Hace ya algunas décadas que Argentina no hace otra cosa que simplemente intentar aguantar un poco más. Desde la salida de la Convertibilidad -allá por el año 2002- que las inconsistencias parecen ser parte de nuestra cotidianeidad.

Luego de derogarse la Ley de Convertibilidad –y con ella la paridad cambiaria- hemos hecho todo por intentar sobrevivir: implementamos el esquema de retenciones agropecuarias (que aportaron en dos décadas unos 200.000 millones de dólares), estatizamos los fondos de las AFJP prometiendo mejores jubilaciones para todos, nos hicimos de YPF y Aerolíneas Argentinas, hemos vaciado una y otra vez las reservas del BCRA, destruimos el superávit energético a base de subsidios y demagogia y también nos hemos encargado de acumular desde comienzos de siglo una inflación cercana al 23.000% destruyendo nuestra moneda (una vez más).

Pasan los años y Argentina no termina de entender que sin reformas estructurales el destino no será otro que el de la profundización de los males que nos acompañan desde otros tiempos. La economía se encuentra en un proceso de estancamiento preocupante, a pesar de los dichos del presidente de la Nación, Alberto Fernández, quien señaló (erróneamente) que la Argentina ha sido el país que más ha crecido después de China. Los dichos del presidente no parecen condecirse con los resultados que muestra la realidad: 45% de pobreza, 4 millones de personas indigentes, una inflación del 100% anual donde los únicos que parecen beneficiarse son las arcas del Estado, un nivel de deuda absolutamente inmanejable y una merma diaria de dólares del Banco Central que parecen no estar de acuerdo con las afirmaciones del Presidente.

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El populismo necesita dos elementos fundamentales para poder funcionar: tener recursos que dilapidar y estar aislados del mundo. Esto último siempre es sencillo de hacer, incluso hoy es el esquema preferido por el Gobierno. No tenemos acceso a los mercados internacionales, no somos competitivos, no atraemos inversiones y apenas somos significantes en este planeta adaptado al Siglo XXI. En términos de recursos, los mismos siempre son finitos y en algún momento se terminan. Ocurrió en otras naciones ya: un día Cuba se quedó sin café y Venezuela sin petróleo. Consumir sin producir por el simple hecho de “regalar” derechos no implica otra cosa que no sea el empobrecimiento más absoluto.

En la Argentina castigamos la producción, el esfuerzo y la inversión condenándonos a un futuro de pobreza y escasez. Creer que esto se soluciona con medidas aisladas que solo intentan contribuir a la política, en un año electoral, es la garantía de un futuro decadente. Algún día la política tendrá que ponerse a la altura de una país que no da más.