El féretro de la reina Isabel fue llevado el lunes a una bóveda del castillo de Windsor, su última morada, luego de un día de incomparable pompa que hizo viajar a líderes de todo el mundo a su funeral y congregó a cientos de miles personas en las calles para despedirse de una venerada monarca.

Las personas se agolparon en la ruta que siguió su coche fúnebre desde Londres, arrojando flores, vitoreando y aplaudiendo mientras pasaba de la ciudad a la campiña inglesa, a la que tanto estuvo apegada.

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Miles de personas ya se habían reunido en la capital para presenciar la procesión y el funeral, en un homenaje a la monarca más longeva de Gran Bretaña, con 70 años en el trono.

En el interior de la majestuosa Abadía de Westminster, donde se celebraron los funerales, había unos 500 presidentes, primeros ministros, miembros de familias reales extranjeras y dignatarios, entre ellos el presidente estadounidense, Joe Biden.

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Más tarde, la atención se trasladó a la capilla de San Jorge en el castillo de Windsor, donde unos 800 invitados asistieron al entierro.
La ceremonia concluyó con el retiro del ataúd de la corona, el orbe y el cetro -símbolos del poder y el gobierno de la monarca-, y su colocación en el altar.

A continuación, el lord Chambelán, el funcionario de mayor rango de la Casa Real, rompió su "Varita de Oficio", que significa el fin de su servicio a la soberana, y la colocó sobre el féretro antes de que éste descendiera lentamente a la bóveda real.

Mientras la congregación cantaba el himno nacional, el rey Carlos parecía tratar de evitar las lágrimas. Más tarde, en un servicio familiar privado, el féretro de Isabel y el de su marido durante más de siete décadas, el príncipe Felipe, fallecido el año pasado a los 99 años, serán enterrados juntos en la misma capilla en la que también descansan sus padres y su hermana, la princesa Margarita.

Es el mismo vasto edificio donde la reina fue fotografiada llorando a solas a Felipe durante el confinamiento por la pandemia, lo que reforzó la sensación de una monarca en sintonía con su pueblo en un momento de prueba.

En el funeral en Westminster, el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, dijo a los presentes que el dolor que sienten tantas personas en Gran Bretaña y en todo el mundo refleja la "vida plena y el servicio amoroso" de la difunta monarca.

"Su difunta majestad declaró en una famosa emisión por su 21 cumpleaños que toda su vida estaría dedicada a servir a la nación y a la Mancomunidad (británica)", dijo. "Pocas veces una promesa se ha cumplido tan bien. Pocos líderes reciben la efusión de amor que hemos visto".

Tras el funeral, su féretro, envuelto en una bandera, fue arrastrado por marineros por las calles de Londres en un carro de artillería, en una de las mayores procesiones militares vistas en Gran Bretaña, en la que participaron miles de miembros de las fuerzas armadas vestidos con galas ceremoniales.

Caminaron al ritmo de la música fúnebre de las bandas de música, mientras de fondo el famoso Big Ben de la ciudad daba las campanadas cada minuto. El rey Carlos y otros miembros de la realeza les siguieron a pie.

El féretro fue llevado desde la Abadía de Westminster hasta el Arco de Wellington antes de pasarlo al automóvil fúnebre que fue trasladado a Windsor.

Entre la multitud que acudió de toda Gran Bretaña, la gente trepaba a las farolas y se subía a las barreras y escaleras para poder ver la procesión real, una de las más grandes de la historia moderna de la capital. Millones de personas más lo veían por televisión en sus casas en un día festivo declarado para la ocasión. El funeral de un monarca británico nunca había sido televisado.

Algunos espectadores dolientes llevaban elegantes trajes y vestidos negros, pero otros vestían sudaderas con capucha y buzos. Una mujer con el pelo teñido de verde estaba junto a un hombre con traje mientras esperaban el inicio de la procesión.

Alistair Campbell Binnings, de 64 años, dijo que salió de su casa en Norfolk a medianoche para dirigirse a Londres. "Esto es algo único. Sólo íbamos a estar aquí por la reina. Sentimos que teníamos que estar aquí. Ella era lo que siempre necesitábamos en tiempos de crisis", dijo.

Isabel murió a los 96 años el 8 de septiembre en su casa de verano escocesa, el castillo de Balmoral. Su salud había empeorado y durante meses la monarca, que había cumplido con cientos de compromisos oficiales hasta bien entrados los 90 años, se había retirado de la vida pública.

Sin embargo, en consonancia con su sentido del deber, fue fotografiada apenas dos días antes de morir, con un aspecto frágil pero sonriente y con un bastón en la mano, mientras nombraba a Liz Truss primera ministra, la decimoquinta a la que encargó el Gobierno británico.

Su longevidad y su inextricable vínculo con Gran Bretaña fueron tales que incluso su propia familia consideró su fallecimiento una conmoción. "Todos pensábamos que era invencible", dijo el príncipe Guillermo. Isabel, la cuadragésima soberana de un linaje que se remonta a 1066, llegó al trono en 1952, siendo la primera monarca postimperial de Gran Bretaña.

Fuente: Reuters