Por Juan Francisco Politi (*)

Con el acuerdo por la deuda global que anunció hoy el gobierno nacional, Argentina termina de cerrar un capítulo de reordenamiento de su frente financiero y abre uno nuevo que nos brinda un horizonte de previsibilidad importante para encarar la reactivación económica en la pospandemia.

Durante este proceso de cuatro meses de negociación, muchos árboles nos distrajeron del bosque, pero el bosque siempre estuvo ahí. En diciembre de 2019, cuando asumió el gobierno, la deuda argentina estaba "reperfilada" y el Estado no tenía los recursos para afrontarla. El camino que se tomó fue desenredando una madeja compleja con todas las herramientas al alcance de las autoridades, primero a partir de una normalización gradual de la curva de pesos que permitiera encarar con más solvencia la solución de la deuda global que hoy se alcanzó.

La complejidad del proceso incluyó muchas variables y no solo la económica, donde el país y los acreedores terminaron encontrándose más o menos a mitad de camino de sus posiciones iniciales. El país introdujo cláusulas legales novedosas en la negociación para lograr la masa crítica de apoyo que hoy garantiza el éxito del acuerdo. Allí actuó a favor de los intereses del país un activo que muchos criticaron: el background académico sobre las deudas soberanas del equipo económico.

La pandemia no fue un dato menor en el proceso. Si el país ya estaba desde la crisis que empezó en mayo de 2018 atado de pies y manos a la espera de resolver la cuestión financiera, la debacle económica global que generó el Covid-19 presionó en la búsqueda de un acuerdo más agresivo que el que se había planeado originalmente (la salida "a la uruguaya") pero no tan duro como para que se demorase mucho.

En ese contexto, el país logra una quita mayor a la que se vislumbraba al inicio de la gestión, alineada con los criterios de sostenibilidad que puso sobre la mesa el FMI, luego de un período corto y solo parcial de default. Y sobre todo, con un nivel de aceptación que se espera sea lo suficientemente alto para que no haya litigios importantes en el futuro.

El éxito de las reestructuraciones de deuda se mide según una tríada de variables. Así lo explicó con claridad Juan José Cruces, hoy rector de la Universidad Di Tella, en su exposición en el Senado de la Nación en 2016, en ocasión de la negociación entonces con los holdouts del canje de 2005.

Hay que mirar la combinación de quita en monto e intereses, plazo en el que se consigue el acuerdo y el daño que el proceso genera en la relación con los mercados, medido este último en términos del tiempo en el que se puede volver lograr financiamiento.

En ese equilibrio, siempre inestable, este acuerdo se ubica en una sólida mitad de tabla en la que la quita es significativa pero no tan grande como la de 2005 pero el entendimiento se logra en un proceso rápido y luego de una negociación difícil pero de fructífera con los bonistas. Ese combo garantiza que el país en su conjunto pueda aspirar a lograr más temprano que tarde el financiamiento que tanto va a necesitar para la salida de la pandemia.

A futuro, los términos acordados -y la renegociación que viene a vuelta de página con el FMI- libera al sector público de tener que salir a buscar dólares en los próximos años y abre el espacio a que el sector privado ocupe ese lugar. Cualquier financiamiento, sea de corto o mediano plazo, se habría complicado en un contexto de default.

Este acuerdo, con tan alto nivel de aceptación esperado, permite imaginar que los nuevos bonos tengan una exit yield sustancialmente menor al 10% que gobierno y bonistas acordaron considerar a los efectos de la negociación, beneficiando a ambas partes. Además, fortalece al mercado de capitales local, que celebra que la deuda en pesos haya tenido un tratamiento mejor que la de dólares y que la deuda en dólares bajo legislación nacional reciba el mismo trato que la de legislación extranjera.

Así, se abre una etapa en la que vamos a ver una curva de financiamiento sin conflictos, tanto en pesos como en dólares, y un frente financiero no ya mejor que en diciembre de 2019, cuando asumió esta conducción económica, sino también sustancialmente mejor que en abril de 2018, antes del inicio de la crisis que inició este proceso que hoy concluye. El próximo paso es usar esta plataforma virtuosa para canalizar recursos a la recuperación que toda la sociedad está esperando.

(*) VicepresidenteEjecutivo de Allaria Ledesma & Cia.