El mundo que conocemos ya no será el mismo. La intervención militar rusa en Ucrania refleja el fin de la primacía de los Estados Unidos y su arquitectura de seguridad en los asuntos internacionales.

Si bien en las últimas tres décadas el mundo no fue una panacea, el uso de la fuerza estuvo regulado (aunque no siempre con el mejor criterio) por Washington.

El rol de "gendarme del mundo" fue utilizado para castigar situaciones de violaciones a principios del derecho internacional como en la Guerra de los Balcanes o para derribar regímenes adversos como la invasión de Irak en 2003.

Luego de la salida abrupta de Afganistán, esta situación había comenzado a cambiar en paralelo con el ascenso de China y el retorno de Rusia. Ahora el orden internacional se encuentra frente a una nueva época. Como afirma el ensayista Fareed Zakaria, la Pax Americana ha llegado a su fin.

El terremoto geopolítico de la invasión rusa nos remite a situaciones de un pasado no tan lejano donde la fuerza militar primaba sobre las consideraciones de tipo económico.

Como resultado de la intervención en Ucrania, Rusia ha sido desacoplada de Occidente y sus consecuencias no se revertirán en el mediano plazo.

Más allá de cálculos previos, el Kremlin tomó una decisión que conllevaba una previsible reacción por parte de Estados Unidos y sus socios transatlánticos.

En este contexto de fragmentación geopolítica y geoeconómica hay una serie de elementos a subrayar. La energía va a ser más cara, el mercado de alimentos va a estar sujeto a vaivenes y la inflación global promete ser una de las temas de época.

Rusia y Estados Unidos continuarán siendo los principales proveedores de crudo a nivel global. Sin embargo, los países consumidores de energía –entre ellos, Argentina– tendrán que competir por asegurar sus fuentes en un mercado global marcado tanto por precios internacionales elevados, como por decisiones condicionadas por la geopolítica.

Los países de la Unión Europea buscarán limitar la dependencia con Rusia diversificando sus fuentes hacia África del Norte y el Cáucaso, además de importar cantidades crecientes de gas natural licuado (GNL) de Qatar y los Estados Unidos.

En el caso de América Latina, a primera vista pierde con este conflicto europeo. Para evitar disgustos con Washington y Bruselas, las relaciones con Moscú van a entrar en una zona de sombra por un tiempo considerable, mientras la inestabilidad económica  global fruto.

Una serie de interrogantes se ciernen sobre los BRICS y el Mecanismo de Diálogo y Cooperación de la CELAC con Rusia. Sin embargo, la crisis presenta una oportunidad para una normalización de las relaciones entre la administración Biden y el gobierno de Maduro en un complejo quid-pro-quo donde el levantamiento de sanciones y la provisión segura de hidrocarburos por parte de Caracas son las cartas principales en la negociación.

De todos modos, las buenas intenciones diplomáticas tendrán que atravesar la resistencia del Partido Republicano, candidato a vencer en las elecciones parlamentarias en noviembre de este año. La intención de la Casa Blanca de cerrar un nuevo acuerdo nuclear con Irán va en la misma línea.

Si bien Rusia no es un gran actor económico en América Latina (ni siquiera se encuentra entre los 30 principales destinos de exportación de la región), las consecuencias del desacople con Occidente tendrá un efecto indirecto desde la ralentización del crecimiento global a las mayores tasas de inflación.

En síntesis, Argentina y América Latina tendrán que hacer a un mundo geopolíticamente convulsionado y económicamente inestable.

(* - Ariel González Levaggi es analista internacional y secretario ejecutivo del Centro de Estudios Internacionales de la UCA).