En un mundo cada vez más comunicado a distancia, en que al amor por lo desconocido suele brillar por ausencia, el famoso chef escocés Gordon Ramsay parece empeñado en transgredir normas, como protagonista de uno de los pocos programas gastronómicos de televisión que se anima a proponerse como una aventura.

Aunque se ve en horarios diversos y con capítulos que se repiten en la pantalla de National Geographic, los programas de este británico mal hablado e impulsivo ocupan en un imaginario posible el lugar que tuvieron, hasta que decidió quitarse la vida en 2018, los mejores de su colega estadounidense Anthony Bourdain, dominados por la sed de salir de las zonas de confort que rodean a los exitosos.

Ramsay, que en parte es famoso por el mal carácter que lució en algunos programas de su ya larga carrera televisiva, ganó 17 estrellas Michelin a lo largo de su historia como chef, de las que conserva siete, lo que equivale a decir que es y será por siempre una enorme referencia como alma mater y /o propietario de restaurantes de primer nivel gastronómico internacional.

Pero lo que se percibe en los episodios del programa Gordon Ramsay. Sabores extremos es una especie de ejercicio de humildad de un amante de la comida que se hizo famoso por soberbio, gritón y expeditivo: en cada episodio viaja a un destino “exótico”, tomando el punto de vista europeo céntrico, para aprender a preparar las comidas que prefieren los humildes habitantes de cada lugar.

La tercera temporada, que se estrenará en el Hemisferio Norte al terminar este mes de mayo y lo mostrará en sus andanzas por Portugal, Croacia, México,  Puerto Rico, Islandia Texas y las Montañas Great Smoky, en Estados Unidos, así como en la primera estuvo de recorrida por lugares maravillosos y salvajes de Perú. Marruecos, Nueva Zelanda, Hawai, Laos, y Alaska.

En esta serie de programas, el cocinero-empresario, que ha participado de pruebas de Iroman (una más que exigente disciplina que combina maratón, resistencia ciclística y nado en mar abierto) procura los alimentos que necesita para un banquete final según las costumbres locales, vacila sobre si sabrá cocinarlos y concluye preparándolos con elementos rudimentarios, acompañado de un par local, con el que además sirve una mesa a la que no se sentará.

En Tasmania, Sudáfrica, Indonesia, Luisiana, Noruega, India y Guyana, Gordon bucea en busca de frutos del mar, intenta pescar, escala montañas, lucha contra olas de tres metros, se expone a temperaturas bajo cero, se mete en la selva o prueba bocados difíciles de tragar, en un intento logrado por mostrar al público aficionado al género lo difícil que es la cocina auténtica y sin industria alimentaria de por medio.

En un mundo de supermercados, comida rápida y gaseosas, en muchos casos regido por la ley del menor esfuerzo, es llamativo ver a este millonario, que bien podría estar disfrutando de su fama y fortuna, preocupado por agradar y complacer en la comida colectiva con que concluye cada semana suya en un lugar distinto a comensales totalmente desconocidos.

Tal vez una de las claves del éxito sea que para un personaje así el programa resulta un elogio a la sensibilidad culinaria no hegemónica (aunque hay que tener en cuenta de que se trata de un show televisivo, plagado de tics que tienen que ver con la impostación de una naturalidad imposible cuando hay cámaras, micrófonos, iluminación, móviles, drones y maquilladores) lo que no es menor en el mundo al que pertenece.

Aunque se base en la estricta realidad de una profesión llena de gente engreída y falsamente simpática o auténtica, según necesitan las producciones, la imagen de los chefs y/o cocineros televisivos es todo un asunto de marketing en la televisión del siglo XXI, que ha descubierto que lo que antes era un nicho hoy puede ser pasión de multitudes, y que sus “consejos” pueden movilizar a consumidores ávidos de recomendaciones.

Gordon Ramsay, el chef famoso que domesticó su mal humor para cocinar en destinos exóticos

Para Ramsay, que la fue de conductor y jurado implacable en el Masterchef estadounidense, y de verdugo de principiantes en el Hell's Kitchen británico, sorprenderse con la inocencia ajena, no poder emular la calidad de la cocina de un desconocido o conocer gente sencilla que no tiene la menor idea de con quien está hablando deber ser francamente terapéutico, aunque está claro que luego volverá a su mundo de oropeles.

A la televisión no se le puede creer todo, como a los medios en general: hay que consumirla como un entretenimiento que puede estar o no relacionado con la verdad que presume transmitir, pero cuando está bien hecha produce en el espectador una sensación de conformidad que explica que siga siendo referencial, en muchos aspectos.

Por eso resulta creíble ver a un hombre así torear las aguas tormentosas de Tasmania buceando entre las rocas para poder cenar langostas espinosas, saltar de un helicóptero a un bravío mar para encontrar mejillones en la costa sudafricana, explorar un sistema de cuevas infestado de murciélagos en Indonesia en procura de langostinos gigantes o entusiasmarse con los ríos de Luisiana o los fiordos noruegos.

Este show de aventuras en que el chef jamás prueba la comida que ofrece en el banquete final, después de “competir” con su colega local y a veces perder, también puede verse en la plataforma Disney+ ya que es una producción de Studio Ramsay, la empresa que terminó siendo parte importante de su patrimonio.

En las temporadas dos y tres parecen haberse evitado algunos tópicos inevitables en una propuesta de este tipo, luego de un escándalo que montaron en las redes sociales sectores radicalizados del veganismo cuando el afán por la aventura lo llevó a mostrarse cazando una cabra salvaje, para después prepararla como solían hacerlo los maoríes en Nueva Zelanda.

Eso es todo un tema hoy, para este tipo de producciones: una porción de espectadores no tiene problema alguno con aquello que se compra en supermercados o negocios tradicionales, pero se aterra cuando, volviendo al comienzo de su historia, el hombre caza para alimentarse, obligado por su entorno, o faena animales porque es el único modo de sobrevivir que conoce.

A propósito de este tema, hace ahora ya medio siglo en un análisis picante del mundo Disney original, los escritores Ariel Dorfman-André Mattelart habían propuesto la posibilidad de pensar en los misterios por los cuales para la mayoría de los espectadores es aterrorizadora la idea de la muerte de un ciervo o un conejo, pero normal la pesca de peces hermosos, y hasta un acto de justicia aplastar una cucaracha o eliminar hormigas con pasión.