Siete botellas con los nombres de Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos flotaban en la mañana de este viernes cerca de la costa de Cornualles, Inglaterra, donde eran recibidos por el primer ministro británico Boris Johnson los líderes de las principales potencias que iban arribando a la Cumbre del G-7, quienes se reúnen en forma presencial por primera vez en dos años.

Fue esta la simbólica bienvenida elegida por los activistas a fin de presionarlos para que el océano y la crisis climática estén en la cima de sus prioridades, apelando a la sensibilidad que instaló la pandemia del coronavirus en la conciencia global.

A los miembros de las delegaciones que amanecieron en la localidad inglesa, los activistas de Ocean Rebellion, grupo que nació el año pasado en el seno de Extintion Rebellion, los sorprendieron con cinco sonatas de una sirena de niebla, con las cuales representaron el SOS de los océanos a los jefes de Estado de las naciones económicamente más ricas del mundo en demanda de protección, en virtud de que más de tres cuartas partes de los mares europeos están contaminados con metales pesados y pesticidas.

 Cualquier desprevenido pensaría que se trataba de la víspera de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático que se llevará a cabo en la ciudad escocesa de Glasgow dentro de cinco meses, pero en realidad responde a "la exigencia al G-7 para que coloque al océano en la cima de su agenda", declaró Sophie Miller, una portavoz del movimiento.

"La humanidad no puede continuar con la pesca industrial" -sostuvo la activista- y detalló que "la pesca de arrastre por sí sola emite más carbono que toda la aviación mundial".

Lejos de ser una cuestión de intereses sectoriales, "estos métodos intensivos de pesca son devastadores para el medio ambiente y deben terminar ya", afirmó, para exhortar a que haya una política conjunta del G-7 sobre los océanos.
"Los jefes de Estado del G-7 están jugando a la ruleta rusa con la vida de nuestros hijos. Deben hacer que los contaminadores paguen lo que sea necesario para promover la reparación de los océanos", acusó.
Es que los mares son nuestra línea de vida, producen gran parte del oxígeno que respiramos y absorben gran parte del dióxido de carbono liberado por la quema de petróleo y gas, que está convirtiendo al planeta en una sauna.

El coronavirus ataca


Otro toque de las acechanzas humanitarias que rodean a la Cumbre tuvo lugar en un hotel donde se alojaba parte de la delegación alemana.

Un brote de Covid obligó a cerrar, luego de que diversos empleados del Pedn Olva de St Ives, cercano al lujoso hotel Carbis Bay donde se hospedan estos días los mandatarios de los países más ricos del mundo, dieron positivo por coronavirus, según confirmó St Austell Brewery, empresa propietaria del alojamiento.

Precisamente por las restricciones debidas a la pandemia de Covid-19, la gestión más complicado este año en la Cumbre será el control de las protestas y la vigilancia policial.

Además de los 1.500 efectivos de Devon y Cornwall, el gobierno envió al lugar a más de 5.000 agentes adicionales. Y aunque los manifestantes tienen permiso para algunas de sus acciones en lugares definidos, la policía dijo que "no es tan ingenua como para esperar que cada protesta se lleve a cabo únicamente en esos cuatro sitios".

Sin embargo, más allá de esos avatares externos, en los documentos preparatorios al encuentro ya se esbozó el espíritu que guía a los líderes mundiales con mayor poder en el concierto de las naciones.

Se habla de un Consenso de Cornualles, en dirección contraria al Consenso de Washington que rigió durante tres décadas, creando un mundo globalizado en el que las multinacionales se beneficiaron, mientras la ortodoxia financiera ajustaba la soga en el cuello de los países más vulnerables.

Por eso, la iniciativa de EEUU de gravar las riquezas de las corporaciones, que cuenta con el apoyo de la Unión Europea, seguramente será tratado en las jornadas venideras.

Jake Sullivan, consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca, se anticipó con un tuit: "Los líderes del G7 respaldarán propuesta de al menos un impuesto mínimo global del 15%. Estados Unidos está reuniendo al mundo para que las grandes corporaciones multinacionales paguen su parte justa a fin de que podamos invertir en nuestra clase media en casa".

En realidad, la propuesta implícita en esta Cumbre es aprovechar la agitación provocada por el coronavirus, y el impuso que trae la actual Administración estadounidense, para impulsar ideas y objetivos que, en los últimos años, no habían sobrepasado el ámbito académico o la política de las buenas intenciones.

De ahí que el lema escogido haya sido Build Back Better (Reconstruir mejor).

La pandemia abrió la Cumbre del G-7, pero los activistas presionan por el cambio climático y los océanos

"En realidad, creo que esta es una reunión que realmente debe celebrarse porque tenemos que asegurarnos de que aprendemos las lecciones de la pandemia, tenemos que asegurarnos de que no repetimos algunos de los errores que sin duda hemos cometido en el transcurso de los últimos 18 meses más o menos", señaló Johnson durante las palabras de bienvenida a los líderes.

Una de los hechos salientes de la jornada fue la presencia, en su primer viaje internacional como presidente, de Joe Biden, quien aboga firmemente por el multilateralismo (al que su antecesor Trump no adscribía) y, bajo un mensaje amigable, prometió que "Estados Unidos está de vuelta", haciendo un llamado a la alianza a los líderes de algunas de las mayores economías del mundo.

Pero lo cierto es que los países del G7 ahora están enfrentando crecientes presiones ante las demandas que han surgido de las diferentes campañas de vacunación en el mundo, especialmente debido a la desigualdad que se ha hecho evidente ante el exceso en países como Estados Unidos y la falta en regiones como América Latina y África.

Es por eso que algunos grupos de campaña criticaron el plan de redistribución como una gota en el océano, mientras que, según la organización internacional Oxfam, se calcula que casi 4.000 millones de personas dependerán de las vacunas de Covax, que es el programa que reparte las inoculaciones a los países de ingresos bajos y medios.