El 20 de enero será un día clave en Córdoba, que está al tope entre las provincias más afectadas por esta nueva oleada de Covid-19, menos letal, pero más contagiosa que sus versiones anteriores.

La crisis del coronavirus fue, es y será sanitaria pero, también, es económica. Son las dos caras de una misma moneda. Durante la primera y segunda ola, la dirigencia privilegió el aspecto sanitario y por eso se vivieron fuertes restricciones individuales al comercio y al libre tránsito de las personas.

Pero, en esta tercera ola, se privilegia la cara económica de la moneda y los gobiernos, tanto nacional como provinciales, no encuentran ningún tipo de resquicio para lanzar una cuarentena estricta como la que se vivió en 2020.

José Palazzo es el principal promotor del Cosquín Rock y sabe cuándo pegar y atacar. En abril pasado estaba abocado a cuestionar todas las decisiones del gobernador cordobés, Juan Schiaretti, y decía a quien quisiera escucharlo en La Voz: “El daño que se va causando no se mide. No lo veo salir al gobernador diciendo 'che, vamos a ayudar al sector de la música'. Durante todas las gestiones de Juan Schiaretti le pedí audiencia a él y nunca me atendió. Jamás en su vida. Yo soy miembro de una empresa que invierte un millón y medio de dólares todos los veranos en las sierras de Córdoba, que genera muchísimo trabajo y turismo. Nunca me atendió, nunca. No le interesa, no le gusta, no quiere saber nada. No podemos hacer espectáculos en el Mario Kempes por decisión personal de él. Nos perdimos a Roger Waters, que iba a tocar el año pasado, y no pudimos participar de la licitación por Rolling Stones porque el gobernador no quiere que se hagan espectáculos en el Kempes”.

La presión mediática surtió efecto y le dobló el brazo a Schiaretti, quien no sólo aprobó el festival que se realiza en el aeródromo de Santa María de Punilla sino, además, los festivales de Jesús María, Alta Gracia, Villa María y el tradicional encuentro folklórico de Cosquín.

Las cuentas de la gobernación cordobesa no son todo lo robustas que se necesita para afrontar los desafíos pandémicos e inflacionarios. Schiaretti, decidió apostar por un temporada estival que sea un verdadero éxito y pueda revertir los números negativos de los últimos dos veranos.

Sin embargo, el fantasma de la cepa Ómicron, la Delta y alguna otra porquería que se replique, es bien real.

Córdoba muestra una alta tasa de contagios entre los casos que se someten a los test de hisopados y profesionales sanitarios como Oscar Atienza afirmó al diario Página/12: “Acá en Córdoba la cuarentena real, la restrictiva duró sólo un mes. Después todo se fue relajando porque según el gobernador a Córdoba no la detiene ningún Covid. Con este eslogan llegamos a este verano que no se puede creer, gente en las sierras apiñada sin distanciamiento, sin barbijo, sin nada”.

Para Atienza, ver a miles de personas apretadas, sin distanciamiento, sin burbuja, en un festival, en una  "zona roja” del país por transmisión de coronavirus, es una imagen del triunfo de la irracionalidad.

Schiaretti sabe que las cifras sanitarias arrojan resultados angustiantes. Por eso, el 20 de enero será un día clave. Esa jornada actualizará como seguirá la temporada cordobesa y que ocurrirá con los eventos masivos al aire libre como el Cosquín Rock. Un festival armado a las apuradas y que está perdiendo su esencia

Palazzo debería haber sido letrista de canciones  porque impresiona su capacidad para disfrazar con metáforas una realidad que incomoda a los  incondicionales del rock and roll.

Pretender que  María Becerra, cultora del género trap, de notable auge en nuestra región, pertenezca a la tribu del rock and roll es como invitar a cerrar el festival de folklore de Cosquín a Los Palmeras o a Ráfaga sólo por la popularidad que poseen.

“El rock ha muerto” repite Sting desde hace años y varios piensan igual. Sin embargo, los seguidores del festival rockanrolero esperan que el line up tenga una pureza del linaje  que portan Divididos, Charly, o Skay Beilinson, que estará presente en uno de sus escenarios con los Faquires. 

Pero, así como también dará el presente Ciro con los Persas, el público fiel a la escena rockera deberá alternar con propuestas  del trap como Dillom, Lara 91 K, Wos y Bresh, entre otros.

Aunque ha sido la presencia estelar de la quilmeña María Becerra, que está en su mejor momento artístico,  la gota que rebalsó el vaso entre los usuarios de twitter que mostraron su disconformidad.

Toca María Becerra y Bresh, más que Cosquín es el Cosquinpalloza”. Otro usuario escribió,  "Imaginate en el Cosquín Rock estar al palo con Divididos, La Vela, Airbag y después salga Becerra, re cualquiera...todo arruinan".

La poesía de Palazzo para justificar presencias que se alejan del imaginario de un festival de rock, lo llevo a compararse con la empresa Netflix. “Hicimos la grilla más heterogénea de la historia del Cosquín Rock, es como Netflix , vos poder ver lo que querés”. En la misma publicación un usuario le replicó: “Que lindo el rock de Becerra. María en el Cosquín pero Don Osvaldo, no. ¿Qué es esto?”.

Palazzo se defiende de los puristas y de los que lo acusan de convocar a estas figuras para vender más entradas y abarrotar un predio en plena pandemia, explicando que “bajo el paraguas del rock existen todos esos movimientos que hoy forman parte. Creemos que esa ruptura empezó en 2017 y se fue acrecentando en 2019 y 2020”.

Pero la frutilla del postre para resolver el cierre del festival de rock and roll ha sido la decisión de convocar al histórico cuartetero Carlos “la Mona” Jiménez.

La explicación por la que no cierra el festival Andrés Calamaro, Charly o La Renga viene por el lado del currículum de la Mona, plagado de éxitos y dueño de un estilo propio en el cuarteto, y sus colaboraciones con artistas del palo. “El crossover entre el rock y La Mona tiene muchos más años que el Cosquín Rock: tocó con Luis Alberto Spinetta, que la gente no sabe: una vez el micro de gira de Spinetta se quemó y La Mona le prestó todo el backline y los instrumentos; tocó con Charly, tocó con Fito, tocó con Calamaro, tocó con el Pity, tocó con Las Pastillas del Abuelo, tocó con Los Auténticos Decadentes, tocó con el Mono de Kapanga, tocó con Pato Fontanet”, dicen los organizadores.

A pesar de esos cruces, pocos rockeros comprenden porque un cuartetero cierra el festival, y mucho menos entienden porque deberían desembolsar un montón de pesos por entradas que están en promedio un 150% más caras que la última edición realizada.

Desde luego que el componente inflacionario puede explicar el salto del precio de los tickets para el 12 y 13 de febrero próximo. Aunque, la cifra a pagar no es menor. Por los dos días el pase cuesta $11.000, mientras que la entrada diaria tiene un valor tres veces más cara que la del festival de 2020. De $2.400 de entonces saltó a 6.000.

La luz verde provisoria que recibió de la gobernación y la incertidumbre de no poder predecir la deriva de una pandemia que sorprende por su contagiosidad, a pesar de las vacunas desarrolladas y los cuidados practicados, podrían hacer naufragar los encuentros masivos al aire libre. 

Estos han sido los factores por los cuales, la organización del Cosquín Rock, saliera a recaudar a las apuradas con artistas convocantes de otros géneros y no probar vender tickets con las estrellas, en muchos casos menguantes, de la escena local  o nuevos valores del rock and roll argento.