Héctor Bidonde y Norman Briski recuerdan el surgimiento del "Que se vayan todos"
Los actores fueron testigos y protagonistas de aquel día en el que surgió, en forma de clamor popular, una consigna que marcó un quiebre en la relación entre la sociedad y la clase gobernante.
La crisis económica y social de 2001 movilizó a miles de argentinos a decir "basta" para plantearle a la clase gobernante que necesitaban un cambio. Y en una de las tantas movilizaciones que tuvieron lugar a lo largo y a lo ancho del país surgió un cántico que estableció un quiebre en la relación entre la sociedad y la dirigencia política: "¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!".
Los actores Héctor Bidonde y Norman Briski fueron testigos y protagonistas de aquel día en el que brotó de las masas una consigna que marcaría una época. "Fue muy espontáneo. Hubo un acto frente al Congreso y la ocurrencia vino de abajo, de la gente. El público que estaba ahí empezó a cantar, 'Que se vayan todos' y no teníamos pensado que hubiera un orador, pero tuve que salir al escenario para confirmar lo que estaba pasando", recuerda Briski, que estaba en plena compaña como candidato a senador, aliado con Luis Zamora.
"El público lo decía mirando al Congreso, era una imagen muy fuerte y emocionante, porque daba en el clavo de un sentir a partir de una frustración enorme que estaba viviendo la sociedad y que sí constituía una alternativa real", agrega.
Mientras que Bidonde rememora ese momento bisagra con autocrítica. "Surgió de la gente. Venimos de un país que tiene matrices delicadas: somos muy corruptos, muy trampas, muy caretas. Entonces, ¿cómo no iba a aparece eso?. Esa consigna en sí misma no es buena, no es lo mejor, no es real, porque si se van todos también nos estamos yendo nosotros", plantea el artista, que se desempeñó como legislador de la Ciudad de Buenos Aires desde 2003 a 2007. Y añade: "Me metí en la política porque tenía sueños, me arriesgué y tuvimos un resultado extraordinario, pero también hay gente que huye despavorida al escuchar ciertas palabras como socialismo. A esa edad tenía sueños, esperanza y creíamos que íbamos a encabezar una transformación con ocho diputados en la Legislatura de la Ciudad sobre 60, pero no cambiamos ni un centímetro las instituciones".
A 20 años del clamor popular, Briski admite que en ese momento pensó que iba a producirse un quiebre mayor. "Creía que se iba a dar un cambio más significativo, pero eso también es otra de las dificultades de la capacidad ilusoria y las cosas infantiles que tengo. Yo estaba en el escenario que inventó 'Qué se vayan todos' y sentí que había un acompañamiento real, pero estas cosas son complejas cuando la gente a vos te aplaude y vos te creés el rey de la milonga. El público hace un actor, no al revés", reconoce.
En referencia al paso del tiempo, que hizo que la efervescencia se fuera aplacando, sostiene: "El grito fue sincero, una linda bronca y después la dádiva, la clase política con sus astucias hizo que se apagara la llamita del amor".
Ambos coinciden en que la situación del país actual es similar a la que movilizó a tanta gente hace dos décadas. Sin embargo, señalan que la pandemia fue un factor determinante para que los ciudadanos no se manifiesten como antes.
"Hoy tiene la misma consistencia, porque las frustraciones siguen ocurriendo en todos los términos. Desde la pobreza, la indigencia, mayor desigualdad... En la última etapa de la pandemia, la gente empezó a salir de nuevo y si alguien hubiera dicho, 'Que se vayan todos'... Es una subjetividad que sigue latente en la sociedad, que no se atreve a buscar una alternativa porque la alternativa tampoco se visualiza", dice Briski.
"Para mí va a ir in crescendo y cuando la gente sepa donde está esa alternativa en el campo popular, no tengo la menor idea de lo que pueda pasar, pero siento que se puede repetir lo que pasó en 2001. La gente tiene la alternativa de votar, pero no de poder. El voto es la cárcel", reflexiona.
En tanto, Bidonde expone: "Lo que me pasaba en aquel momento es bastante parecido a lo que me pasa hoy. En el sentido en el que
uno trata de manejarse por las vías más institucionales, más democráticas -que eso no lo pierdo de ninguna manera-, pero hay momentos que el poder, no el Gobierno, hace trampa. Es una obscenidad absoluta. Hoy no hay una vida democrática auténtica en casi ningún estamento".