Ataviado con un traje oscuro y corbata azul claro, canoso, de lentes y apoyado en un bastón, el ex banquero derechista Guillermo Lasso, guayaquilense de 65 años, levantó este lunes la mano ante la Asamblea Nacional para jurar como presidente de Ecuador, y dejar así concluido un ciclo de 15 años de gobiernos izquierdistas liderados por el ex mandatario Rafael Correa.

No fue sólo la crisis económica la que afectó la continuidad socialista, sino que entre el fracaso en la gestión sanitaria del saliente Lenín Moreno, y su pelea a muerte con Correa que debilitó al movimiento Alianza País, sellaron la suerte de la izquierda al frente del poder en Ecuador.

Fue éste el tercer intento de Lasso y por tanto el vencido: venía de dos derrotas consecutivas, primero contra Rafael Correa en 2013 y luego ante Lenín Moreno en 2017, de la que ahora se tomó desquite logrando una aceptación de los ecuatorianos del 60,5%.

Como antecedente en la política, el nuevo mandatario había ejercido como gobernador del Guayas hasta el 2000, luego ministro de Finanzas y después embajador itinerante. 

Pero sus mayores logros los había tenido a nivel empresarial, ya que entre 1989 y 2012 fue vicepresidente, gerente y presidente del privado Banco de Guayaquil, de los mayores de Ecuador.

La perseverancia de este miembro del Opus Dei, que fundó su propio movimiento, Creando Oportunidades (Creo), y contó con el apoyo del Partido Social Cristiano, del fallecido exgobernante León Febres Cordero (1984-1988) y otrora principal fuerza de la derecha, le abrió esta vez el camino al Palacio de Carondelet, desde donde lo primero que deberá encarar es la inmunización contra el Covid-19 de 9 millones de personas en 100 días, tal como prometió en campaña.

Desafíos de gestión

Implica que tendrá que conseguir el arribo más rápido al país de las dosis necesarias, ya que sus antecesores apenas pudieron vacunar a un 7% de la población con al menos una dosis, en un contexto con más de 417.000 contagiados y 20.000 muertos pero una sobremortalidad de más de 62.000 personas 

Simultáneamente, lo aguarda un país sin liquidez, con apenas un saldo de US$400 millones en las reservas que representan apenas el 20% del gasto mensual del gobierno, según le dijera a BBC Mundo durante la campaña electoral.

El inventario se completa con una deuda que llega al 63% del Producto Interno Bruto, a la que hay que añadirle atrasos de pagos con municipios, prefecturas, sistemas de seguridad social y con el Banco Central. Todo ello suma unos US$80.000 millones.

Fueron estos resultados negativos los que hicieron que Lenín Moreno y su vicepresidenta, María Alejandra Muñoz, abandonaran el gobierno con apenas un 9,3% de aprobación, según la última encuesta de la firma Cedatos. 

Las urgencias que aguardan a Lasso determinaron el quiebre ideológico en Ecuador, del que han tomado debida nota los referentes de la derecha de la región, si bien en su advenimiento tuvo mucho que ver haber cobijado el descontento popular bajo un común denominador “anticorreísta”.

Por una senda similar transitan los vecinos peruanos de esa tendencia, quienes intentan abroquelar a la sociedad asustada por el riesgo de que gane el comunismo alrededor de la hija del ex dictador Keiko Fujimori, a quien Mario Vargas Llosa calificó de “mal menor”.

Lasso y la derecha iberoamericana estrecharon filas en la agenda que desplegó en esta primera jornada presidencial: almorzó con los expresidentes de España, José María Aznar; y, de Colombia, Andrés Pastrana, y luego mantuvo diálogos con el Rey de España, Felipe VI, y con el presidente de Haití, Jovenel Moïse. 

Posteriormente asistió a la clausura del Foro iberoamericano Desafíos de la Libertad, en el que estuvo por videoconferencia el premio Nobel de Literatura, Vargas Llosa.

Fue por todos estos movimientos en la cima del poder que acaba de constituirse que sonó a discurso de circunstancia el pronunciado por la titular de la Asamblea Nacional, Guadalupe Llori, cuando le colocó a Lasso la banda presidencial y la condecoración del Gran Collar de la Orden Nacional al Mérito, el máximo galardón del Estado ecuatoriano: “La palabra izquierda no es mala, ni la palabra derecha, ni la palabra ideología, el peligro está en las palabras nefastas y actitudes perversas, en la corrupción, en la impunidad, en el autoritarismo, la explotación, la discriminación y la xenofobia”, dijo.

Promesas de rumbo institucional

El nuevo jefe de Estado prefirió evitar alusiones directas a los desafíos económicos y sanitarios concretos que tiene por delante, cuando se dirigió a todos sus conciudadanos. Preguntó por qué un país "tan rico" tiene un "pueblo tan pobre" y aprovechó para culpar de esa herencia a gobernantes que incurrieron en el "caudillismo" a lo largo de los años, en clara alusión a Correa.

Prometió fortalecer la democracia para terminar con “lacerantes desigualdades entre el mundo rural y el urbano”, y con un país que “le ha fallado a su juventud en educación y creación de oportunidades, que mantiene en el más humillante olvido a sus jubilados, y donde ser mujer no es un factor de desventaja, sino de peligro existencial”.

Sin embargo, la posición que dejó sentada de llamado a unidad y equidistante de ideologías no logró disimular el dato geopolítico saliente, claramente graficado en la ceremonia de toma de posesión del mando, con la presencia, además, de Felipe VI, de los presidentes de Brasil, Jair Bolsonaro; de Haití, Jovenel Moise; y de República Dominicana, Luis Abinader.

Y también asistieron líderes políticos de derecha iberoamericanos como Pablo Casado, miembro del Partido Popular español, o los exgobernantes José María Aznar, de España; Álvaro Uribe y Andrés Pastrana, ambos de Colombia; además del dirigente opositor venezolano Leopoldo López.

Las demás representaciones, protocolares fueron a nivel de cancilleres: de Costa Rica, Nicaragua, Panamá, Uruguay, Guatemala, Bolivia, España y Argentina.

En representación del Presidente, Solá participó de la asunción de Lasso en Ecuador