Como siempre, los ataques israelíes contra la Franja de Gaza con su espantosa secuela de muerte y destrucción, colocan al conflicto palestino-israelí en la cresta de la ola en materia informativa y saca a la luz situaciones que subterráneamente son una constante en el devenir de la ocupación con todas sus secuelas.

Pero no es la Franja de Gaza en particular, ni es Jerusalén en particular, ni son los territorios de la Ribera Occidental por sí solos. Es un todo que va mostrando diversos emergentes producto de una
raíz común: la ocupación israelí del territorio palestino. Ergo, todo lo que ocurra a partir de allí corresponde a una base única que se manifiesta a través de múltiples resultantes.

Porque lo que vemos hoy inundando los medios de comunicación es el producto directo de situaciones larvadas durante mucho tiempo y que van explotando en un sinfín de manifestaciones que son el resultado directo y natural de décadas de opresión, de sojuzgamiento y de oprobio impuestos por una potencia ocupante a un pueblo bajo ocupación, que no sólo nos muestra la horrible cara de la violencia institucionalizada de un régimen israelí desposeído del más elemental sentido humanitario, sino que, además, pretende ocupar el lugar de la víctima cuando en realidad no es otra cosa que el victimario.

Porque cuando un país se coloca deliberada y premeditadamente por sobre las normas que rigen las relaciones entre los estados amparado por países que le otorgan no sólo inmunidad, sino,
impunidad, nos encontramos ante la constatación fáctica de que todos los seres humanos son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

No es Gaza, es la ocupación colonial
El periodista y político Husni Abdel Wahed está al frente de la Embajada del Estado de Palestina en Buenos Aires desde marzo de 2015.

Pero esto no es nuevo, hace demasiado tiempo que lo padece el pueblo palestino en la Ribera Occidental (Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental). Lo vemos en cada colonia, todas ilegales según la ley internacional, lo vemos en las carreteras segregadas que unen esas colonias y por las que no pueden transitar ciudadanos palestinos, en un claro ejemplo del ejercicio pleno de un sistema de apartheid. Y más allá del territorio palestino, lo hemos visto en los Altos del Golán sirios, arrebatados a ese país durante la Guerra de los Seis Días, en junio de 1967. Es decir, el empleo deliberado de civiles extremistas para consumar el despojo de tierras y bienes ajenos, corresponde a un proyecto finamente elaborado y promovido como una política de Estado, sin atenuantes.

Sumado a todo esto, la campaña permanente de invertir la carga de la prueba, en opinión del Estado de Israel: "Todo palestino es culpable sin que necesite demostrar lo contrario". Y esto sin duda nos lleva a otro punto crítico, que no es otra cosa que una concepción racista de la ocupación. Israel jamás se ha esforzado por observar al "otro" como un igual, con iguales derechos y con legales y legítimas aspiraciones y reivindicaciones. Muy lejos de eso, es una realidad que promueve y auspicia al amparo del respaldo ciego, anómico y pertinaz de la política de los Estados Unidos, que consagra su status como el mayor portaviones de esa superpotencia en el Medio Oriente.

La habilidad israelí para disfrazar esto, radica en su exitoso modelo propagandístico de presentarse siempre como la víctima. Como si cada situación emergente se inicia con el lanzamiento de un cohete desde la Franja de Gaza por parte de Hamás. Como si no existiera precedente alguno que diera motivo para ello, como si no hubiese una historia o hechos anteriores que provoquen una respuesta. Y por supuesto, bajo el mantra omnipresente de que “Israel tiene derecho a defenderse” repetido hasta el hartazgo, casi como una verdad absoluta. Como si nadie más pudiese acceder a ese derecho.

Por estos días, en que los palestinos conmemoramos la Nakba, que es la tragedia y la catástrofe que significó para un pueblo originario la creación de Estado de Israel y que conllevó a la expulsión
por la fuerza de 760 mil palestinos cuando allí había poco más de 1 millón de habitantes y la ejecución de verdaderas masacres en pueblos y aldeas, revivimos una vez más el terror impuesto por la potencia ocupante de Palestina con la impotencia y la tristeza de una nueva masacre israelí contra el pueblo palestino en Gaza y en la Ribera Occidental, consumando una vez más este verdadero genocidio por goteo que impone el Estado de Israel en contra de la población civil palestina.

Una vez más, inclinamos la cabeza en memoria de nuestros mártires para reclamar el derecho inalienable de Palestina a ejercer su autodeterminación y a construir un Estado palestino en su propia tierra.