial, como que perdieron las costumbres y rutinas familiares, padecieron la ausencia del entorno estructurado de la escuela, se aburrieron, tuvieron dificultades para participar en actividades deportivas y para salir con los amigos.

Una encuesta a 4500 niños y adolescentes realizada en febrero, por la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), le puso números: 9 de cada 10 acusaron impacto psicológico; 77% se mostró enojado y 68%, triste.

Es que la asistencia a clase no sólo forma pedagógicamente a los menores de edad, sino que también funciona como ordenador de su equilibrio psicoemocional.

El cura villero “Pepe” Di Paola suele sintetizar ese pilar, que en los barrios socialmente más vulnerables se torna una alternativa única a la crudeza de la calle y al hacinamiento de los hogares, con la interactuación de tres C: colegio, club, capilla.

Así y todo, la consideración de la salud mental quedó relegada ante los debates políticos en torno de la presenciabilidad sí o no en las clases, y obviamente a las prioridades presupuestarias.

Prevaleció entre los políticos, de acuerdo con los psicólogos que opinaron sobre el tema, un enfoque muy biologicista orientado a no contagiarse el virus, que prácticamente anuló toda otra mirada más holística y comprensiva de la complejidad del ser humano.

De este modo, señaló uno de los autores de la investigación de SAP, Jorge Cabana, en una nota publicada en "Clarín", “los cuadros severos de depresión, trastornos alimentarios y tendencias autodestructivas se incrementaron mucho, sin duda, pero aún no hay estadísticas”.

La virtualidad no compensó tales carencias, sino “ciertas dinámicas presenciales de contacto con pares, pero esto también los expuso a muchos riesgos si no estaban en ambientes cuidados, como el grooming, que es el contacto de un adulto que se hace pasar por niño a otro menor de edad con fines de abuso sexual”, según advirtió Luisa Brumana, representante de Unicef para Argentina.

En abril del año pasado, en plena fase 1 de confinamiento, un relevamiento hecho por la institución internacional dedicada a la niñez entre 2.678 familias puso de manifiesto una referencia a tener en cuenta.

Que 1 de cada 4 adolescentes aseguraba tener miedo, el 16% estaba angustiado y un 6%, deprimido.

Con el transcurrir del año, en octubre, una nueva ronda de entrevistas enseñó que la extensión de la cuarentena hizo que los jóvenes se acostumbraran y metabolizaran la situación.

Por eso, el miedo disminuyó a casi la mitad, pero se duplicaron las depresiones.

Así es como la salud mental, en tales circunstancias, se convierte en el problema a abordar que la clase dirigente debería estar agendando.