Madres paralelas, la película más política del genial Almodóvar
La plataforma Netflix estrenó el filme solo dos semanas después de su lanzamiento en los cines argentinos, acompañándola de otras once obras del realizador español.
En 2018, la compañía de producción cinematográfica de Pedro Almodóvar, El deseo, estuvo detrás del proceso que llevó al estreno internacional del conmovedor documental El silencio de otros, destinado en principio a recordar a millones de españoles que hace más de ochenta años sus familiares esperan justicia en torno a unos cien mil casos de asesinatos de civiles republicanos durante la Guerra Civil Española.
Aquel documental, que tiene una pata en la Argentina, cuyo ejemplo en materia de juzgamiento de violaciones de derechos humanos guía la búsqueda actual de justicia en España, debe tomarse como referencia ineludible a la hora de entender la nueva película del realizador, Madres paralelas, que Netflix acaba de poner a disposición de su aldea global latinoamericana, luego de su estreno en los cines.
La plataforma, que coprodujo la nueva película del realizador de 71 años, la presentó al público del este continente sólo dos semanas después de su estreno en la Argentina (en España las salas empezaron a exhibirla en octubre pasado) en un plan que almodovariza sus contenidos, ya que el acuerdo general incluye la subida a su propuesta on demand de buen parte de sus “obras completas”.
Es que ahora, además de Madres Paralelas, hay otras once películas del manchego a disposición de sus abonados, en una propuesta que completan Mujeres al borde de un ataque de nervios, Carne trémula, Qué he hecho yo para merecer esto, La ley del deseo, Volver, Tacones lejanos, Kika, La flor de mi secreto, Hable con ella, Entre tinieblas, y La mala educación.
La incorporación de la temática de derechos humanos que divide a España, desde el final de la Guerra Civil en 1936 le otorga un nivel de acontecimiento a la película 26 de este excepcional realizador, qué sin salir de su zona de comodidad, el melodrama moderno, el homenaje a las relaciones entre mujeres, las historias tortuosas y hasta rebuscadas, toma evidente partido por las políticas de memoria, verdad y justicia.
Aunque el tono sea todo lo civilizado que corresponde, como en un arranque, luego de una escena devastadora -los familiares encontrándose con los cadáveres en una fosa común, cerca de un pueblo en que desde 1936 todos sabían dónde estaban sus muertos- el filme cierra con una sentencia del uruguayo Eduardo Galeano: "No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca".
Lo que antes eran toques de color en sus películas (la marcha de protesta por las calles de Madrid en una lograda escena de La flor de mi secreto, por ejemplo) ahora ocupa un lugar privilegiado en un guion que, como siempre, trata de muchas otras cosas, a partir de Janis, la notable Penélope Cruz, una fotógrafa publicitaria que busca exhumar los restos de su bisabuelo fusilado por los falangistas apenas comenzada la Guerra Civil.
En procedimiento típicamente suyo, Almodóvar, seduce al espectador contando una arrevesada historia de maternidad de dos mujeres solteras que se conocen a la hora de parir y entablan una fuerte relación de sororidad, pero una vez planteados temas recurrente en su obra -entre ellos la identidad de género, los secretos familiares, el azar, el apetito sexual- salta al que aquí más le interesa, que es la auténtica identidad española, cruzada de silencios y omisiones.
“Ya es hora de que te enteres en qué país vives” le hace decir Almodóvar a Janis en un picante dialogo con la joven Ana (Milena Smit, una revelación), en el momento que la historia que liga a estas dos madres solteras que ahora están juntas se ha complicado al extremo, pero eso no ha derivado en que desaparezca la sed de justicia de un personaje que representa a millones de familiares de republicanos.
El personaje de la madre de Ana interpretado por Aitana Sánchez-Gijón, una actriz más preocupada por su otoñal protagónico en Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca, acaso el más famoso de los civiles asesinados por los ultramontanos, parece pensado para retratar a esos otros millones que viven al margen de los temas centrales, de su familia o de su país, pendientes sólo de su ombligo, o los espejos.
“Una vez que la generación de los bisnietos de las víctimas desaparezca, no estoy seguro que los tataranietos tengan el mismo interés de desenterrar las tumbas”, explicó el realizador cuando le preguntaron porque aborda esta temática más de ocho décadas después de la instalación del franquismo en el poder, tras el final de la sangrienta Guerra Civil. “Por eso -añadió sin ironía- es un problema tan urgente”.
Los puristas notarán como el filme insiste en tópicos archi conocidos, entre ellos el uso del color rojo, el de la sangre y la pasión, o los decorados llenos de sofisticación estética, pero tal vez no deberían dejar pasar por alto el intento casi desesperado de gritar artísticamente, que hay administraciones, se cita de hecho una medida del gobierno conservador de Mariano Rajoy, que atenta contra la necesidad de las sociedades de justicia en torno a un tema tan delicado como los crímenes políticos.
Lo que en el documental El silencio de otros resultó un trabajo minucioso de seguimiento de las causas, que comenzaron a prosperar con intervención de abogados y jueces argentinos, en Madres paralelas es un tema en apariencia secundario que de a poco va corriéndose hacia el medio, de la mano de la relación entre Janis y el padre de su hija, un antropólogo forense, al que necesita para exhumar los cuerpos de los asesinados en su pueblo natal.
Ese asunto, combinar superficialidades almodovarianas que imantan a un público sofisticado o frívolo, o poco informado sobre un tema crucial, para inocular luego un mensaje ideológico más que contundente ha producido, sobre todo en España, donde siempre ha habido discusiones fuertes sobre su estilo, un debate que en un punto también puede ser promocional, algo que tras 40 años de carrera profesional pocos manejan como él.
Los seguidores de su obra sabrán que desde su revulsiva aparición en el marco de la movida española post dictadura, Almodóvar fue construyendo un universo propio que le valió el reconocimiento universal, incluyendo centenares de premios, entre ellos dos Oscar, pero notarán también una madurez en los relatos que lo convierten en un ejemplo de aquellos que consideran que la evolución no es traición, sino una de las formas posibles de eludir la tentación del gatopardismo.