Boris Johnson, de 56 años, ha hecho de su extravagancia pública un sello político con el que lo reconoce medio planeta, pero ha sido siempre extremadamente celoso de su vida privada.

A pesar de que, gracias a los periódicos tabloides, también media humanidad sepa que es un auténtico desastre. Fiel a su empeño de intimidad, dio el sábado un palmo de narices a la prensa crítica que ya anticipaba una boda de pompa y boato, y se casó en una ceremonia prácticamente secreta con su pareja Carrie Symonds, según ha confirmado este domingo un portavoz de Downing Street.

“La pareja celebrará su boda con la familia y amigos el próximo verano”, aseguraba un breve comunicado del equipo de comunicación del primer ministro. Han escogido la catedral católica de Westminster, porque la exasesora de comunicación del Partido Conservador, de 33 años, y actual pareja del primer ministro, profesa ese rito. Johnson heredó el catolicismo de su madre, la pintora Charlotte Johnson Wall, pero se convirtió al anglicanismo de la Iglesia de Inglaterra durante sus años como alumno del elitista colegio de Eton.

Twitter se inundaba a lo largo del día de felicitaciones a la pareja. La primera en hacerlo era la todavía ministra principal de Irlanda del Norte, Arlene Foster (ha anunciado su dimisión para dentro de dos meses). La siguieron el líder del Partido Laborista, Keir Starmer, y el speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes, Lindsay Hoyle. El sacerdote Daniel Humphries, quien ya bautizó al hijo de un año de Johnson y Symonds, Wilfred, ha oficiado la ceremonia. Fue también quien condujo el cursillo prematrimonial de la pareja. El político conservador viene de dos matrimonios anteriores. El primero, con Allegra Mostyn-Owen, su amor universitario de Oxford. Ambos formaban parte del grupo de los Bright and Young (Brillantes y jóvenes) de la prestigiosa institución académica. Allegra era hija del millonario historiador del arte y presidente de la casa de subastas Christie’s, William Mostyn-Oweny de la escritora italiana Gaia Servadio.

El matrimonio duró seis años. Johnson se casaría después con su amor de infancia, la abogada Marina Wheeler. Con ella duró 23 años, y tuvieron cuatro hijos. Se divorciaron en febrero de 2020, cuando el político ya residía en Downing Street junto a Symonds. Los dos matrimonios anteriores fueron anglicanos, por lo que no existieron nunca para la Iglesia católica, y Johnson no ha necesitado anularlos para contraer nupcias con su actual pareja.

Según adelantó el sábado el Mail on Sunday en exclusiva, solo 30 invitados acudieron a la ceremonia. Es la cifra límite que permiten las restricciones sociales vigentes en el Reino Unido por la pandemia. La policía evitó que los fieles entraran en la catedral, hasta media hora antes de la ceremonia, que tuvo lugar a las dos de la tarde (tres, hora peninsular española), con la excusa de que el edificio estaba aún cerrado por el confinamiento. Apenas un puñado de servidores religiosos estaban al tanto de lo que iba a tener lugar en Westminster. Symonds vestía de blanco, “sin velo”, y según los testigos fue conducida hasta el altar mientras sonaba música clásica.

El periódico fue capaz de captar la foto de algunos de los invitados que acudieron después a una breve fiesta en el número 11 de Downing Street, donde viven Johnson y Symonds. Muchos de ellos, invitados de la novia, eran desconocidos para el público. El padre de Johnson, Stanley, incapaz de resistirse a cualquier oportunidad de publicidad, fue el único que posó sonriente a la puerta de la vivienda, del brazo de su hija Julia. Horas después, Downing Street publicó una foto de la pareja en los jardines de la residencia oficial.

El primer ministro y su pareja habían enviado apenas seis días antes un mensaje a varios amigos en el que les pedían que reservaran sus planes de agenda para el próximo 30 de julio de 2022, y se prepararan para asistir a la boda. Podría entenderse, en las circunstancias actuales, que era una maniobra de despiste.

Symonds está ahora mismo en el ojo del huracán por varios motivos, y ambos han entendido que una ceremonia llamativa y costosa podría no ser la mejor idea. En primer lugar, porque la prensa conservadora considera a Symonds la principal responsable de un escándalo que ha hecho un considerable daño político a su esposo. La nueva decoración del apartamento que disfrutan en Downing Street habría costado, según las estimaciones más elevadas de algunos medios, hasta 230.000 euros, y tal dispendio ha derivado en varias investigaciones oficiales, porque gran parte de esa cantidad se obtuvo a través de donaciones privadas que canalizó el Partido Conservador. En segundo lugar, porque ya está claro que la expulsión del Gobierno de quien fuera el asesor estrella de Johnson e ideólogo máximo del Brexit, Dominic Cummings, tuvo mucho que ver con su enfrentamiento personal con Symonds.

Cummings relataba esta misma semana en una explosiva comparecencia ante una comisión parlamentaria que, en el mismo día en que el equipo de Johnson debatía con urgencia si debía imponerse en todo el Reino Unido un confinamiento estricto para frenar la expansión del coronavirus, su novia no dejaba de llamar para que el equipo de comunicación resolviera un asunto personal: el diario The Times aseguraba ese día que la pareja se había cansado ya del perrito jack-russell que adoptó, Dilyn, y quería deshacerse de él. “Symonds estaba completamente loca con ese asunto”, contó Cummings.

Directora de comunicación del Partido Conservador durante el tiempo en que conoció a Johnson, la actual esposa del primer ministro anunció su compromiso, y su embarazo, en febrero de 2020 a través de las redes sociales. Menos de dos meses después, el político se debatía entre la vida y la muerte en la UCI de un hospital londinense, víctima de la covid-19. Cualquier plan de boda fue pospuesto sine die.

Los comienzos de la pareja, cuando su relación ya era pública, tuvieron su parte tormentosa. Durante la batalla de Johnson por hacerse con el liderazgo del Partido Conservador, la policía acabó acudiendo, a denuncias de los vecinos, al apartamento londinense de Symonds, donde se había mudado el político. Una discusión acalorada, con golpes incluidos en las paredes, acabó con una apertura de investigación que fue finalmente archivada. Johnson comenzó entonces a esquivar las preguntas de la prensa sobre su intimidad. Y mantuvo su empeño hasta el momento en que llegó al altar.