El 4 de septiembre de 1949 se celebró por primera vez en Argentina el Día del Inmigrante.

La fecha fue elegida en conmemoración a la disposición dictada por el Primer Triunvirato, en 1812, que tenía la intención de fomentar la inmigración y ofrecer protección a los individuos de todas las naciones y a sus familias que quisieran fijar su domicilio en el territorio nacional.

"Gobernar es poblar", sostuvo Juan Bautista Alberdi convencido de que debido a la gran extensión de nuestro país se necesitaban numerosos habitantes, que en su mayoría llegarían de Europa. Y entonces por la Ley de Inmigración y Colonización del año 1876 se crea el Departamento de Tierras y Colonias, que fue el encargado de controlar el asentamiento de los colonos y repartir los lotes de terreno.

Predominó la inmigración de italianos y de españoles. Aunque también llegaron suizos, franceses, ingleses, alemanes y judíos de Europa oriental.

No hay dudas de que la inmigración está presente en la historia nacional casi desde los comienzos de nuestra conformación como nación libre e independiente, y es importante rescatar de aquella experiencia la capacidad de construir un país abierto al hombre de trabajo, sin importar su origen, raza o religión.

Incluso en los últimos años, Argentina es el país de América del Sur que mayor cantidad de migrantes recibió. Para el 2017, la población extranjera representaba el 4,7%, porcentaje que equivale a casi dos millones de personas. La cifra tiene sus antecedentes en la Constitución. Desde 1853, Argentina ha interpelado a “todos los habitantes del mundo que quieran habitar el suelo argentino, otorgando igualdad de derechos y obligaciones a nativos y extranjeros”.