La saga de los Peaky Blinders no termina con la sexta temporada: habrá una película
Los nuevos capítulos de la producción inglesa basada en personajes reales no cierran la historia, como se había anunciado. El final de los días del clan mafioso liderado por Tommy Selby será narrado en un film.
La historia, inspirada en hechos reales, de una pandilla criminal cuyo jefe llega a ser parlamentario de la mano del respaldo del futuro primer ministro inglés Winston Churchill no terminó con el estreno de la sexta temporada de Peaky Blinders: habrá una película para atar los abundantes cabos sueltos para el público que se entusiasmó con su desarrollo durante casi una década.
El estreno de la anunciada como última temporada de una de las grandes series de la historia de Netflix, permitió a la producción una licencia final, que es prolongar hasta la era del ascenso del nazismo en Alemania y del fascismo en Italia la vida política del líder del clan, Tommy Selby, el personaje con que siempre se asociará de aquí en más al enigmático actor irlandés Cillian Murphy.
Murphy, que tiene una carrera en el cine -es un actor fetiche del prestigioso director Christopher Nolan, con el que ha rodado seis películas- hace de Selby un personaje inolvidable, con un lado A público, el político carismático que representa a los humildes, y un B oculto, el jefe de un grupo de delincuentes que irá de las pequeñas estafas iniciales al tráfico de opio a gran escala.
Ahora que se sabe que en lugar de séptima temporada en televisión on demand habrá un auténtico cierre de película de esta larga historia, quizás quede claro la envergadura del proyecto inicial del productor Steven Knight, que antes de generar este éxito mundial había escrito dos guiones que fueron nominados al Oscar, los de las películas Promesas del Este, de David Cronenberg y Negocios entrañables, de Stephen Frears.
Tal vez el ex presidente Mauricio Macri se apresuró a elogiarla mucho en público durante el año 2018, acaso imantado por la calidad del relato de como una banda de gitanos irlandeses despreciados por la gente bien construye desde Birmingham un enorme andamiaje de poder, que salta luego a la política inglesa de primer nivel, a partir de manejo del negocio de las apuestas en los hipódromos y el arreglo de los resultados de los partidos de fútbol.
Pero es posible que no hubiese visto por entonces la totalidad de ese tanque televisivo que innova en un tema largamente visitado por la industria audiovisual, o estuviese en el estado de shock por las imposibilidades de su gobierno que describiría luego en 2021, en una entrevista televisiva (“Yo llegaba a las 7 u 8 de la noche, ponía Netflix y me olvidaba (…) no quería saber nada hasta el otro día a las 7 de la mañana”).
O quizás su observación inicial sobre la que parece ser aún su serie favorita, realizada en ocasión de su primer vivo en Instagram en 2018, intentaba una competencia de gustos con su enemiga política, Cristina Fernández de Kirchner, que cinco años antes no había dudado en declararse fanática de Game Of Thrones, una fantasía épica de HBO en cuyo centro está una lucha de clanes medievales por llegar al poder y mantenerse en él.
La ficción de Knigth ha deformado un tanto la realidad para lograr un relato de mayor impacto en el público actual: para la mayoría de los historiadores la banda de delincuentes elegantes, que ocultaban filosas navajas en sus gorras con viseras, no llegó tan alto en el poder como para que quedase involucrado el prestigio del legendario Churchill, que fue primer ministro de 1940 a 1945 y entre 1951 y 1955, y su líder no era tan carismático como plantea la serie.
Los Peaky Blinders originales de fines del siglo XIX eran expertos en robos, extorsiones, fraudes y sobornos pero no podrían considerarse parte del gran crimen organizado, dice la historiadora Heather Shor de la Universidad de Leeds, que afirma que fue mediante un sistema de alianzas con otros clanes, entre ellos los Birmingham Boys, que lograron infiltrarse luego en el corazón de la vida política inglesa, para dejar de ser influyentes antes de los momentos en que la serie los ubica en su temporada final.
Uno de los aspectos más inquietantes de la sexta temporada, cuya acción empieza el 5 de diciembre de 1933, el día que finaliza La Ley Seca en Estados Unidos, es la filosa descripción de una época, que también revistó The Crown, en que buena parte de la política mundial observaba con simpatía el lento ascenso al poder de Adolph Hitler y Benito Mussolini, en parte perseguida por los fantasmas del comunismo, que trabajaba sobre la conciencia de sus pobres.
Tanto la realeza como la aristocracia británica, y buena parte del espectro político de los Estados Unidos, tenían la impresión de que un poco de fanatismo nacionalista europeo estaba bien, sobre todo si no impedía los negocios entre naciones, ya que tal vez eso le quitase posibles adhesiones a las ideas que exportaba la Revolución Soviética, antes de que todo se les fuese de las manos y llegase la Segunda Guerra Mundial.
Como en muchos de los grandes productos de la televisión paga de hoy, uno de los lujos de esta producción llena de talento inglés es el desfile de estrellas de Hollywood, si se tiene en cuenta que además de Murphy trabajaron en distintas temporadas Tom Hardy, Adrien Brody y Sam Neil, a lo que hay que agregar el nivel de las actuaciones de los “secundarios”, entre ellos Helen McCrory, que murió de cáncer en 2021, signado la suerte de su increíble personaje, la tía Polly, la dama de hierro de la familia.
Si desde la primera temporada, que la BBC empezó a emitir en 2013 y situaba su acción en 1919, un punto alto de la serie fueron los capítulos finales, con escenas de confrontaciones épicas y cierre de ventanas narrativas varias, la conclusión de la sexta contradice todo su desarrollo, ya que no se produce un hecho definitivo con que coquetea desde el primer minuto, aunque ahora resulte entendible, si el negocio por venir es un largometraje.
Este recorrido, una serie de seis temporadas que será terminada con una película, demuestra los enormes cambios y complejidades en el consumo audiovisual mundial, en cuya nueva era una gran parte de la realización fílmica de gran presupuesto ha resignado calidad a manos de efectos especiales, mientras la producción de las grandes series suma en todos los rubros talentos que hoy el cine parece no apreciar.