Por Alejandro Itkin

Cuando en los años ‘80 Estados Unidos financió a Osama Bin Laden y su ejército para pelear la insurgencia soviética en Afganistán, pocos podían pensar que estaban “creando un monstruo”. Salimos de Guatemala y entramos en Guatepeor.

Una vez expulsados a los comunistas soviéticos de Afganistán, se instala un movimiento fundamentalista islámico denominado Talibán donde el terror, los abusos y las violaciones a los derechos humanos son moneda corriente. La Sharía (ley Islámica) se impone y los derechos básicos junto a algunos principios occidentales se desvanecen por completo.

Entre los ejemplos ya archi-conocidos están la prohibición a las mujeres a educarse, trabajar u otras tantas actividades normales en cualquier sociedad. Tampoco pueden mostrar sus caras en público, tal como hemos visto en millones de imágenes. Una mujer en jeans y musculosa sería un insulto plausible de condena y ejecución pública.

Eso de escuchar a los Beatles o ver series como Baywatch era considerado impune y denigrante. Solo con pensar que una mujer podría ser declarada culpable y ejecutada por haber cometido el crimen de “haber sido violada”, es suficiente para entender el punto.

Junto con la Sharía se impuso, por supuesto, el sentimiento de odio a occidente, especialmente Europa y Estados Unidos.

Ya antes del ataque a las torres gemelas del 2001 en Nueva York, Osama Bin Laden asomaba como el terrorista más temido por los Estados Unidos. Meses antes, su ejército Al Qaeda había planeado, sin éxito, un ataque al buque The Sullivans pero en Octubre del 2000 sí fue exitoso al explotar 300 kilogramos de explosivos en el buque USS Cole estacionado en Yemen, matando a 17 marines americanos e hiriendo a 37 más.

Mientras la retórica anti-occidental se sucedía en el movimiento islámico, terroristas financiados por los talibanes, Irán y Qatar (sede del mundial 2022) cometían crímenes contra civiles en Atocha Madrid, el metro de Londres, Israel, Bali, Rusia, India, etc., tal como en 1994 lo hicieron en la AMIA, en Argentina.

Después del ataque a las torres en Nueva York, el entonces presidente George W Bush decide terminar con el terrorismo islámico enviando 25.000 tropas a Afganistán en busca de Osama Bin Laden y los talibanes.

Los talibanes fueron expulsados de Afganistán, pero no eliminados. Se refugiaron en Pakistán y Qatar (recuerden el mundial 2022) y lentamente fueron reagrupándose, a pesar de que en el 2011 Barak Obama había aumentado el número de tropas a 90.000 y llegando a 132.000 con la colaboración de la OTAN (Ejercito de países del Atlántico Norte).

En definitiva, el movimiento talibán y su fundamentalismo islámico nunca se desvaneció, sino que se reagrupó durante 20 años, finalmente ganando terreno dentro del mismo Afganistán, a pesar de la presencia de los ejércitos de 49 países.

Tanto Barak Obama como Donald Trump le prometieron a su pueblo traer a las tropas a casa para seguir evitando muertes de soldados en un país totalmente alejado de su tierra. Dicho éxodo fue ejecutado por Donald Trump y finalizado por el actual presidente Joe Biden.

No faltaba mucho. Los talibanes ya habían conquistado el 70% de Afganistán y la retirada americana aceleró un proceso inevitable. Como en “Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez, el retorno de los talibanes era inevitable.

El problema es que dijeron que “iban a volver mejores”… ¿suena conocido?

La promesa de volver más moderados, permitir la libertad de prensa, mantener los derechos adquiridos y ser más contemplativos, se acabó a los 2 días de haber asumido con la búsqueda puerta por puerta de los colaboradores del gobierno afgano pro-occidental que estuvo al mando hasta el domingo pasado.

Imágenes de la ejecución del ex jefe de policía y buscando a cada uno de los colaboradores para masacrarlos en público demuestran que la barbarie no solo continúa, sino que recién comienza.

Las mujeres no tienen ninguna chance ante semejante demostración. Las leyes islámicas fundamentalistas las condenan a volver a cero, después de haber crecido con carreras universitarias y puestos en el gobierno durante los últimos 20 años.

China y Rusia ya han comenzado el diálogo con los talibanes con quien los une el sentimiento anti-imperialista Yankee. El grupo palestino Hamas los ha felicitado y su retorno ha sido festejado en muchos países islámicos.

Será que la pregunta latente es ¿“Debemos esperar que otras sociedades tengan el mismo concepto del bien, el mal y la libertad que tenemos en occidente o debemos abrirnos a que existe otro paradigma”?

Las faltas de libertades básicas en muchos países del mundo nos indica algo.

* Alejandro Itkin, es analista político y conductor del programa "Estudio Abierto" en Radio Rivadavia.